Dia Pesado III

Diez Relojerías. Sola una es correcta.

repaso los informes con la mirada afilada, mis ojos escanean los nombres y descripciones sin perder un solo detalle. Claude había hecho bien su trabajo, pero al final, yo soy quien tomaba la decisión.

"Claude, dedícate a estas tres relojerías. Old Wharfdale, ese mercado en el distrito Voldaine… No quedará una sola relojería sin ser revisada."

Reviso la lista de relojerías faltantes. La mayoría comparte Dia Pescalle: Bracquemont.

"Asumido", murmuro. "Iremos ahí primero."

Cuatro relojerías posibles.

Relojería Daniel Quare & Co.

Relojería John Roger Arnold

Relojería Benjamin Lewis Vulliamy

Relojería Nararte 

Registro de Relojerías - Inspección Estatal

Fecha: Escrito en el 3° día del Mes de Luxenor, Ciclo de 1874.

Registro de inspección redactado en Grimgem.

Distrito: Voldaine.

Oficial a Cargo: Claude de Lorraine.

Relojería Daniel Quare & Co.

Dueño: Cristian Quare.

Relojes vendidos: 15 unidades (relojes de bolsillo y de carruaje, modelos con caja de oro y plata).

Relojes reparados: 8 unidades (cronómetros marinos, relojes de torre y mecanismos de sonería).

Descripción: Establecimiento de tradición, especializado en relojería de precisión para oficiales y aristocracia. Se reportan pedidos privados de relojes personalizados para altos mandos.

Exhalo por la nariz. Demasiado lujoso para estar en Voldaine.

Relojería John Roger Arnold

Dueño: Henrietta Roger

Relojes vendidos: 10 unidades (cronómetros de bolsillo de alta precisión y relojes de mesa).

Relojes reparados: 12 unidades (mecanismos de escape y relojes de bolsillo con complicaciones).

Descripción: Proveedor histórico de cronómetros para la marina y la armada. Se reportan registros de ventas a capitanes y navegantes del régimen.

Dejo el informe sobre la mesa con un golpe seco.

Relojería Benjamin Lewis Vulliamy

Dueño: Benjamin Lewis Vulliamy

Relojes vendidos: 7 unidades (relojes de péndulo, relojes de bolsillo con repetición de minutos).

Relojes reparados: 6 unidades (relojes de torre, mecanismos de sonería para edificios gubernamentales).

Descripción: Taller relativamente nuevo, creado con el fin de vender relojes baratos y de "buena calidad".

Nada particularmente sospechoso.

Relojería Nararte

Dueño: German Beaufort

Relojes vendidos: 3 unidades (relojes mecánicos de manufactura propia, modelos personalizados para trabajadores).

Relojes reparados: 5 unidades (relojes de bolsillo antiguos, mecanismos dañados por el uso o falta de mantenimiento y un reloj Reconstruido).

Descripción: Relojería independiente con enfoque en reparación y fabricación. Reportes de clientes de clase trabajadora y menor presencia en contratos estatales. Vigilancia recomendada por posible actividad no regulada en restauración de piezas antiguas.

Entrecierro los ojos.

"Un reloj reconstruido."

No lo paso por alto.

Observaciones finales: 

 Todas las relojerías cumplen con el protocolo de inspección.

 Se recomienda monitoreo continuo de transacciones y registros de clientes.

Todas buenas opciones, pero la primera en descartar es John Roger Arnold.

"No vale la pena perder tiempo con alguien del régimen", dije finalmente, dejando el papel sobre la mesa.

Andrew asiente, pero no dice nada.

"La Relojería Daniel Quare & Co. está en el borde del distrito Voldaine", continúo. "Para ser sincero, no creo que ese nivel de lujo pertenezca aquí."

Eso me deja con dos opciones.

Benjamin Lewis Vulliamy... En movimiento, pero sin nada particularmente sospechoso.

Nararte…

"Un reloj reconstruido."

Ese pequeño detalle sigue resonando en mi cabeza.

Finalmente, cierro el informe.

"Andrew. Diríjanos a Bracquemont, altura 30 y 67."

El eco de mis palabras queda suspendido en la habitación.

Conque Relojería Nararte.

Bajamos las escaleras, y el sonido de nuestros pasos resuena en el mármol. Ecos de lo que una vez fue. Pero también, el sonido del cambio.

"Oficiales," mi voz se impone en el pasillo. "Mi primera orden como Comisario es que reparen y organicen el archivo estatal. Quiero cada registro separado por año y prioridad estatal. Brown, encárguese de los archivos de 1849 para atrás. Necesito cada uno de ellos, incluso el más inconsistente."

No hay preguntas. Solo movimiento.

Miro el piso damero, el reflejo de los tonos dorado y crema en los uniformes de Claude y Andrew. Al salir, el auto nos espera. Y la gente lo devora con la mirada.

Andrew avanza primero, da palanca al motor. Claude, en cambio, se aleja hacia el aparcamiento en busca del segundo coche.

Cinco vehículos.

Solo cinco.

Necesitamos más.

Subo al auto.

"Tengo que comer lo que me dio Samantha… Ni siquiera me lavé los dientes hoy."

Suspiro.

Saco la ternera cocida con mayonesa. La comida está fría, pero no me importa. El auto arranca. La vibración en el asiento llega antes que el sonido del motor. Como una advertencia.

Las calles están vivas, pero no para nosotros. Las luces de las farolas reflejan en los charcos de lluvia, los escaparates tintinean con un sonido metálico cuando el viento los golpea. Huele a tabaco rancio, a café sin azúcar, a pólvora de un disparo que nadie reportó.

Y entonces, Andrew habla.

"Capitán, ¿Qué opina de la situación actual?"

No es una pregunta casual.

"¿Mi ascenso, la búsqueda del pasado?" Respondo sin apartar la vista de la calle.

"Lo oculta bien, pero hay que ser idiota para no darse cuenta." Su tono es más grave de lo habitual. "¿Cuáles son sus intenciones?"

Hace una pausa. No porque dude, sino porque quiere ver si yo lo haré.

"Disculpe, reformulo." Se humedece los labios. "¿Está preparado para seguir adelante cuando descubra la verdad?"

Silencio.

Las luces del farol parpadean en las esquinas. La ciudad sigue su ritmo, como si esta conversación no tuviera peso.

"Andrew… entiendo lo que me preguntas. Pero no tengo una respuesta ahora mismo."

Cierro el recipiente de comida. La dejo en el asiento sin tocarla.

"Mi problema no es la falta de razón o de decisión." Apoyo la cabeza en el respaldo. "Es la justificación. No me molesta matar a esos terroristas. Lo he hecho incontables veces."

Andrew no me mira. Pero sus manos en el volante se tensan.

"Lo que no entiendo es la guerra del Régimen. Hoy en día es cada vez menor. Los que luchan no tienen poder. Son grupos fragmentados, mal armados, sin apoyo. Pero siguen intentándolo."

Bajo la ventanilla. El aire entra como un golpe seco, como un disparo sin eco.

"Es ridículo."

Los edificios se reflejan en los cristales. Las calles están mojadas, los pasos se pierden en el sonido del auto.

"Veinte personas no pueden derrocar el imperio más grande. No tienen armas. No tienen recursos. No tienen futuro. Pero siguen luchando.

No porque crean que van a ganar, sino porque morir peleando es mejor que vivir de rodillas.

Se arrancan las uñas si es necesario. Con los dientes, con una piedra, con lo que tengan a mano. Afilan sus propios huesos, convierten sus nudillos en cuchillas. Cosen cuchillas en sus mangas, en la lengua, entre las costillas.

Se muerden la lengua antes de hablar, pero no para guardar secretos. Lo hacen para que la sangre les ahogue la voz antes de delatar a alguien.

Si los atrapan, se quiebran los dedos antes de escribir una confesión. Se tragan el veneno antes de que alguien pueda interrogarlos. Prefieren asfixiarse con su propia sangre que entregar un nombre. 

Lo único que sacarán de ellos será carne mordida y sangre espesa. Llevan veneno en los dientes, porque es mejor morir escupiendo espuma que vivir traicionando.

Llevan veneno en los dientes y fuego en los ojos. Fuego en los dedos, en las venas, en cada paso que dan. Son suicidas sin tumba, espectros que prefieren desangrarse antes que dejar un cadáver útil. Mueren con la boca llena de cenizas, con la garganta llena de gritos que nadie va a escuchar.

Saben que no hay escapatoria. Saben que el final está escrito. Pero aún así, mueren con los puños cerrados, con la boca llena de sangre, con la esperanza de que, aunque sus cuerpos sean olvidados, la idea siga ahí."

El auto sigue avanzando, pero el peso de la conversación no se mueve.

Miro a Andrew en el retrovisor.

"Eso es lo que quiero entender." Hago una pausa. El viento sopla. La radio del auto chisporrotea antes de apagarse sola. Un último acorde de bandoneón se ahoga en la estática.

"La idea. La ideología. El propósito."

Andrew no responde. Mantiene los ojos en la carretera.

"Y cuando lo sepa, Andrew…"

El auto pasa por un bache. La vibración se siente en los huesos.

Exhalo el humo de mi aliento en el aire frío.

"Veremos qué ocurre."

El Halberstadt M-12 de la marca Steinmetz Automotores, se empezó a fabricar en el 72, tiene un chasis de acero reforzado con paneles de aluminio y un techo fijo de lona resistente al agua el interior es un cuero negro con detalles en madera oscura.

Se arranca con un sistema de arranque con manivela, los faros de gas acetileno. Pero el Halberstadt M-12 tenía un pequeño lujo que pocos autos compartían: un gramófono integrado en el tablero. Un sistema compacto diseñado para soportar el traqueteo del motor sin que la aguja saltara del disco.

No era perfecto; la música sonaba granulada, con un leve chirrido de fondo. Pero servía para llenar el silencio, para ahogar los pensamientos que ningún oficial debía tener.

El disco giraba lentamente, dejando escapar los últimos acordes de un tango olvidado. En la estática de la aguja desgastada, la canción parecía más un lamento que una melodía.

Bracquemont aún era parte de Gildmere, pero apenas.

Unas pocas cuadras más allá, el pavimento se llenaba de grietas. Las esquinas acumulaban basura que nadie se molestaba en recoger. Los carteles estaban descoloridos. La ciudad mostraba su verdadera cara.

Distrito Voldaine.

A simple vista, no es tan diferente del resto de la capital. Edificios viejos, calles estrechas, negocios en decadencia. Pero el aire… el aire es distinto. Más denso, más cargado.

No de pólvora. No de sangre.

De algo peor.

De resentimiento.

Siempre ha sido así.

La gente aquí nunca estuvo completamente alineada con el Imperio. No del todo. Siempre al borde. Siempre con algo peligroso en los ojos.

Por eso se hunden.

No es culpa del Imperio.

Las reglas están claras.

Las reglas funcionan.

Si el Distrito Voldaine está en ruinas, es porque ellos lo permitieron.

La pobreza no es un error del sistema.

Es resultado de la desobediencia.

Y ahí está la ironía.

El Imperio trajo orden.

Estructura.

Estabilidad.

Tomó una ciudad de caos y la convirtió en la joya de la corona.

Y, sin embargo, a pocas cuadras de Gildmere… el Imperio se desmorona.

No porque el sistema esté roto.

No porque sea defectuoso.

No porque sea corrupto.

Sino porque hay quienes no quieren aceptar su lugar en él.

Apoyo la cabeza en el respaldo.

No tiene sentido.

La música suena granulada en el gramófono, un tango viejo que se arrastra entre la estática.

Las calles pasan ante mis ojos.

La pobreza pasa ante mis ojos.

Y, por primera vez en mucho tiempo, me pregunto si realmente hay una explicación para esto.