Almond abrió la puerta y vio a una anciana con el pelo gris y desordenado sentada sobre un cojín detrás de una pequeña mesa, con velas iluminando la diminuta habitación.
—Siéntate.
Almond respiró profundamente. —No tiene sentido perder el tiempo sintiendo cosas que no necesito sentir.
—Nada puede asustarme, nada puede hacerme rendir.
Almond se sentó en el cojín y asintió con la cabeza. —Entonces, ¿dónde estoy?
—Estás en el Paraíso de las Pesadillas. Un tipo de dimensión donde solo las almas pueden entrar.
—¿Así que mi alma está aquí? —Almond frunció el ceño—. ¿Y si muero aquí?
—¿No lo sabías? —la anciana parpadeó y sonrió—. Bueno, si mueres aquí, estás completamente muerto, en el vacío, fuera de la existencia. Tu alma se convierte en un nutriente insignificante para el Mundo Siniestro.
—¡¿Ella envió mi maldita alma aquí!? —Almond sintió ira mientras apretaba el puño, ignorando el dolor creciente de sus dedos al hacerlo.