—Solo deseo estar con mi amor, Su Majestad —dijo Soleia, volviendo sus ojos hacia el Rey Recaldo.
Le tomó cada gramo de su talento actoral para llenar de lágrimas sus ojos. Sus hombros comenzaron a temblar mientras se estremecía, acurrucándose más en el abrazo de Rafael, prácticamente hundiéndose en su pecho a ese ritmo.
Cuanto más se acurrucaba contra Rafael, peor se volvía la expresión de Elinora, y Soleia disfrutaba muchísimo de eso. Casi hacía que todo valiera la pena. Casi.
—Pero entiendo su punto —dijo Soleia, sus hombros caídos en derrota. Como si estuviera muy reacia, lentamente se apartó de los brazos de Rafael, sentándose erguida una vez más—. Yo también me he criado en un palacio. He visto a mi padre hablar con sus ministros, y entiendo que esta extraña posición en la que me encuentro solo causará problemas a Rafael a largo plazo.
Con lágrimas aún en sus ojos enrojecidos, miró al Rey Recaldo.