La Identidad del enemigo

Cuando Luis finalmente me dejó pasar para que siguiera mi camino hacia mi carro, no podía dejar de hacerme la misma pregunta: ¿por qué había aceptado cenar con él al día siguiente? Sabía que si alguien de la universidad me veía en una cita con él, sólo alimentará aquellos rumores. Sin embargo, también pensé que podría usar esa salida para saber más de él y descartar si realmente estaba detrás de todo esto. Esta vez tenía que ser más astuta que mi rival y saber mover las fichas en este juego sin que él se diera cuenta de que ya conocía sus verdaderas intenciones.

Cuando llegué a mi coche, donde me esperaba Alex, de inmediato me hizo una pequeña escena de celos. No les miento, me encantó verlo así, pero en el fondo sabía que no podía confiar en él hasta que todo esto se resolviera. Aunque quería creer que no estaba detrás de todo, ya que se había vuelto una persona muy importante para mí en este poco tiempo que llevábamos conociéndonos.

Al día siguiente, mientras iba rumbo a la universidad, recibí un correo del director con la información de todos mis compañeros de clase. Fue entonces cuando me di cuenta de que Luis pertenecía a la segunda familia más poderosa del país. Su familia era dueña de uno de los equipos de fútbol más importantes del pais, y su padre era una figura destacada en el mundo de los deportes. Por otro lado, Diana no pertenecía a las ocho familias más poderosas, pero su familia era reconocida por tener la mejor genética de ganado en todo el país. La mayoría de mis compañeros eran hijos de empresarios y abogados, pero el nombre que más me llamó la atención fue el de una compañera llamada Melisa. Cada vez que intentaba ver su información, el sistema arrojaba un error. El director me explicó que eso siempre ocurría con sus datos. Ya en el salón, me puse a observar, ya que ella era todo un misterio.

Cuando terminaron las clases del día, me di cuenta de que había olvidado por completo la cita que tenía con Luis. ya sabía que no podía ir a casa a cambiarme. Sabía cómo se pondrían mis hijos si me veían así, así que decidí ir a un centro comercial cerca de la universidad. Allí me compré un vestido negro y unos tacones rojos. En la misma tienda me arreglé, y me encantó verme en el espejo. El vestido resaltaba mi belleza. Cuando ya estaba a punto de encontrarme con Luis en el lugar acordado, sonó mi teléfono. Dudé un poco al contestar, ya que era un número desconocido, pero al final respondí. Fue en ese momento cuando me dieron la noticia de que mi padre había tenido un accidente. Se había caído por las escaleras de su casa y lo habían llevado al hospital. A lo lejos, vi cómo Luis se acercaba, pero sin decir nada, me subí al coche y me dirigí al hospital, dejándolo plantado.

Al llegar al hospital, pude ver el rostro de mi madrastra. Noté que fingía estar preocupada por mi padre. Mi esposo se acercó a mí y me dijo que mi padre acababa de salir de la operación, que había sido un éxito, pero que en ese momento estaba sedado y que no permitirían que nadie lo viera hasta el día siguiente. Le pregunté cómo había ocurrido el accidente, y me dijeron que lo encontraron inconsciente en el suelo. Esa noche decidí quedarme en el hospital para estar al tanto de cualquier novedad sobre mi padre. A las 7 de la mañana, me dieron permiso para verlo por un tiempo. Al entrar en la habitación, pude ver su rostro de molestia. Él odiaba los hospitales.

—Haz todo lo necesario para que me saquen de este hospital, hija —dijo mi padre.

—¿Cómo te sientes, padre? No sabes el susto que nos diste a todos —respondí.

—Estoy bien. Ya estoy listo para pelear de nuevo. Quiero irme de aquí. Tú más que nadie sabes que odio los hospitales. Haz todo lo posible para sacarme —insistió.

—Lo siento, padre, pero no lo haré. Tienes que quedarte unos días más mientras te hacen unos exámenes. El golpe que sufriste fue demasiado fuerte —dije.

—¿No ves que estoy bien? —replicó.

—Además, cuando te den de alta, he dado la orden de que te lleven a la propiedad que tienes en el campo hasta que te sientas mejor —añadí.

—Tú no decides en mi vida, hija. Si me voy, ¿ quién se hará cargo de la empresa? —preguntó.

—La empresa puede hacerse cargo, tu socio mientras tú te tomas unas vacaciones. Ya no estás para aguantar tanto estrés. Tu cuerpo necesita un descanso. El doctor nos advirtió que si sigues esforzándote más de lo que puedes soportar, podrías sufrir un infarto. Es posible que te hayas caído por las escaleras debido a un micro sueño, ya que no duermes bien. Ya no eres un jovencito —le dije.

Pasé toda la mañana del sábado acompañando a mi padre. Al mediodía, me retiré a casa para descansar antes de regresar. Decidí ir a la residencia de mi padre para entregar la ropa que llevaba y ordenar a una de las empleadas que le llevara ropa limpia al hospital. La sorpresa que me llevé fue cuando, al llegar a la propiedad, me percaté de que mi madrastra estaba reunida con una joven en la entrada de la casa. Vi cómo le entregaba un sobre a esa chica. Cuando me acerqué un poco más en mi coche, estacionado donde no me veían, me di cuenta de que la joven que hablaba con mi madrastra era una de mis compañeras de la universidad: Melisa, la que su información decía "error". Fue entonces cuando me di cuenta de que ni Luis, ni Alex, ni Diana estaban detrás de los rumores. La verdadera responsable era mi madrastra. Sabía que sus planes de quedarse con lo de mi familia estaban en peligro, y con la ayuda de Melisa, buscaba la forma de que yo fuera expulsada de la universidad. Les tomé una foto a ambas. Ahora conocía a mi verdadero enemigo. Tenía que saber cómo poner de nuevo la balanza de este juego a mi favor. Esa foto me serviría para descubrir cuál era la conexión entre ellas dos.

Ya en casa, me encontraba en mi estudio, pensando en lo que debía hacer. Sabía contra quién me estaba enfrentando, pero también tenía claro que no podía hacerlo sola. Necesitaba aliarme con alguien, aunque fuera con una persona que detestaba profundamente. Él era el único que podía ayudarme en todo esto. Busqué en mi agenda su número y, cuando lo encontré, dudé unos segundos antes de llamar. Hacía casi veinte años que no hablábamos. Cuando contestó, su voz me provocó un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo. Sentí asco al escucharlo.

—Bueno, ¿con quién hablo? —preguntó.

Me quedé unos segundos sin responder.

—Soy yo, Ana —dije finalmente.

—¿Qué milagro es este? Hace veinte años que no escuchaba tu voz, mi querida Ana —respondió.

—Me enteré de que hace un mes llegaste a la ciudad. Te estoy llamando para que nos veamos en la cafetería del centro mañana a las doce del mediodía. No faltes, es algo urgente —dije.

—Allí estaré, mi querida Ana —respondió.

El domingo por la mañana, a mi padre le dieron de alta en el hospital. Tal como ordené, fue llevado a su propiedad en el campo, mientras que el socio de mi padre se hacía cargo del Grupo del Castillo. Además, sería vigilado por una persona de confianza dentro de la empresa. A mi madrastra no le gustó la idea de que lo llevaran allí, ya que ella tendría que acompañarlo. Sin embargo, esto me beneficiaba: mientras ella estuviera en la casa del campo, yo podría averiguar más sobre sus verdaderas intenciones. ¿Por qué se había casado con mi padre? ¿Y por qué quería que me expulsaran de la universidad?

Cuando se llevaron a mi padre, me acerqué a mi suegra, quien me había acompañado al hospital ese día.

—Suegra, voy a pedir un Uber para que te lleve a casa —dije

—¿Tú no vas a ir, Ana? —preguntó, mirándome con preocupación.

—Debo ocuparme de unos asuntos primero. Son cosas muy importantes —respondí con firmeza.

Cuando mi suegra se fue en el Uber, yo me dirigí hacia la cafetería donde me reuniría con la única persona que podría ayudarme en todo esto. Mi corazón latía a mil por hora, y cada segundo que pasaba sentía que la ansiedad me consumía. Al llegar, pedí un café y me senté a esperar. Mientras tomaba sorbos lentos de mi taza, intentaba calmarme. Finalmente, él llegó. Al verlo entrar, sentí ese odio que llevaba dentro de mí desde hacía veinte años, se sentó frente a mí e intentó tomar mis manos con las suyas, pero de inmediato las retiré de la mesa. No quería que me tocara. Le hablé claro, sin siquiera mirarlo a los ojos.

—Te mandé a llamar no para verte, sino para hacerte una oferta de trabajo —dije con voz fría.

—¿De qué se trata esa oferta, mi querida Ana? —preguntó, con una sonrisa que me provocó escalofríos.

—Quiero que hagas algo por mí. Te pagaré muy bien por este trabajo —respondí, manteniendo la compostura.

—¿Quieres que desaparezca a alguien de la faz de la tierra? —preguntó, con un tono que pretendía ser chistoso, pero que solo aumentó mi desprecio hacia él.

—Quiero que investigues a dos personas. Necesito saber todo sobre ellas: qué hacen, cuál es su pasado. No me importa el método que uses —dije,

 mientras le pasaba un sobre con la foto de mi madrastra y Melisa, junto con un adelanto en efectivo.Él abrió el sobre, miró su contenido y lo guardó en su traje. Luego, se puso de pie con esa actitud arrogante que siempre lo caracterizó.

—Verás, mi querida Ana, que no fallaré en este encargo —dijo, con una sonrisa que me hizo sentir incómoda.

Por último, lo miré directamente a los ojos y le advertí:—No me falles de nuevo, Nicolás, como lo hiciste hace veinte años. Y mantén tus sucias manos lejos de mí.

—Te demostraré que puedo ser muy útil para ti —respondió, antes de dar media vuelta y salir de la cafetería.

Cuando se fue, finalmente pude relajarme. Estaba al borde del agotamiento, como si hubiera hecho un pacto con la muerte. Sabía que trabajar con Nicolás era peligroso.