El aire se colaba en mis oídos como un rugido constante, cada choque golpeaba mis tímpanos, ahogando todo sonido a mis alrededores. La caída, elegida por mí, fue mi primer acto consciente.
La superficie se acercaba, metro a metro, impaciente por mi llegada. "No sé si fue un error o un acto imprudente y osado el caer de esta manera, solo sé que lo estoy gozando."
Pero la distancia se había agotado, el impacto que continuó fue estremecedor. La gravedad me estampó contra el suelo con la violencia de una decisión prematura.
Escuché cómo las pequeñas piedras caían de regreso al pavimento roto, chocando contra el que aún permanecía intacto. Todo a mi alrededor quedó cubierto por una capa densa de polvo gris.
El aire apenas entraba en mis pulmones, espeso, costoso. Mi mente buscaba una señal: un desgarro, un moretón, algo de dolor… pero no sentía nada.
La cortina de polvo gris se desvaneció, regresando al suelo.
Bajo mis talones, como una anomalía en la realidad, se abría un boquete circular: una marca dibujada por mi llegada y la gravedad…
Exhalé por última vez un aliento antiguo, inhalando una nueva versión del mundo, abriendo los ojos observando a mi alrededor por primera vez.
—Sí… —susurré, atento al vibrar de mi nueva voz—. Se siente bien.
Mis ojos se deslizaban con una suavidad placentera por el Cuerpo Ego, entre asombro y expectativa.
—Fuerza sobrenatural. Resistencia inhumana… —un chillido disfrazado de risa escapó de mis labios.
Era como un Superman que llegaba tarde a su propia historia, cubierto de polvo y ropa gastada. Mi corazón comenzó a latir con una intensidad que me bañaba en dopamina.
—¿Esta emoción… es mía? —pregunté con una sonrisa curvada, girando el cuerpo para observar a mi alrededor.
Mis pupilas se agrandaron al ver aquella imagen de Timoría. El silencio brumoso que envolvía la ciudad era una advertencia muda… un reflejo del caos.
Lo había olvidado: las aceras rotas, las calles partidas, los autos volcados. Todo rugía en mi mente con una sola frase: ¡Llegaste tarde!
Mi aliento perdió el ritmo, a punto de desplomarse.
"Había perdido… sin siquiera haber participado."
Pero en esa penumbra desolada, un solo ruido, un vibrar que rebotó en paredes destrozadas y viajó por el aire hasta llegar a mí, me recibió como una nueva oportunidad.
Aquel grito desgarrado resonó en mis oídos y, sin avisar, una sonrisa distorsionada se dibujó en mi rostro.
Era la forma en que este mundo me llamaba a ser el héroe. Era cómo me decía que aún no era tan tarde, después de todo. Solo tenía que llegar.
Con un solo pensamiento, un rayo de información viajó desde mis vasos sanguíneos hasta mis piernas, iniciando una reacción cinética.
Como siempre, este cuerpo era sorprendente: no se adormecía con mis emociones, obedecía a la racionalidad de mis órdenes.
Con autoridad… e ignorancia, di el primer paso.
Un paso tan cargado de fuerza que se clavó en el pavimento, dejando la forma exacta de mis pies. Como prueba de mi fuerza, mis zapatos baratos se desgarraron en un intento de recuperarlos del pavimento.
Tenía sentido.
—Ya no eran mis zapatos.
Aun con ese inconveniente no me detuve.
Cada pisada le daba a mi mente un respiro para adaptarse a mis nuevas capacidades. Para ajustar. Para entender. Para calibrar la fuerza con la que golpeaba el suelo.
Mis sentidos se agudizaban. Podía oír el aliento contenido de los ciudadanos cercanos… el llanto ahogado de bebés en refugios de emergencia… junto a risas crueles, ajenas aún a mi vista.
Con cada zancada hacia el origen del grito original, se revelaban más cosas: nuevos sonidos, nuevos olores, nuevas sensaciones. Todo se abría con cada paso.
El aire empezó a llenarse con el llanto desconcertado de un niño pequeño, mientras un aroma nauseabundo se pegaba a mi paladar, dejando atrás un sabor metálico semejante a la sangre…
Al frente logré ver el origen del grito: provenía de lo más profundo de un oscuro callejón.
Intenté frenar, pero la inercia me arrastró, obligándome a romper el suelo, dejando marcas en línea recta.
—Estoy en la calle Cleiten, ¿Cómo llegué tan rápido? —era redundante volverme a ver, pero logré recorrer 12km en al menos 2 minutos. —Increíble... ja. ¡Esto es total!
Volteé a ver el callejón oscuro, se sentía igual que una línea de meta, pero aún me faltaba terminar la carrera. Me adentré en el callejón, girando por diferentes caminos, siguiendo mi instinto, mi percepción.
Cuando por fin sentí vida, me dirigí hacia ella. Y al llegar no encontré humanos. Encontré bestias.
En medio del callejón, con una pared bloqueando todas las salidas, había dos sujetos. Figuras robustas, vestidos con overoles azules manchados de un tono rojizo o marrón oscuro, como pintura vieja en una pared olvidada.
Pero en su piel… un rojo carmesí aún palpitaba.
Sus bocas estaban curvadas, el aire saturado de risas sádicas, como si escucharan al mejor comediante del mundo. Y frente a ellos… el remanente del chiste.
Una joven de lentes rotos, con una herida fresca, sangrante, brillando en su frente. Sus piernas estaban rotas, cubiertas de cortes profundos. La camiseta desgarrada dejaba ver marcas de mordidas moradas.
Un rastro rojo, recto y angosto, cruzaba el callejón: una línea de desesperación. Solo podía imaginarla arrastrándose, buscando una última oportunidad.
De mis labios escapó apenas un susurro con filo:
—¿Qué mierda pasó aquí?