Soleia trataba de buscar un tema de conversación mientras los conducía a sus habitaciones, esperando mentalmente que al menos estuvieran listas para recibirlos. A decir verdad, no estaba preparada para ser una anfitriona. Tres años en Drakenmire le habían enseñado a equilibrar un libro de cuentas como nadie, pero ciertamente no habían agudizado sus habilidades para hacer que los invitados se sintieran bienvenidos.
Después de todo, nadie visitó Drakenmire en esos tres años.
Mientras tanto, estos hombres continuaban quemando la nuca de Soleia con la intensidad de sus miradas. Soleia apresuraba sus pasos, esperando que encontraran algo más que los distrajera. El palacio de Vramid era encantador, ¿por qué estaban sus ojos clavados en ella como perros frente a un pedazo de carne jugosa?
Esa comparación la incomodó más.
—La Princesa Soleia seguro que es enérgica —observó el Príncipe Ricard. —Sus pasos ciertamente son más amplios que los de la mayoría de las mujeres.