Su pecho subía y bajaba con sacudidas irregulares, jadeos cortos que temblaban más que su voz al pronunciar aquella súplica rota:
—Ruego piedad... por favor...
El olor a sudor y miedo se mezclaba con la tierra sangrienta del callejón. Sentí el leve temblor de sus manos aferrándose al suelo, buscando una base que no existía. La fragilidad en su postura contrastaba con la brutalidad que minutos atrás había desplegado contra mí.
— ¿Qué le hicieron? —pregunté, dejando que la calma artificial de mi voz fuera el único bastión que evitaba que la furia se desatara de nuevo.
—Parece que no me escuchaste. —Vi en su cuello un collar de la fe threedial —. Mira nada más, también la adora. —Lo sostuve con delicadeza, observando su forma artesanal —. Muy lindo, ¿lo hiciste tu?
—Lo-lo lo hizo mi hija.
Una pequeña riza salió de mi nariz.
—familia, me cuesta creer que tengas una. —Cerré mi agarra, apretando la piedra del collar asta volverla polvo, continuando con un jalón brutal cual rompiendo los hilos trenzados de su collar —. Ahora dime Llavecita. ¿Qué le hicieron?
—Y-yo… yo solo le corté las piernas… los tendones para que no escapara. No quería matarla, pero XXXX dijo que si no lo hacíamos, ella nos metería en problemas. No soy malo, por favor, perdóname.
Sus palabras se deshilachaban como cada silaba, tan débiles como su cuerpo que empezaba a ceder.
Una sonrisa amarga se forma en mi interior. Qué irónico era todo: El mismo que había usado cadenas y tormentos para arrancarme fragmentos de cordura, ahora se arrastraba ante mí.
La imagen me golpeó con fuerza: sus ojos hundidos, llenos de desesperación; sus dedos aferrados al frío concreto, tratando de sostenerse en un mundo que lo rechazaba; y su voz, un eco débil de arrepentimiento, pero incapaz de limpiar la mugre de sus actos.
Era un giro cruel del destino, y en ese instante comprendí algo más profundo: el verdadero poder no estaba en causar dolor, sino en sobrevivir a él... y en ver cómo aquellos que se creyeron con poder, se arrodillaban ante uno real.
Hasta se podría decir que daba pena...
Volteé a ver el rostro de la chica.
Cortes en sus piernas y abdomen adornaban su cuerpo, especialmente uno en la parte inferior de su abdomen, que se asemejaba a la máscara de la purga.
Me acerqué a ella, cada paso dejándome ver con mayor claridad su estado.
Su rostro apenas me hablaba, parecía rondar entre los 22 a 24 años de edad, en todo su cuerpo había señales de abuso sexual. Mordeduras, rasguños y penetrantes olores lesivos, pero la sangre los ocultaba muy bien.
El pecho me apretaba los pulmones con las costillas.
—¿Lo disfrutaste? —dije, esperando su respuesta, la cual, como pensé, no llegó. Un suspiro salió de mis labios.
—¡Responde! ¡¿LO DISFRUTASTE?!
En mi cuello, específicamente la nuca, sentí el frío de un filo metálico, el cual se rompió al contacto. ¿En serio intenté asesinarme por la espalda?, miserable...
Una extraña sensación de alivio me invadió cuando culminó su ataque.
Me levanté del suelo, con una mirada satisfecha. No buscaba trasmitir serenidad, si no agradecimiento. Solo bastó un parpadeo y mi brazo atravesó su pecho.
—Gracias. —Le dije al oído antes de que perdiera la vida. Su sangre corrió como una cascada al suelo, acompañada un segundo después por su cuerpo.
Por alguna razón mi pecho seguía apretado. La adrenalina comenzó a diluirse, dejando paso a una extraña quietud. Todo a mi alrededor estaba en silencio, pero no en una ausencia de ruido; un pitido peculiar parecía sonar desde dentro de mis tímpanos, y con él, llegó aquella voz familiar.
—¿Por qué? —"Por tus acciones".
— No hice nada malo. —"Mataste".
—No mate a nadie, ellos eran bestias. —"Mataste".
El pitido se agudizaba con cada escusa, incrementando su dominio.
—Lo hice por justicia. ¡Por favor para!
Mi mirada comenzó a curvarse, en un intenso mareo que doblegó mis fuerzas. En mi mente rebotaba aquella voz, una voz delicada, ahogada, pero viva.
"—Deja de engañarte, en algún momento lo tendrás que aceptar. ¿Cómo lo harás, Marl?"
—Mian... —susurré, apenas siendo testigo de mi voz.
Desde el bolsillo del hombre, en su overol, una hoja de papel doblada sobresalía.
La tomé con delicadeza, sintiendo su leve peso, desdoblándola con cuidado.
Era una foto de ellos dos, chocando botellas de vidrio en una fiesta. Sus rostros eran distintos, mostraban sonrisas genuinas, humanas. La imagen contrastaba violentamente con los cuerpos ensangrentados a mis pies.
—No... —murmuré, negándome a la evidencia—. Sé que ellos no eran humanos. De eso estoy seguro.
"—¿Y qué te vuelve humano?, ¿Cómo aseguras que algo es algo, si no lo entiendes?"
—No lo sé... pero lo siento.
"—¿Y confías en lo que sientes?"
—...No.
Miré mi mano derecha. Desde la palma hasta el codo, todo estaba cubierto de sangre.
Solo me senté en el charco de sangre frente del cuerpo, sintiendo mi mente vacía. Los minutos se estiraron como horas mientras la sangre de mi brazo se secaba, formando una costra oscura que tiraba de mi piel. A lo lejos, el primer aullido de una sirena rompió el silencio.
Los sonidos de las sirenas policiales se acercaban sin titubear, pero aún así, los rostros de esos hombres seguían tatuados en mi mente.
Al poco, llegaron dos policías. No era capaz de levantar el cuello para verles a la cara, pero ya me imaginaba sus expresiones: tres muertos, una chica abusada hasta la muerte, uno sin cabeza, y otro atravesado, manchando el suelo con sangre.
Era obvio que sus armas me apuntarían.
Escuché los pasos de una sola persona acercándose. Se detuvo y me miró con una mirada calculadora, analítica.
—Tú lo hiciste? ¿Tú los asesinaste?
No podía ver su rostro, pero su voz era clara e inconfundible. Era el señor Yerner.
—Ya veo. —respondió sin esperar mi respuesta, solo soltó una carcajada hueca agachándose con una rodilla al suelo.
—Vamos, dime lo que hiciste. —Él empezaba a extender su mano en dirección a mi hombro, queriendo tocarlo.
Sentía como mi piel se erizaba con cada centímetro de su mano.
—¡No me toques! —le grité, dando un salto atrás como un animal herido. Vi su rostro, parecía sorprendido, pero reconocí su máscara.
Él era el tipo que me había torturado toda mi vida y el que le había dicho todo a Rinn. Lo queria matar. Tenía la fuerza para lograrlo y nadie podría detenerme. Apreté los puños. Pero la sensación quebradiza de la sangre seca en una de mis manos me detuvo.
Esa delgada línea del bien, no se podía difuminar. Soy o no soy, esas eran las únicas abusiones.
—Señor Yerner. —Dije, antes de escapar de la escena.
—Señor Yerner... les acabo de arrancar la vida a dos hombres con familia, amigos, sueños y motivos. —Mi voz se rompía con cada palabra —. El día de hoy, yo soy el villano.