Rastro Perdido y Nuevos Rastros

La noche estaba completamente oscura. Bardo se sentó en el balcón de su habitación, contemplando el cielo estrellado.

La luz de la vela pasaba por detrás de él, dentro de la habitación, brillando sobre la copa de vidrio cara que tenía en sus manos.

El vino de fruta amarillo claro reflejaba rayos de luz deliciosamente hermosos, pero la copa de vino temblaba incesantemente, causando ondas en el vino.

La mano de Bardo todavía temblaba.

Las sonrisas contemplativas que Roland y los otros dos Hijos Dorados habían mostrado aún se presentaban ante sus ojos ahora.

—Sabemos que todavía hay muchos nobles buenos, por ejemplo, alguien como usted, Sr. Bardo. —Estas palabras seguían apareciendo en su mente.

¡Ahora entendía por qué Roland y los otros dos Hijos Dorados sonreían de esa manera!

Era el tipo de sonrisa que se revelaba al ver una presa, una marca fácil.