—Era un vagabundo —respondió Ralph con soltura—. Antes de unirme al ejército, pasé gran parte de mi juventud explorando el mundo. Raxuvia siempre ha sido uno de mis lugares favoritos.
Soleia entrecerró los ojos ante una respuesta tan despreocupada. Le planteaba más preguntas de las que se sentía cómoda haciéndose. Para empezar, Sir Ralph no podía haber sido tan viejo para empezar. ¿Qué tipo de padre permitiría que su hijo vagara por diferentes reinos?
Soleia frunció el ceño. Tenía sus sospechas y ninguna presagiaba nada bueno para la vida hogareña de Sir Ralph. Su familia tendría que ser negligente, o simplemente tenían demasiados hijos como para preocuparse por una boca más que alimentar. Pero sí parecía extraño que dejaran ir a un hijo capaz de trabajar: normalmente, estaría enlistado para ayudar a la familia.
Rafael capturó el ceño fruncido entre las cejas de Soleia y suavemente frotó su dedo alrededor de las arrugas. —Princesa, no pongas esa cara. Te saldrán arrugas.