Soleia se apresuró con una bandeja de galletas y dos tazas de té. Era una selección pobre para un duque, ya que sus otros visitantes prácticamente habían dejado diezmada su despensa. Soleia podría haber sido más severa, pero no tenía corazón para rechazar a los niños pequeños y sus ojos brillantes y ansiosos mientras miraban sus galletas.
Le recordaban a Reitan cuando era más joven, aferrándose a sus faldas con ojos esperanzados mientras le pedía jugar con ella. Solo el mismo pensamiento le hacía doler el corazón. Pero Soleia se recordaba a sí misma que no recibir noticias era una buena noticia. Mientras nadie le dijera, más allá de toda duda, que Reitan estaba muerto, entonces Reitan estaba vivo.
—Duque Kinsley, aquí tienes algo de té y refrigerios —dijo Soleia—. Mis disculpas por la falta de variedad.