Soleia. —Su nombre emergió de los labios de Orión en un susurro entrecortado—. Estás aquí. Llegué a tiempo.
Soleia se quedó paralizada, preguntándose si tal vez uno de los prisioneros tenía poderes para provocar alucinaciones porque Orión no podía estar parado justo frente a ella en ese momento, sosteniendo una espada ensangrentada en su mano, con sus ojos mirándola con un alivio apenas contenido. Luego se acercó a ella y la agarró de la muñeca.
—Tenemos que irnos ahora. El tiempo se acaba.
Su agarre era firme pero gentil, distinto a esas veces en que la había sujetado con ira e irritación bajo la influencia de Elinora. La sacó del calabozo sin dar más explicaciones, haciendo que Soleia tartamudeara confundida mientras apresuradamente seguía sus pasos, aún preguntándose si de alguna manera había tropezado con un sueño.
—Orión, ¿qué estás haciendo? —preguntó Soleia—. ¿Cómo es que estás aquí? Se suponía que debías estar en Nedour. ¡Con Reitan! Espera, ¿cómo está Reitan? ¿Está bien?