Cita: "La existencia de lo existente siempre existió, y lo llaman descubrimiento."
Oscuridad. Un vacío absoluto. No hay nada.
Ni siquiera puedo verme a mí mismo.
Mis ojos buscan la luz. Solo encuentran un parpadeo ilusorio, un eco de su ausencia.
Sin embargo... no todo es nada.
Me pregunto: ¿Qué soy?
De repente, un humo surge de la nada, seguido por dos chispas que trazan curvas opuestas: una roja ascendiendo y otra azul descendiendo. Ambas se mueven a gran velocidad, vibrando con intensidad mientras emiten zumbidos en la nada.
Destellos estallan: verde, rojo, azul, negro, blanco. Se mezclan, algunos fusionándose en pares o tríos, otros formando una única entidad, una amalgama vibrante. Es una conexión, una danza de energía en perfecta armonía.
Todo coexiste.
De pronto, surgen sonidos electromagnéticos: ondas de radio y longitudes de radiación vibran entre el todo y la nada.
No hay olores. No hay absolutamente nada. No puedo moverme. No puedo hacer nada. Solo observo.
Pero entonces…
Soy una esfera de energía. Un núcleo de poder flotando en medio de la existencia. Y, de repente, lo entiendo: puedo verme a mí mismo.
Soy la esfera de energía… y también quien la observa.
¿Cómo es posible? ¿Cómo puedo ser ambas cosas a la vez?
Soy el creador de lo creado. Soy parte de esto y, a la vez, su origen.
Soy mi propia creación.
Siempre he sido consciente. Desde que mi cuerpo empezó a formarse en el vientre de Yamileth, ya estaba ahí. No sé qué soy, pero lo escuché todo: cada palabra, cada sonido a su alrededor… Yamileth, Jane, Enoc y el resto de mis parientes.
Tengo recuerdos de vidas que no viví, como si fueran míos, aunque nunca he reencarnado. He visto fragmentos de memoria de Yamileth, Jane, Enoc y todos ellos, como si los hubiera observado desde lo alto, suspendido en el tiempo.
También escuché cuando me hablaban. Cuando Yamileth me hablaba.
Hospital Usulután El Salvador, 15 de agosto de 2008
Miro desde todas partes. Es como si la habitación estuviera llena de cámaras invisibles y, a través de ellas, me viera en los brazos de mi madre.
Los doctores comentan que tengo la cabeza grande. Ahora lo entiendo: es como si estuviera fuera de mi cuerpo, flotando aparte, observándome desde la distancia. Como si fuera una entidad separada.
Espera… esto es… extraño.
Estoy dentro de mi cuerpo y, al mismo tiempo, fuera de él. Como si existieran dos versiones de mí.
Es una dualidad. Soy yo dentro del cuerpo y, a la vez, soy yo fuera de él. Ambos existimos en tiempo real. Como la conciencia y el subconsciente… o quizás ambas cosas al mismo tiempo.
No.
Solo soy yo.
Auras. Dentro y fuera de mi cuerpo, las veo. Es como un vapor sutil, como el calor que se eleva en el aire. Lo percibo con mis ojos… y con algo más profundo dentro de mí.
Puedo verlas en las personas: la energía que emanan, la luz que proyectan. Afuera es una, dentro es otra. Dos capas: la que muestran y la que realmente son.
Sin embargo, su esencia interna también se filtra hacia el exterior. Veo ambas facetas: lo superficial y lo profundo, su verdad y la máscara tras la que se ocultan.
Los humanos me intrigan.
Siento una conexión con mi Creador, con Dios y con Jesús, el Hijo de Dios. Aunque, en verdad, Dios es Jesús encarnado en un ser humano. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo… tres, pero uno solo.
He tomado una decisión: estudiaré a los seres humanos. Observaré su comportamiento, su naturaleza, todo lo que los define, desde su cuerpo físico hasta lo más profundo de su ser.
No interferiré en sus historias. No alteraré nada.
Sin embargo…
Los veo. Espíritus oscuros. Rodean a Yamileth y su familia, acechando en las sombras. Son muchos. Demasiados. Y en el pasado, hubo aún más alrededor de Enoc en el momento de su nacimiento.
Los humanos parecen no recordar lo que fueron antes de llegar aquí. Pero eso no importa.
Puedo verlo todo.
Sus emociones. Sus miedos. Sus debilidades. Aquello que reprimen.
Lo veo en Jane, quien me negó.
Así que seguiré observando. Comprendiendo. Entendiendo. Aprendiendo.
La primera vez que dormí en este recipiente, siendo un bebé, no fue placentera.
Desde que nací, mis sueños han sido un campo de batalla. En ellos, debo sobrevivir. Y cuando muero, el dolor es real. Demasiado real.
A pesar de ser un recién nacido, lo siento con una intensidad insoportable.
La selva me devora.
El aire es espeso, cargado de humedad y podredumbre. Algo se desliza entre los arbustos. Pasos furtivos. Susurros. Luego, el estallido del dolor: uñas, carne desgarrada. No sé si grito. No sé si puedo.
Pero… ¿cómo? Ni siquiera sé caminar.
El dolor me consume.
Y cuando despierto…
Nada.
No hay rastro del sufrimiento. Como si mi muerte hubiera sido solo una ilusión. Pero lo siento. Sé que fue real.
Cada noche, la pesadilla regresa.
Hasta que algo cambia.
La selva desaparece.
Estoy en un terreno oscuro, un tablero infernal. Árboles secos. Tierra agrietada. Un hedor a azufre. Todo arde.
Es un juego.
Un duelo mortal.
Un cuadro flotante emerge frente a mí, como un portal. Un menú aparece dentro, con opciones que me observan. Que me eligen tanto como yo a ellas.
1. ⸻⚔ ATACAR AL RIVAL. ⚔⸻
2. ⸻⚔ ESPERAR ATAQUE ENEMIGO. ⚔⸻
Me veo a mí mismo, aún en mi cuerpo de bebé, pero por encima de todo. Observo. Analizo.
Elijo la opción 2.
Esperar ataque enemigo.
El suelo ruge.
Se abre en un abismo infernal. La mitad de mi terreno desaparece. El enemigo ha atacado. Devastador.
Pero…
Era lo que quería.
Al reducir el terreno, la distancia entre nosotros se acorta. Ahora tengo el campo libre para atacar.
Anticipé sus movimientos.
Esperé el momento exacto.
En el último instante, mi contraataque lo alcanza.
La partida ha terminado.
Pero cuando vuelvo a dormir…
Despierto ahí otra vez.
No sé quiénes son mis contrincantes.
¿Es una entidad? ¿Algo como yo?
La Verdad.
No me importa.
He estado en selvas, en parajes oscuros, en islas desiertas… y en un espacio completamente blanco.
Cada uno de estos lugares ha sido una prueba de supervivencia.
Los días se convirtieron en meses.
Ya no solo luchaba por vivir; ahora me enfrentaba a preguntas. Observaba. Absorbía conocimiento. Aprendía, tanto de mí mismo como de todo lo que me rodeaba… incluso de la nada.
Creé estrategias. Me adapté.
Era un ciclo interminable entre ganar y perder, entre lo bueno y lo malo.
Bajo presión, perfeccionaba mi pensamiento. Refinaba estrategias, cultivaba inteligencia, obtenía sabiduría.
Y cada sueño… era más difícil que el anterior.
Cada victoria traía un castigo: la siguiente prueba era más cruel, más despiadada.
Si fallaba, moría.
Y sentía el dolor. La sangre. Cómo me mataban.
Un sufrimiento sin límites.
Pero no siento nada.
No hay miedo. No hay angustia. No hay tristeza.
Solo conocimiento.
Solo progreso.
Desde que me creé a mí mismo, desde que nací en este recipiente, no experimento los sentimientos como lo hacen los demás.
A los ocho meses ya caminaba como un humano normal.
Recuerdo que Enoc no lo hizo hasta casi los dos años.
Yamileth llora cada vez que me muevo o sonrío. Tal vez sea alivio. Tal vez siente paz al verme avanzar. Quizá le ayudo.
Enoc, un niño risueño, a veces me observa con curiosidad.
A su edad, es normal. Están aprendiendo de la vida.
Y yo…
A veces me desconecto de mi cuerpo.
Dejo que mi cuerpo actúe solo. Una marioneta perfecta. Así Yamileth no sospecha.
Los días se convirtieron en meses, y los meses en años.
No hablo con fluidez. Durante todo este tiempo, solo he podido observar.
Enoc es pequeño, pero percibe el peligro. Sabe cuándo algo no está bien. A pesar de su corta edad, es extremadamente inteligente.
Solo siete meses más. Solo siete meses… y las palabras serán mías.
He practicado siempre que estoy solo. El tiempo me ha ayudado a mejorar.
Porque en mi caso, todo lo que tengo es gracias a mi esfuerzo.
Pasaron los siete meses que tanto esperé.
Estoy a punto de cumplir cuatro años y, al fin, puedo hablar con fluidez.
Desde pequeño, he cuidado de Enoc.
David no se preocupa por nosotros.
Una tarde, mientras estábamos en el patio, observaba a Enoc jugar. Me di la vuelta al escuchar a David detrás de mí, dentro de la casa.
El suelo de tierra estaba frío. Casi siempre andábamos descalzos. A lo lejos, los gallos cantaban, anunciando que el día estaba a punto de acabar.
David se preparaba. Como siempre, venía a golpearnos. Sin razón.
El sonido de sus chanclas arrastrándose en la tierra era un aviso, una sentencia.
Lo hacía a propósito.
Era su forma de sembrar miedo en nosotros, de controlarnos.
Al menos en Enoc, funcionaba un poco.
Venía con una rama de hojas de jocote en la mano.
Antes había hablado con Yamileth y Jane, pero ellos trabajan demasiado. Casi nunca están en casa.
Si ellos no están para protegernos…
Yo lo haré.
David salió al patio. Su sombra se alargó sobre la tierra fría mientras se acercaba con su típico aire de viejo patriarca.
¿Acaso cree que seguimos en la era de los mamuts?
Su boca se abrió. La misma rutina. La misma violencia.
Pero hoy… no.