Capítulo 20: Los más fuertes

La oscuridad era densa como brea. No había luz, ni ruido, ni siquiera un eco. Solo un vacío opresivo que devoraba todo a su paso.

Una docena de miembros de la Cábala, envueltos en capas negras con símbolos malditos y ojos bañados de arrogancia, corrían desesperadamente entre los pliegues de esa oscuridad. Habían entrado creyendo que dominarían aquel lugar, que doblegarían su voluntad como siempre lo hacían.

Pero ese mundo no respondía a sus reglas.

Uno a uno, eran absorbidos por la sombra, tragados como si la oscuridad misma los reconociera como intrusos indignos. Los gritos de uno se apagaban antes de que el siguiente pudiera voltear a ayudarlo. Algunos trataban de defenderse, lanzando ataques, activando habilidades… pero nada funcionaba.

Y luego, sin aviso, la oscuridad los escupió de regreso al mundo tangible, lanzándolos por los aires como muñecos rotos.

Los cuerpos impactaron contra muros, techos, suelos de concreto. Doce miembros de élite, entrenados y temidos, yacían ahora derrotados, quebrados por algo o alguien que se movía en ese plano sin ser visto.

Uno de ellos, aún consciente, intentaba arrastrarse. Su rostro estaba cubierto de sangre, su brazo dislocado, y respiraba entrecortadamente como un animal acorralado.

Con un gemido, se volteó sobre su espalda, intentando encontrar el origen de lo que acababa de ocurrir.

Entonces, una bota se plantó sobre su cabeza.

El crujido fue sordo, acompañado de una exhalación de dolor y terror.

—Qué decepción… —dijo una voz juvenil, irreverente, cargada de descaro—. ¿Esto es lo mejor que tiene la Cábala? ¿Esto son sus "fantasmas de élite"? Patético.

Jonny sonreía de forma amplia, desvergonzada. Su chaqueta estaba abierta, su cabello revuelto, y sus ojos brillaban como los de un niño que acababa de destruir su juguete favorito solo para ver qué había dentro.

—¿Qué pasó con toda esa arrogancia? ¿Dónde quedó ese discursito de "seres superiores"? —preguntó burlón, empujando el rostro del enemigo contra el suelo con la punta de su bota—. Pfff... ni para entrenamiento sirvieron.

¡Crack!

Sin ceremonias, Jonny le propinó una patada seca en la cara. El cuerpo se desplomó por completo. Inconsciente.

—Doce. —dijo una voz suave a su espalda.

Mai apareció de entre la penumbra, caminando con elegancia casi felina. Su expresión era tranquila, sus ojos semicerrados, como si lo que acababan de hacer fuera parte de una rutina sin importancia.

—Doce eliminados. Rápido. Eficiente. Sin romper una sola uña —agregó con tono burlón mientras examinaba una de sus manos.

Jonny se estiró los hombros y soltó una risita.

—Doce, ¿eh? Genial. Con esto dejaremos a Daniel como un idiota. Ya lo estoy viendo con su cara de: “¡¿Qué pasó?! ¡Yo era el más fuerte!”

Mai soltó una carcajada. Tenía un modo elegante de reírse, como si disfrutara cada segundo de la caída ajena.

—Aún quedan ocho más en mi mundo de las sombras. Ni siquiera saben lo que enfrentan allí.

—Ocho —repitió Jonny con los ojos prendidos como fuegos artificiales—. Ocho idiotas que creen que todavía tienen oportunidad. Pues ya es hora de mostrarles nuestro verdadero nivel.

Se volvió hacia Mai, su energía completamente encendida, vibrando como una chispa cerca de un barril de pólvora.

—¿Sabes qué, Mai? Me encanta esto. ¡Estoy listo! ¡Vamos a eliminarlos a todos! ¡Vamos a hacer que recuerden este día como el momento en que se dieron cuenta de que ya no son los más fuertes!

Mai suspiró como si estuviera cansada de escucharlo… pero en el fondo disfrutaba su energía.

—Está bien, Jonny. Tú hiciste tu parte.

Giró sobre sus talones, sus dedos dibujando patrones en el aire con delicadeza.

—Ahora, me encargaré del resto.

Una sombra se alzó tras ella. No era una extensión física, sino un velo de oscuridad que obedecía su voluntad, como si la noche se doblegara ante su presencia.

—Recuerda sus nombres —dijo Jonny, recostado despreocupadamente sobre un muro—. Porque cuando los borres, quiero que sepamos exactamente a quién le arrancamos la corona.

Mai no respondió. Sus ojos se abrieron lentamente, y en ellos ardía la noche misma.

El mundo tembló con el primer paso de su poder.

El suelo temblaba como si algo estuviera desgarrando el mundo desde abajo.

Explosión tras explosión retumbaban con furia, lanzando escombros al aire, partiéndolo todo en destellos de fuego. El origen de todo ese caos era claro: Natsu avanzaba como una tormenta viva, sus tonfas en llamas dibujando arcos imposibles mientras cada golpe era un estallido brutal que mandaba a volar a los demonios que se le interponían.

—¡Los exploto, y aparecen más! ¡¿De dónde salen estos condenados?! —gritó entre jadeos, volando por los aires tras otra patada explosiva.

Los demonios creados por el VOOG de Angélica parecían infinitos. Por cada uno que era pulverizado, dos más surgían de las sombras como fragmentos oscuros de una voluntad incorpórea. Rieron, chillaron, se abalanzaron. Eran veloces, astutos, y completamente rabiosos.

A un costado del campo de batalla, Cristina se mantenía firme. Sus ojos lo analizaban todo con la precisión de una científica al borde del descubrimiento. Sabía que no podía lanzarse a pelear ciegamente, no contra algo que no dejaba de regenerarse. Había que encontrar el origen, una grieta en el patrón, una vulnerabilidad.

Pero no lo veía.

Cada vez que uno de esos demonios era destruido, su energía se desvanecía… y un nuevo par brotaba desde la nada, como si la misma atmósfera los pariera. Era como combatir una maldición sin fin.

Angélica caminaba entre la refriega como si nada pudiera tocarla. Su vestido blanco flotaba con elegancia entre la sangre y el fuego. Tenía las manos entrelazadas a la espalda y una sonrisa fría en el rostro.

—Se los dije —murmuró—. Mi VOOG, Azazel, es una manifestación pura. Inagotable. Inmortal. Son cientos. Miles si quiero. Y ustedes… ustedes no son más que juguetes extendiendo lo inevitable. Serán aniquilados. No hay victoria posible.

Cristina apretó los dientes. Su mirada se endureció.

—¿Puedes callarte un segundo?

Angélica parpadeó, sorprendida.

Cristina alzó un dedo.

—Esto… esto es exactamente como el episodio 47 de "Guardianes del Caos Estelar", ¿recuerdas, Natsu? ¡La invasión de las copias sombra! Donde el prota peleaba contra un ejército infinito que solo existía por una ilusión mental sostenida por el villano con complejo de dios.

Natsu frenó un segundo entre explosiones, aún en guardia.

—¡Sí! ¡Ese! ¡Ese donde la clave era romper el ritmo de la creación!

—¡Exacto! —gritó Cristina—. ¡No eran infinitos, solo se multiplicaban cuando actuaban por impulso! Si rompían la sincronía, se colapsaban. ¡Era un truco mental vinculado al patrón de energía!

Natsu sonrió con fiereza.

—¡Ya entendí! ¡Esto no es una pelea, es una canción! Y es hora de cambiarle el ritmo.

Con un rugido que nacía desde lo más profundo de su pecho, Natsu clavó sus tonfas al suelo y provocó una oleada explosiva de fuego en forma de anillo. Los demonios más cercanos fueron pulverizados en segundos.

Angélica frunció el ceño, por primera vez inquieta.

—¿Qué están haciendo?

—Lo que los verdaderos fans siempre hacen —gritó Cristina—. Aplicar lo aprendido de sus series favoritas.

Natsu se movía ahora con ritmo errático, imposible de predecir. Cambiaba de dirección al azar, aceleraba y frenaba sin lógica aparente, lanzaba explosiones en secuencias irregulares, como si estuviera improvisando una coreografía caótica. Pero no era caos. Era estrategia. Era disonancia táctica.

Y funcionaba.

Los demonios comenzaron a chocar entre sí, desorientados. Al romper el flujo armónico de su creación, perdían coherencia física, se tambaleaban, se disolvían. Ya no aparecían en parejas, ya no se regeneraban con la misma facilidad.

Angélica retrocedió un paso.

—No... no puede ser...

Natsu dio un salto acrobático, sus tonfas envueltas en llamas. Gritó desde lo alto:

—¡YO PONGO LAS REGLAS DE ESTA PELEA!

La explosión que siguió fue devastadora. Un estruendo absoluto, como si un trueno hubiese golpeado el corazón del edificio. Las paredes vibraron. El techo se agrietó. El fuego se extendió como un rugido de dragón furioso. El campo entero se iluminó en un resplandor naranja, cegador.

Cristina se protegió entre los escombros, mirando con orgullo a su compañero.

—Buen trabajo, idiota.

Angélica se protegía del viento con un brazo. Su sonrisa había desaparecido.

Pero sus ojos... sus ojos aún destilaban arrogancia.

—Pueden derribar mis demonios... pero no me derribarán a mí. Esto aún no ha terminado.

Natsu aterrizó con un golpe seco, el suelo bajo sus pies agrietado. Se alzó lentamente, el fuego aún bailando a su alrededor.

—Entonces ven tú misma —dijo con voz firme—. Porque ya limpié el escenario. Ahora es uno contra uno.

El aire vibraba con una tensión densa como plomo. Aún humeaban los restos de los demonios destruidos cuando Angélica soltó una risa aguda, altiva, como una campanada burlona en un funeral.

—¿Uno contra uno, dijiste? —preguntó, con las cejas alzadas—. Qué ternura. ¿De verdad crees que mi VOOG es solo eso… sombras y números? No has entendido nada.

El suelo comenzó a temblar.

Las piedras vibraban. Las paredes crujían. Desde la penumbra, una figura monstruosa emergió, arrastrando su cuerpo masivo con pasos lentos pero pesados. Cada pisada era un golpe en el corazón de la tierra. La oscuridad parecía apartarse de su camino con respeto.

Era un ogro gigantesco, de al menos tres metros de alto, con músculos retorcidos como columnas de acero, ojos incandescentes y una armadura incompleta hecha de placas flotantes de sombra. Su boca estaba cosida con alambre, y de sus hombros colgaban cadenas rotas que aún chirriaban.

—Te presento al verdadero Azazel —dijo Angélica con una reverencia irónica—. Su despertar lo separa del cuerpo primario. Divide su esencia para canalizar su poder de manera pura… y ahora, ha dejado de jugar. Ahora comienza la pelea real.

Cristina retrocedió un paso, su rostro reflejando el impacto de esa presencia abrumadora.

—Oh no… esto es como el capítulo 28 de "Puño de Maná Rojo". —murmuró, con una mezcla de alarma y reconocimiento.

Natsu giró la cabeza un segundo.

—¿Ese donde el malo final tenía una forma sellada y luego apareció como un demonio gigante indestructible?

—¡Exacto! ¡Y el héroe tenía que encontrar la debilidad antes de que lo aplastaran como un insecto!

Angélica giró hacia Cristina con desdén.

—¿En serio están comparando esto con caricaturas? Qué desesperante. Este es un poder auténtico. Esta es la verdad de lo que somos. Ustedes viven en fantasías… nosotros las destruimos.

Natsu alzó la mirada hacia el ogro. Sonrió. Esa sonrisa tosca, despreocupada, pero encendida con fuego puro.

—Entonces voy a hacerlo volar en mil pedazos, igual que en ese capítulo.

Sin esperar respuesta, se lanzó al frente con toda la potencia de su VOOG. Su cuerpo giró sobre sí mismo, impulsado por explosiones consecutivas en los pies, los codos, las rodillas. Cada movimiento era una detonación. Cada golpe, una llamarada.

BOOM. BOOM. BOOM.

Natsu atacaba con una furia despiadada, una danza explosiva de fuego y rabia. Golpeó al ogro en el estómago, luego en la mandíbula, giró y explotó sobre su espalda. Pero Azazel apenas retrocedía. Sus músculos absorbían el impacto como una muralla viva.

Y entonces Azazel lo golpeó.

Fue un simple manotazo… pero envió a Natsu volando veinte metros por el aire. Se estrelló contra una pared, que se desmoronó con el impacto. Cristina gritó su nombre y corrió hacia él, pero se detuvo cuando lo vio levantarse de nuevo.

—¡Estoy bien! ¡Esto no ha terminado! —rugió Natsu, escupiendo sangre.

Azazel corrió. Una mole de piedra y carne oscura que se movía como un tren fuera de control. Natsu apenas esquivó el primer golpe, pero el segundo lo atrapó de refilón. Una explosión amortiguó parte del daño, pero su cuerpo aún fue lanzado al suelo con fuerza.

Angélica observaba todo con satisfacción, sus brazos cruzados.

—¿Ves, niña? Así se aplasta la esperanza. No con discursos, ni con gritos… con peso, con presencia. Azazel no se desgasta, no se detiene. Tu VOOG podrá jugar con fuego todo lo que quiera, pero al final solo es una chispa contra un incendio.

Cristina cerró los puños, mirando la escena con creciente frustración.

—No me interesa tu filosofía barata. Esto es solo poder bruto. Y hasta el poder más grande tiene un punto débil.

Angélica sonrió.

—Entonces encuéntralo… si puedes.

El combate seguía. Natsu se impulsaba entre explosiones, lanzando ráfagas en diagonal, girando, intentando desequilibrar al gigante. Pero Azazel era demasiado resistente. Sus golpes hacían temblar el suelo. Cada vez que Natsu lograba impactarlo, parecía que el daño no era más que cosmético.

El ogro lo aplastó contra el suelo con un puñetazo. Cristina gritó, pero Natsu usó la explosión para escabullirse, saliendo a duras penas por el lateral.

—¡Esto es... difícil! —jadeó, con sangre bajando por su frente—. No voy a mentir… me está rompiendo los huesos.

—¡No puedes rendirte! —gritó Cristina desde el fondo—. ¡No sin saber qué lo mantiene funcionando! ¡En el capítulo 28…! ¡El héroe se dio cuenta que el núcleo de poder estaba en la espalda, justo debajo de la primera costilla flotante!

Natsu bufó, sonriendo a pesar de todo.

—¿Estás diciendo… que tengo que ir por la espalda de un ogro de tres metros que me ha lanzado como un saco de papas tres veces?

—¡Exactamente!

—Genial. ¡Eso suena como una cita romántica para mí!

Y rugiendo con renovada energía, Natsu corrió hacia el enemigo una vez más, esta vez con un objetivo claro.

Cristina cerró los ojos un segundo, concentrándose. Había algo raro en cómo se movía Azazel, en la forma en que su sombra parecía más densa en ciertos lugares, como si algo palpitara debajo de su piel...

Ya casi lo tengo… sólo un poco más...

Las explosiones no cesaban. El patio entero era un campo de batalla en llamas. Cada paso de Natsu venía acompañado por una detonación, cada giro una llamarada. Azazel, enorme y casi imparable, se veía asediado desde todos los ángulos: la espalda, los costados, los tobillos, el cuello. Natsu saltaba entre los escombros, una tormenta viva de pólvora y voluntad.

—¡Vamos, Natsu! —gritaba Cristina desde la distancia—. ¡¡Tú puedes!! ¡¡Dalo todo!!

Azazel intentó responder. Una de sus manos se alzó y lanzó un golpe directo. Impactó de lleno en el abdomen de Natsu, quien fue lanzado hacia atrás, su cuerpo girando por el aire. Al caer, escupió un chorro de sangre.

Pero en lugar de quedarse en el suelo, se impulsó con una explosión y aterrizó en pie.

—¡Lo tengo... justo donde quiero! —gruñó con una sonrisa llena de dientes, fuego y sangre.

Y entonces atacó de nuevo.

Con una furia creciente, Natsu desató una serie frenética de golpes con sus tonfas, cada uno cargado de una mini explosión concentrada. Una, dos, diez, veinte… cientos de estallidos comenzaron a envolver el cuerpo de Azazel. Las sombras vibraban, crujían, temblaban.

La velocidad y la fuerza de Natsu se dispararon. Era una avalancha de energía imparable.

Azazel, en lugar de retroceder, se rió.

Una risa grave, gutural, como si se burlara de un mosquito en medio de una tormenta.

—¡No lo escuches! —gritó Cristina, con la voz al borde de quebrarse—. ¡¡Sigue!! ¡¡Usa eso que aprendimos… ese nuevo poder!!

Natsu giró sobre sí mismo con una patada que generó una explosión doble y luego volvió a cargar.

—¡Sí! —rugió con todas sus fuerzas—. ¡¡Yo también… he despertado mi poder hace poco… y te juro que vas a probarlo!!

Cristina lo supo en ese instante. Sintió el cambio en el aire, la presión aumentar, el calor envolver todo. Corrió, buscando cobertura.

—¡Oh no! ¡Esta explosión va a destruir todo el patio… y tal vez medio almacén! —dijo mientras se resguardaba.

Natsu dio un último paso, la piel iluminada en un tono rojo intenso, y gritó con una voz que pareció romper el cielo:

—HABILIDAD DESPERTADA: ¡¡GOLPE NUCLEAR!!

Sus tonfas se encendieron como soles en miniatura. Y luego vino el impacto final.

Un destello blanco iluminó todo el lugar por un segundo eterno. Las ventanas de los alrededores estallaron en mil pedazos, los edificios cercanos temblaron y comenzaron a desmoronarse, las estructuras crujieron como papel mojado. El aire fue arrancado de los pulmones de cualquiera en las cercanías. Una onda expansiva rugió, arrasando todo a su paso con un estruendo tan brutal que parecía que el mundo se partía en dos.

Cristina, con los brazos cubriéndose los oídos, salió volando por la presión, su cuerpo arrastrado varios metros por el suelo. El ruido era tan insoportable que solo quedaba el zumbido agudo en su cabeza. Todo estaba envuelto en polvo, humo, calor… y silencio.

Por un instante, el mundo se detuvo.

Cristina se incorporó con dificultad, sacudiéndose los escombros, la ropa rasgada, y el cuerpo temblando. Se sostuvo en pie, tambaleándose, y corrió. Corrió como si la vida se le fuera en ello.

—¡¡¡NATSU!!! —gritó con todas sus fuerzas.

Y entonces lo vio.

En el centro del cráter humeante, entre los restos de lo que alguna vez fue un patio, estaba Natsu, de pie, tambaleándose, cubierto de sangre, la ropa completamente chamuscada, y su cuerpo lleno de moretones y cortes.

Pero aún así, con voz ronca y jadeante…

—¡Yo... gano! —dijo, alzando un brazo tembloroso hacia el cielo.

Cristina corrió hacia él, se lanzó sobre su pecho y lo abrazó con fuerza, conteniéndose para no llorar.

—¡Lo lograste! ¡Idiota, lo lograste!

Natsu se rió, aunque le dolió hasta el alma hacerlo.

—No puedo volver a usar esa habilidad por... no sé, ¿una semana? ¿Tal vez dos?

Cristina lo miró, con el rostro negro por el humo, pero los ojos brillando.

—Después de esto, nos vamos de vacaciones. No me importa lo que esté pasando en el mundo. Playa, sol, y nada que explote.

Natsu cerró los ojos con una sonrisa débil.

—Me apunto…

Y se desmayó con el cuerpo aún en pie, sostenido por el abrazo de Cristina.

El cráter aún humeaba. Y aunque las paredes temblaban, el aire ardía, y los escombros tapaban el cielo...

Natsu había ganado.

El aire aún olía a quemado. La tierra estaba agrietada. Y entre los restos de un edificio parcialmente colapsado, Jonny y Mai avanzaban tranquilos, como si todo aquello fuera solo un paseo entre ruinas.

A lo lejos, dos figuras los esperaban: Daniel, de brazos cruzados, con su abrigo moviéndose al viento, y Henry, sereno como de costumbre, con una leve sonrisa.

Jonny fue el primero en hablar, su voz desbordante de actitud.

—¡Veintitrés! —gritó, alzando ambas manos—. ¡Derrotamos a veintitrés de esos tipos! ¡Doce Mai y once yo! Y uno lo dejé tan feo que seguro va a renunciar a la Cábala y poner un café vegano.

Henry soltó una pequeña carcajada.

—Eso fue un trabajo impresionante, Jonny. De verdad.

Pero Daniel no se inmutó.

—Lástima que no superaron mi marca —dijo con aire de falsa modestia.

Mai, extrañamente interesada, ladeó la cabeza.

—¿A qué te refieres?

—Eliminé a cincuenta y siete —respondió Daniel, sin siquiera parpadear.

Henry asintió.

—Y lo hizo en menos de una hora. Parece que nosotros seguimos siendo los más fuertes.

Jonny, ya con la sangre ardiendo, tomó a Daniel por la camisa.

—¡¿Tú y tus numeritos otra vez, eh?! Siempre con esa maldita competencia de “mira qué tan genial soy”... ¡eres un tonto arrogante!

Daniel lo miró fijamente.

—Y tú sigues siendo un gritón con complejo de protagonista de shonen barato.

—¡¿Qué dijiste, imbécil?! —Jonny lanzó el primer empujón y la pelea estalló entre ambos, con puñetazos, insultos, y una nube de polvo subiendo a su alrededor.

Mientras tanto, Mai se colocó al lado de Henry, sin perder la calma.

—Siempre han sido así —dijo ella, observando los golpes volar—. No pueden pasar cinco minutos sin querer medirse el ego.

Henry, sin dejar de sonreír, asintió.

—En el fondo, creo que es lindo. Esa rivalidad los hace más fuertes. Solo que ojalá no destruyeran la base cada vez que se pelean.

Mai, con la mirada aún fija en el horizonte, preguntó:

—¿Crees que esa explosión gigante de hace un rato fue cosa de Natsu?

Henry se cruzó de brazos, meditando.

—Probablemente. No me sorprendería si despertó su habilidad completa. Él y Cristina tienen una de las mejores conexiones VOOG-humano que he visto. Intuitiva, pura... sincronía total.

—Sí —dijo Mai, con una leve sonrisa—. Son impresionantes. Todos lo son. Este equipo... tiene un potencial que asusta. Pero también emociona.

—¡Chicos! —gritó Henry de pronto, mirando a los peleadores que rodaban por el suelo—. ¡Basta ya! ¡Tenemos que reunirnos con los demás y averiguar qué está pasando!

Jonny y Daniel se detuvieron un segundo, uno encima del otro, ambos con los labios rotos y las camisas arrugadas.

—Está bien… pero solo porque me cansé de ganarte, tonto —murmuró Jonny.

—Lo dices tú —replicó Daniel, empujándolo.

Mai rodó los ojos, ya caminando en dirección contraria.

—Idiotas.

En un corredor bañado por luces rotas y sangre seca, ocho miembros de la Cábala Nocturna yacían en el suelo, derrotados, inconscientes o retorciéndose de dolor. Algunos aún intentaban arrastrarse. Otros ni eso.

Alex estaba en el centro, cubierto de heridas, con el pecho desnudo y los puños rojos. Respiraba con dificultad, pero su mirada seguía tan feroz como siempre.

—¿Esos fueron todos? —preguntó, como si quisiera más.

Deirdre apareció desde detrás de una columna caída, con su vara aún encendida. Señaló hacia el fondo de la sala.

—Mira.

Alex giró. Entre los escombros, una joven encadenada yacía semiinconsciente, su ropa sucia, sus ojos entreabiertos, como si apenas pudiera creer que seguía viva.

—Por fin —murmuró Alex, caminando hacia ella con pesadez—. Por fin llegamos a la chica.

Deirdre, a su lado, guardó su arma y asintió.

—Un paso más cerca del fin de esta locura.

Ambos miraron a la joven. Ella intentó hablar… pero cayó desmayada antes de poder pronunciar palabra.

La sala quedó en silencio.