Capítulo 19: ¿Sabes qué es una psicóloga?

Elvi fue la primera en entrar al salón. Era joven, de veintitantos años. Sus ojos color café recorrieron el entorno con una mirada optimista, aunque analítica. Su cabello castaño, con reflejos dorados, enmarcaba su rostro sereno. Vestía un traje blanco de manga larga, que contrastaba con la calidez de su expresión.

A primera vista, transmitía calma. Pero cuando vio al niño en el suelo, un leve escalofrío la recorrió.

Este caso es distinto… serio. Cambia el entorno con su mera presencia. Eso no se ve a menudo. Deberé manejar esto con cuidado. No lo forzaré, pero estaré pendiente.

Parpadeó despacio. Inspiró sin que se notara demasiado. Luego, avanzó.

Detrás de ella iba Cristina.

Su presencia era más agresiva, aunque no por intención, sino por naturaleza. Sus ojos oscuros reflejaban impaciencia. Su cabello negro, un poco desordenado, caía sobre sus hombros. Vestía de manera casual y caminaba con pasos firmes, casi impacientes.

Al entrar al salón, recorrió la habitación con la mirada… hasta que lo vio.

Y sintió algo extraño.

¿Por qué siento este escalofrío con solo mirarlo? Esto no es normal.

Genial, otro problema. Ya tengo suficientes líos con los demás niños, y ahora esto…

Cristina llevaba años lidiando con niños problemáticos. En su experiencia, la mayoría eran inquietos, ruidosos, impredecibles. Marcos, en cambio, era todo lo contrario.

Silencio absoluto. Concentración absoluta.

Y eso, de alguna manera, le inquietaba más.

El personal observaba en silencio. Entre murmullos y gestos, señalaban con la mirada a Marcos.

Elvi se acercó a él con precaución. Lo evaluó en silencio mientras el niño resolvía el cubo con precisión. No quiso interrumpirlo, así que habló con voz suave.

—Hola, Marcos. Me llamo Elvi. ¿Sabes qué es una psicóloga?

El ambiente se volvió denso, como si un peso invisible cayera sobre los hombros de todos.

Marcos siguió girando el cubo.

Cristina, en cambio, no soportó el silencio.

—Niño, ¿nos estás escuchando? ¿O es que no hablas?

Elvi le tocó el brazo con sutileza, indicándole que mantuviera la calma.

Finalmente, Marcos levantó la mirada.

Un segundo.

Dos.

Tres.

Elvi sintió que el aire a su alrededor se hacía más espeso.

—Hola, un gusto. Me llamo Marcos, señorita Elvi. No sé qué es una psicóloga.

Su voz era suave, casi monótona, pero había algo más. Algo en la forma en que hablaba, en cómo cada palabra parecía meditada.

Cristina lo miró con una mezcla de irritación e incomodidad.

Elvi, en cambio, mantuvo su sonrisa tranquila. Pero en su interior, algo la inquietaba.

Estaba a punto de explicarle cuando Marcos la interrumpió.

—Para usted, ¿qué es la vida?

El silencio fue absoluto.

Las risas de los niños en el fondo parecieron apagarse.

El sonido del tráfico lejano dejó de importar.

Los adultos intercambiaron miradas.

Nadie esperaba esa pregunta.

No de un niño tan pequeño.

Pero Marcos solo los miraba, en calma, esperando una respuesta.

Elvi tensó la mandíbula y se quedó en silencio unos segundos.

A su lado, los hombros de Cristina dieron un pequeño brinco, apenas perceptible. Sus ojos se clavaron en los de Marcos como cuchillas.

Elvi se arrodilló junto al niño, tomó un cubo y comenzó a resolverlo con naturalidad.

—La vida es como un juego. Solo trata de disfrutarla. ¿Por qué piensas en esas cosas?

Marcos siguió ensamblando su cubo con precisión.

—La vida es aprender, sufrir, crecer y morir. ¿No lo cree?

Elvi lo observó con atención.

—¿Por qué piensas eso?

Marcos no respondió de inmediato. Terminó su cubo y lo dejó sobre la mesa con un movimiento calculado. Luego, levantó la mirada.

Sus ojos eran demasiado profundos para un niño.

Elvi sintió un escalofrío.

El silencio se extendió. El resto del personal conversaba en voz baja, pero en la mente de Elvi solo había quietud.

Está esperando mi respuesta. Necesito manejar esto con cuidado.

Finalmente, rompió el silencio.

—Cada persona tiene una perspectiva diferente. ¿Cómo llegaste tú a esa visión? —preguntó, dejando su propio cubo terminado sobre la mesa.

Marcos la miró fijamente.

—Tiene razón, pero si no habla con la verdad, quedará atrapada en una burbuja de mentiras.

Elvi parpadeó, sorprendida.

Cristina chasqueó la lengua y apartó la mirada, cruzándose de brazos con irritación. Su pie golpeó el suelo con impaciencia.

Ese niño…

Marcos terminó otro de sus cubos y lo puso sobre la mesa con calma. Luego, giró ligeramente su postura hacia Elvi.

Las palabras de un niño de cuatro años impactaron a todos.

Era como si pudiera ver más allá de las máscaras.

¿Será esto un mecanismo de defensa? ¿O es simplemente su naturaleza?

No hablaba de sí mismo. No jugaba con los demás niños. No se distraía con lo que normalmente llamaría la atención de un niño de su edad.

¿Tal vez teme abrirse?

Intentó cambiar el rumbo de la conversación.

—Marcos, ¿qué te gusta de los cubos? —preguntó, desviando la mirada hacia los demás a su alrededor, buscando una mínima distracción en el ambiente tenso.

Marcos no tardó en responder.

—Todo y nada.

Silencio.

Su tono no tenía emoción. No era una respuesta superficial, sino una afirmación absoluta.

Cristina exhaló, incómoda.

—Joder… —susurró para sí misma.

Elvi sintió que su mente trabajaba a toda velocidad.

Esto no es normal. No a esta edad. No con esa claridad. ¿Cómo llegó hasta aquí?

Aquel niño no encajaba en ningún patrón que conociera.

Tomó aire y, con más cuidado esta vez, formuló su siguiente pregunta.

Elvi esperó. En la distancia, el sonido de un niño riendo se sintió fuera de lugar. Demasiado ajeno a la escena.

—¿Qué significa "todo y nada" para ti?

Marcos giró su cubo entre los dedos con tranquilidad antes de responder.

—Es como usted, tratando de mantener la calma conmigo. Y Cristina, con sus problemas de ira, los esparce para desahogarse, pero no lo admite. Si lo hiciera, iría en contra de la mentalidad que ha construido.

El sonido del plástico deslizándose con suavidad rompió el silencio. Un clic sordo se escuchó cuando giró una de las caras del cubo con un movimiento fluido.

Hizo una pausa y la miró fijamente.

—Señorita Elvi, no lo sostenga. Déjelo ir.

El ambiente se tensó.

Todos estaban fascinados… y aterrados al mismo tiempo.

Cristina, impactada, abrió los ojos desmesuradamente. Su postura altiva se desmoronó. No supo qué responder.

Elvi sintió cómo su propia respiración se volvía más pesada. Era como si aquel niño no fuera solo un niño de cuatro años.

Marcos dejó su cubo terminado sobre la mesa con un movimiento pausado. Luego, sin prisa, tomó otro cubo y lo giró entre sus dedos, indiferente, como si la conversación nunca hubiera sucedido.

Cristina entrecerró los ojos. Sus labios se apretaron en una línea tensa.

Luego, sin decir palabra, giró sobre sus talones. Antes de cruzar la puerta, sintió la mirada de Marcos sobre ella. Un escalofrío, apenas perceptible, recorrió su espalda. No dijo nada, pero la sensación le pesó en el pecho.

El sonido de sus pasos resonó en la distancia hasta desvanecerse.

Elvi, aún digiriendo lo ocurrido, exhaló con lentitud y se pasó una mano por el cabello, en un intento de disipar la tensión. Se enderezó justo a tiempo para ver a Yamileth cruzar la puerta.

Pero su mente seguía atrapada en las palabras del niño.

La madre de Marcos entró con pasos medidos, su mirada viajando de inmediato hacia su hijo. Tras asegurarse de que él estaba bien, dirigió su atención a la psicóloga.

—Su hijo es muy inteligente —dijo Elvi, levantando una mano en un gesto de respeto—. Pero cuénteme, ¿cómo es Marcos en casa? ¿Cómo se comporta emocionalmente, tanto allí como en otros lugares?

Yamileth suspiró con cierta resignación.

—Marcos... es muy callado. No paso mucho tiempo con él, pero cuando intento hablarle, apenas dice una palabra. En cuanto a sus emociones... no las muestra. Es como si no quisiera compartir lo que siente. Me cuesta comunicarme con él, pero, a pesar de todo, yo lo conozco. Sé cómo es.

Elvi asintió con comprensión, aunque su mirada seguía analítica.

—Entiendo. Pero si alguna vez necesita ayuda, no dude en contactar a las autoridades. En casos como este, no solo usted está afectada, también lo están sus hijos. Si en algún momento ocurre algo grave, debe llamar. No espere.

—Gracias, lo tendré en cuenta —respondió Yamileth con una leve sonrisa—. Pero estamos bien por ahora. Si surge algún problema, llamaré.

Elvi la observó en silencio. Había algo en su voz, en su lenguaje corporal... algo que no terminaba de encajar. Pero no quiso presionarla.

—¿Marcos volverá pronto? —preguntó, desviando la mirada hacia el niño, que resolvía otro cubo sin prestar atención a la conversación.

Yamileth lo miró con una ternura silenciosa antes de responder.

—Sí... sí, lo hará.

Su voz sonó casi como un susurro, con un matiz difícil de descifrar. Tal vez cansancio. Tal vez algo más.

Sin añadir más, caminó hacia su hijo y tomó su pequeña mano entre las suyas.

Antes de retirarse, madre e hijo le agradecieron a Elvi.

Justo antes de cruzar la puerta, Marcos giró la cabeza y la miró por un segundo. No sonrió. No dijo nada. Solo observó.

Y entonces se fue.

A pesar de su intento por comprender la situación, Elvi no podía deshacerse de la sensación de que algo no estaba bien.

El aire se volvió más denso. Sentía un peso invisible en su pecho. No sabía qué, exactamente, pero lo sentía.

Sin embargo, ya tenía una idea de cómo actuar si volvía a ver a Marcos y a Yamileth en el futuro.

Afuera, el cielo se teñía de un naranja rojizo. Los carros y motocicletas pasaban por las calles, mientras que, a lo lejos, panaderos en bicicleta vendían lo último del día.

Yamileth avanzaba con su hijo. Marcos escaneaba su entorno con la mirada, siempre atento. A Yamileth le gustaba aquello; sentía que su hijo era un ángel enviado por Dios.

Pero Dios los había puesto a prueba demasiadas veces.

Marcos y Enoc han pasado por tanto… Antes sufrían con mi padre, y yo… yo no podía hacer nada. Ahora ya no es así, pero el tiempo que perdimos juntos pesa en mi corazón. Quiero estar más con ellos, recuperar lo que no pudimos vivir.

Apretó los labios, conteniendo un suspiro.

Desvió la mirada hacia Marcos, observándolo en silencio.

Y Jane… Siempre ha sido un padre ausente. Pero ahora… ahora está cambiando, poco a poco.

Por primera vez en mucho tiempo, dejó escapar un suspiro tembloroso.

Como madre, tengo que darlo todo por mis hijos. Sé que soy una irresponsable, pero solo una madre sabe lo que se sufre por ellos…