—¿Quieres que te proponga matrimonio otra vez, Princesa Soleia? —preguntó Ralph—. Lo haría, ya sabes. Diez veces, cien, diablos, incluso hasta que posiblemente aceptes hacerme el hombre más feliz del mundo y casarte conmigo.
—¿Sabes lo que estás diciendo? —dijo Soleia—. No había nadie más en la habitación aparte de ellos dos, pero su voz no era más alta que un murmullo. Estaba callada, ocultando el escandaloso tema tanto como podía. "Mi boda sucederá pronto. Estoy casada con tu mejor amigo y comandante en jefe―"
—Podemos huir a otro reino —sugirió Ralph—. Puedo dejar mi puesto como teniente general. No tengo que quedarme aquí en Vramid. Podemos mudarnos a un lugar cálido, a algún lugar más verde―