Soleia jadeó al captar el brillo húmedo de la sangre fresca; el chapoteo causado por las gotas parecía resonar en los túneles oscuros, como si fueran pasos estruendosos.
—Princesa, no te alarmes tanto, parece mucho peor de lo que en realidad es —dijo Ralph tranquilizadoramente, antes de volver a la pared.
Empezó a concentrarse, y Soleia observaba con el aliento contenido cómo la sangre parecía brillar con un resplandor metálico y siniestro. Parecía incrustarse en las mismísimas grietas de la pared de piedra.
—Esto va a ser ruidoso —comentó Ralph alegremente—. Cúbrete los oídos, Princesa.
Soleia apenas se apresuró a cubrirse los oídos antes de que el suelo mismo pareciera temblar bajo sus pies; no, era simplemente la falsa pared que se resquebrajaba ante sus ojos, como si no fuera más que un jarrón de arcilla destrozado sin piedad contra la pared, obligado a hacerse añicos por los aparentemente inofensivos hilos de sangre que fluían por sus pliegues.