Narradora: Luna Rossi
Los dedos de la intrusa se entrelazaron con los de Lord Bragmus, acomodándose el cabello con una calma estudiada mientras mordía ligeramente su labio. Sin soltar al rubio, sus pasos firmes la acercaron a mí sin una palabra de más.
Tan cerca que pude ver cómo sus ojos me recorrían, como si estuviera viendo algo que la sorprendiera.
—Vaya, definitivamente eres una copia de Maisha —soltó, sin disimular su asombro. Retrocedió levemente, clavando su mirada en Bragmus, buscando una reacción de su parte, pero él no movió ni un músculo.
¿Por qué comparaba a mi madre conmigo tan abiertamente? El frío que acompañaba sus palabras me molestaba más de lo que podía admitir. No era la primera vez que alguien lo hacía, pero esta vez me golpeó de forma diferente.
—¿Vamos, no vas a decir nada? —insistió—. Solo le faltan los ojos verdes para ser su reflejo. Es como ver un fantasma...
Su tono, antes lleno de arrogancia, se desvanecía con cada palabra, como si su confianza estuviera desmoronándose ante la indiferencia de Bragmus, que se mantenía como un mero espectador, siguiéndola con la mirada sin soltar su mano.
La comparativa duele. Todos los días en el espejo veo a quien pudo ser mi madre, pero soy solo yo y me fastidia que nadie entienda realmente lo mucho que duele.
—Perdón, ¿qué acabas de decir? —interrumpí, más aguda de lo que pretendía.
La mujer sonrió con frialdad. Sentí una presencia extraña en mi mente, algo provocaba una presión constante que me sofocaba lentamente.
{¿Puedes no interrumpir?}
Su voz retumbó en mi cabeza, haciendo que todos mis sentidos se pusieran en alerta. Era como una invasión que reconocía demasiado bien: lo que ella hacía me recordaba a lo que yo le hacía a Logan cuando controlaba su mente. Pero no sabía cómo detenerla.
Se me acercó de nuevo, con pasos medidos, y habló con una calma aterradora.
—Digamos que conocí a tus padres, pero no de la manera que te imaginas. Fueron muy conocidos por el común de la gente. Kayn y yo los conocimos mejor que nadie, salvo quizás Jessi y Marriot.
Soltó la mano de Lord Bragmus y se inclinó hacia mí, tan cerca que el aire se volvió denso. Quise retroceder, pero mi cuerpo no reaccionó. Estaba atrapada en sus garras.
—¿Quién es Kayn? —pregunté, la voz apenas escapando de mis labios.
—Shh —colocó un dedo en sus labios, sus ojos brillando con malicia—. Aquí la que hace las preguntas soy yo.
Su sonrisa se curvó con una crueldad que erizaba mi piel.
—Y debo decir que eres exactamente como tu madre.
Acercó su rostro a mi oído y susurró:
—Tanto, que lo detesto.
Esas palabras vinieron acompañadas de una oleada de imágenes frenéticas. La emboscada, el combate, el sepulcro, la noche del ataque. Logan... La intensidad era abrumadora, y mi mente luchaba por escapar de su control, pero estaba atrapada. No podía moverme, no podía gritar.
—¡Suficiente!
La voz de Lord Bragmus resonó como un trueno en la habitación. De repente, las imágenes se disolvieron como azúcar en el agua, lentamente, pero dejándome melosa. Ella lo había provocado.
Respiré con dificultad, intentando volver a la realidad. Mi mente seguía nublada, y la presencia de esa mujer todavía se sentía en mis pensamientos. Lord Bragmus dio un paso en su dirección, sus ojos cargados de una molestia que antes no había mostrado.
—¿Te parece divertido, Pantera? —preguntó él con severidad.
Estaba temblando, mis piernas apenas me sostenían, pero sentía el peso de su autoridad incluso sin verlo. Ese apodo... Así que era ella. La líder del escuadrón Omega, la mano debajo de la mesa de Bragmus y la psíquica más temida de todo el continente, miembro de la Trifarix. Estaba intentando sobrevivir ante la Comandante Pantera.
—Por ahora, sí, Kayn —respondió ella con un tono burlón. Avanzó hacia mí de nuevo, levantando mi quijada con su dedo índice, forzándome a mirarla. Sus ojos, oscuros y perturbadores, me observaban con la satisfacción de alguien que acaba de ganar una partida que solo ella jugaba.
—Y estoy muy decepcionada —soltó, acompañando sus palabras con una sonrisa triunfante antes de regresar al lado de Bragmus. Era como si me hubiera castigado por un error que ni siquiera sabía que cometí.
—Deja de llamarme así, y, sobre todo, no lo hagas frente a ningún soldado —dijo Lord Bragmus con frialdad.
Mi mente apenas podía procesar lo que sucedía, pero una cosa quedaba clara: había algo más entre esos dos. La confianza con la que se hablaban, el intenso contoneo al caminar de Pantera frente al Lord y que este dejara que lo llamen por ese nombre... ¿Será el suyo?
—¿Kayn? —pregunté mientras intentaba recuperar el aliento, mi voz apenas un eco entre las palabras que Pantera había dejado en mi mente.
—Sí, ese es el nombre de Lord Bragmus —respondió ella con una sonrisa maliciosa—. Es normal que alguien como tú no lo conozca... pero ya que estamos, vamos a divulgarlo un poco.
Su tono burlón parecía escarbar en mi cabeza con la misma facilidad con la que invadía mis pensamientos. Era hábil, demasiado hábil, como si esta invasión fuera un juego para ella.
Intenté apartarla de mi mente, pero cada esfuerzo solo hacía que profundizara más. Necesitaba distraerla. Tenía que encontrar una forma de romper su control, aunque solo fuera por un momento.
—Dije que fue suficiente, Kalipso.
La voz de Kayn Bragmus resonó como un cañonazo en la habitación pese a no haberse exaltado, silenciando de golpe la opresión que sentía en mi cabeza. Su tono era frío, imponente, y al mismo tiempo amenazante. Sus ojos brillaban con una furia controlada que parecía contenerse a duras penas. Era como si el aire mismo hubiese cambiado con el peso de su presencia.
Por un momento, todo se detuvo. Pantera, o, mejor dicho, Kalipso, lo observó en silencio, su mirada calculadora perdía parte de su brillo. Yo temblaba, pero no solo de miedo, también de la sobrecarga que había estado soportando. Mi mente estaba al borde del colapso, y mi cuerpo se sentía pesado, cada segundo de su invasión me drenaba como si me estuviera desangrando.
Bragmus avanzó, sus pasos calculados, interponiéndose entre nosotras como un muro. Sentí su presencia como un escudo, protegiéndome de la opresión de Pantera. Por un instante, algo dentro de mí se aferró a él como a un barandal en caída. Pantera no se lo tomó bien.
Ella retrocedió apenas, pero su mirada no dejó de seguirlo. El control mental que ejercía sobre mí seguía latente, pero ya no era tan fuerte. Mis pensamientos aún estaban enredados, pero la voz de Bragmus había debilitado su poder. Mi boca sabía a hierro, un gusto amargo que reconocía demasiado bien: el cansancio de luchar por el control de mi propia mente.
Kayn Bragmus habló, estaba molesto, se notaba pese a su aparente calma e indiferencia.
—He sido demasiado permisivo contigo, Pantera, y también contigo, Luna.
Su tono era gélido, calculado, pero no para lastimar, sino para corregir.
—Te permití conocerla, tal como solo los psíquicos saben, pero creo que cometí un error. La viste como una presa en tu jaula. No tuviste piedad. La trataste como una intrusa en tu territorio.
Sus ojos brillaban con severidad. Las venas de su cuello se marcaban poco a poco, estaba calculado, pero parecía que Pantera le había quedado mal. Estaba decepcionado, tanto que ella lo sintió sin que él tuviera que decirlo. Su expresión habló por ella: una mueca le arrebató la sonrisa y sus cejas contraídas la asemejaban a un gatito regañado.
—Me has defraudado, Kalipso —agregó con una calma que dolía como el grito más violento, penetrando en la Comandante cuyas manos no dejaban de temblar.
Yo también sentí el impacto. Por primera vez desde que había entrado en la habitación, Pantera parecía desarmada. Sus ojos azules, que antes brillaban con malicia, se habían apagado. Tal parece que el reproche la había golpeado con fuerza, más allá de lo que habría esperado de una simple reprimenda.
Era justo lo que necesitaba. En ese momento, la presión en mi mente se alivió. La intrusión de Pantera cesó, y un espacio de claridad volvió a mí. Respiré hondo, tratando de procesar lo que acababa de suceder.
Esta era mi oportunidad. Tenía que actuar ahora. Me obligué a reunir todas las fuerzas que me quedaban y a aguantar la poca estabilidad que aún tenía. Había estado defendiendo mi mente todo este tiempo, pero ahora era mi turno de jugar. Pantera había movido sus piezas y Bragmus la había neutralizado. El cansancio seguía presente, pero la determinación también.
Seré yo quien ataque ahora.