Los Veteranos

La residencia Pino Verde vio salir el sol con una gran conmoción. La enfermera tuvo que llamar al doctor en horas de la madrugada. La situación del señor Santana había empeorado de repente, y tuvieron que llevarlo al hospital. Los trabajadores de la residencia de ancianos estaban preocupados; era de conocimiento común que había mucha corrupción relacionada con el funcionamiento de la institución.

Algunos estaban pensando en lo que pasaría si el edificio se cerrara. Para los trabajadores, significaría el desempleo, y para los fantasmas, la idea de no tener luces durante la noche significaba que los Glotones estarían libres para merodear sin restricciones toda la noche. Su única oportunidad de supervivencia probablemente era encerrarse en alguna habitación para siempre, pero aun así, sin los vivos que les dieran algo de energía, podrían convertirse en Glotones ellos mismos. Otros tenían la esperanza de que el cierre de la institución pudiera, de alguna forma, romper la maldición que les encarcelaba y liberarlos, aunque nada apuntaba a eso.

John tuvo una conversación al respecto con Martín mientras practicaba. Ya había pasado más de un mes desde su muerte y llegada a la residencia de ancianos. Sin embargo, se sintió como si hubieran pasado años. No había necesidad de dormir, así que se perdía esa sensación de reinicio que venía con cada nuevo día. A estas alturas, cada día era el mismo día; el sol se ponía y volvía a salir, pero para los fantasmas nada cambiaba, siempre estaban despiertos.

Mientras tanto, Elizabeth visitó la habitación de Willy.

—El viejo Santana está a punto de morir —dijo la chica.

—Lo sé —coincidió Willy.

—¿Qué crees va a pasar?

—No tengo ni idea. Pero hasta donde sabemos, hay una alta probabilidad de que cierren este lugar —Willy levantó la cabeza y miró el rostro de la chica.

—¿Cuánta energía tienes? —preguntó Elizabeth.

—Suficiente para un par de años o para darle a los Glotones un buen empujón dos veces, o tal vez tres. ¿Y tú?

—Más o menos lo mismo, supongo —calculó Elizabeth.

—No creo que el edificio se desperdicie; tal vez ya no lo usen como un hogar de ancianos, pero puede rehabilitarse para otra cosa. Todo lo que tenemos que hacer es sobrevivir hasta que lleguen los nuevos usuarios. Como lo hicimos hace veinte años.

Elizabeth entrecerró los ojos mientras miraba al pasillo.

—¿Crees que sospechen algo?

—No lo creo; tal vez Martín tenga sus dudas, pero en su mayoría, la excusa de que somos viejos fantasmas y necesitamos mucha energía sigue siendo suficiente —respondió Willy.

—¿Cómo está tu anfitrión?

—Se está aferrando a la vida, pero cada día su mente se aleja un poco más. Eso lo hace fácil de controlar, es como una marioneta, pero morirá pronto. Debería cambiar de anfitrión antes de eso; no quiero que se muera de repente durante una visita de los Glotones.

—Si lo peor llega a suceder, ¿qué planeas hacer con los demás? —Preguntó Willy con esa sonrisa torcida y espeluznante en su rostro.

—Están por su cuenta; sabes que no podemos cometer el mismo error otra vez. Cuando las cosas se ponen difíciles, la gente hace lo que sea para sobrevivir; no será diferente esta vez. Si obtienen suficiente energía para forzar una interacción, tendremos que gastar nuestra energía contra ellos. Demasiado arriesgado. Que los Glotones se los coman, nosotros tenemos que sobrevivir el mayor tiempo posible. Eso es todo —Elizabeth se dio la vuelta y salió de la habitación.

Willy agachó la cabeza entre las piernas y se quedó allí, sonriendo.

De vuelta en su habitación, Elizabeth volvió a aprovecharse de su anfitrión. Mintió; tenía mucha menos energía que Willy; en el mejor de los casos, podía empujar a un devorador dos veces. No confiaba en Willy; no confiaba en nadie. Aunque eran los únicos sobrevivientes de la masacre hace veinte años, no había mucha camaradería entre ellos.

Elizabeth comenzó a recordar los eventos del pasado. El hogar de ancianos fue cerrado temporalmente. Los residentes fueron trasladados a otros hogares de ancianos de forma temporal, mientras la residencia Pinos Verdes pasaba por unas necesarias obras y reparaciones.

En aquellos tiempos, había más de cien fantasmas en la casa. Robar energía de los vivos de manera constante era la norma; se turnaban; todos sabían cómo acumularla. De esa manera, podrían ofrecer alguna resistencia a los Glotones en una situación de emergencia; no era perfecto, pero podrían ganar algo de tiempo o sobrevivir hasta que se restableciera la electricidad. Pero también significa que podrían intentar redirigir a los Glotones hacia otro fantasma. Después de que los vivos abandonaron el lugar, por la noche el edificio se convirtió en el terreno de caza de los monstruos; no había nadie para arreglar el fusible, y aquellas abominaciones deformes podían vagar a sus anchas toda la noche. Willy y Elizabeth sobrevivieron por pura suerte. Los demás fantasmas desperdiciaron toda su energía, haciendo rebotar a los Glotones y tratando de atacarse unos a otros hasta que todos fueron devorados. Otra lección aprendida. Por eso mantuvieron el secreto entre ellos. Solo manteniendo una ventaja sobre los demás, podrían seguir sobreviviendo.

No hubo ataques de los Glotones durante la semana, ni siquiera luces parpadeantes. John estaba concentrado en su entrenamiento. Aun no había tenido éxito.

—Hum… no es solo la luz —Martín dijo de la nada.

—¿Qué? —Preguntó John, confundido.

Estaba concentrado en su dedo y la piel de la anciana, así que en realidad no escuchó lo que dijo Martín.

—No es solo la luz. A los Glotones no les gustan las fuentes de energía. Tal vez por eso no aparecen hasta que se funde el fusible y se corta toda la energía; podrían salir si las luces están apagadas, pero no lo hacen —explicó Martín.

—Entiendo, pero… ¿Qué hacemos con esa información?

—No mucho, pero tal vez haya otro lugar seguro en el edificio.

—¿La sala de máquinas? —John comentó como una opción.

—No, eso ya se ha intentado antes; no es seguro allí.

Después de ese momento, Martín comenzó a deambular por el edificio. Reexaminó las paredes una y otra vez; miró por cada ventana que pudo. Bajó al cuarto de máquinas. La caja de fusibles era demasiado pequeña para tener algún efecto. Si tan solo pudiera recordar o ver fuera del edificio, notaría la vieja farola que de alguna manera se quedó atascada en la esquina derecha de una de las ampliaciones del edificio hace veinte años. Los constructores eran perezosos, y el viejo poste de hierro estaba bien cimentado, así que en lugar de quitarlo, lo dejaron como parte de la estructura; ni siquiera se molestaron en revisar los tres metros de cable vivo que pasaban por el poste de metal y que aún estaba conectado a la línea principal de la calle.

Nadie sabía de eso; nadie sabía de ese lugar excepto Willy. Ese era su lugar en caso de que las cosas salieran mal algún día.

Una semana después, el señor Santana regresó, aún más débil y delgado que antes, pero vivo. Eran buenas noticias; todos se sintieron aliviados de que el anciano no hubiera muerto. Sin embargo, esa misma noche, los Glotones vinieron de visita. Como de costumbre, a las diez en punto, comenzó el espectáculo que les precedía.

—Luces, sonido, acción —dijo Martín, como si supiera que iba a suceder.

Los Glotones salieron de la pared como de costumbre, fueron primero por Willy y, después de fallar en atacarlo, empezaron a vagar por las otras habitaciones y atacaron a otros fantasmas. La habitación de Elizabeth ya estaba cerrada con llave. John y algunos otros estaban refugiados en la sala de estar. Entraron cuando uno de los trabajadores salió a arreglar el fusible, y mientras nadie abriera la puerta antes de que la electricidad volviera, se suponía que estaban a salvo.

La luz volvió a encenderse, los Glotones regresaron a la pared, no hubo bajas hoy, y todos los fantasmas fueron contabilizados. Sin embargo, las personas que salían de la habitación de Elizabeth no parecían nada felices.

—¿Qué pasó? —Preguntó John.

—El anfitrión de Elizabeth murió después de cerrar la puerta. Sobrevivieron por los pelos —Ramón respondió.

—¿Entonces, no hay ningún lugar seguro ahora?

—Tendrá que conseguir un nuevo anfitrión; en este caso, necesitamos a una persona mayor con una degeneración mental avanzada para que ella pueda forzarla a cerrar la puerta. De todos modos, necesitará tiempo para adaptarse al nuevo anfitrión. Y eso es malo, muy malo.

El personal de la residencia encontró al pobre hombre tendido en el suelo tan muerto como un ladrillo. Mientras levantaban el cuerpo a la cama para intentar reanimarlo, el fantasma del pobre hombre vio su propio cadáver ser manipulado por la enfermera y auxiliares.

Se veía muy diferente ahora que estaba muerto, un poco más gordo y más joven; sus ojos recuperaron su brillo y su mirada ya no se perdía en la nada. Estaba confundido; la habitación le daba una vaga sensación de familiaridad, pero no podía recordar con claridad. Miró sus manos y todo lo que lo rodeaba. Su mirada se posó en una chica blanca, pequeña y hermosa, de piel blanca y con el cabello tan negro como el alquitrán. No la conocía, pero de alguna manera le resultaba familiar.

—Bienvenido, Armando —dijo la joven con una sonrisa y una voz que sonaba como el canto de los ángeles.

—¿Dónde estoy? —Preguntó el anciano.

Para entonces, Shana ya estaba a su lado; lo llevó con ella y le explicó la situación. Muchos de los fantasmas conocían a Armando. Pero él no reconoció a nadie. Su demencia ya había progresado mucho cuando fue admitido en la residencia de ancianos; no tenía ningún recuerdo de cómo llegó allí. Escuchando a los trabajadores hablar de él, se enteró de que había estado allí durante dos años; su único hijo, que era un mercenario para un contratista militar privado, murió en alguna guerra hace años. Ahora era un fantasma y estaba atrapado allí para siempre.

Mientras tanto, el tema principal del día era la necesidad de un nuevo anfitrión para Elizabeth.