Sin Excusas

—¿Es divertido intentar asesinarme mientras los Hijos Dorados están en conflicto? —preguntó Roland con una sonrisa.

Los músculos en el rostro de John Junior se crisparon. Mirando a Roland, sus ojos estaban inyectados en sangre y su cuerpo temblaba.

Finalmente, se levantó furioso y lanzó el libro que tenía en la mano hacia el escritorio con todas sus fuerzas.

Jadeaba pesadamente; las venas de su cuello estaban hinchadas. Rugió como un león, su cabello y su barba se erizaban. —¡Roland, esto es indignante! He estado en casa todos los días. ¿Qué quieres de mí? ¿Todavía me culpas cuando me has humillado de esta manera? ¿No vas a estar satisfecho hasta que esté muerto?

—Nunca he querido que te mueras —Roland sonrió y dijo—. Pero de repente se me ocurrió que no estaría mal si estuvieras muerto.

Las manos de John Junior temblaban y rechinaba los dientes.

Su ira y su frustración parecían desbordarse.