Lo siento

—Orión, aléjate de mi esposa, y te dejaré vivir —escupió Rafael enfurecido, lanzándole a Orión una mirada llena de vitriolo. Su espada de sangre flotaba en el aire, como una flecha tensada en la cuerda de un arco, lista para volar con una orden.

—No —replicó Orión, plantándose aún más firmemente frente a Soleia—. Tú no eres un buen hombre. Me llevaré a Soleia lejos de ti para siempre.

—¿Llevarla? ¡No seas ridículo! —Rafael se mofó de la audacia de su viejo amigo antes de mirar a Soleia a los ojos desde detrás del hombro de Orión—. Querida, Soleia, dime —¿está Orión engañado por otro usuario de amatista? ¿Qué tonterías está diciendo ahora?

—No parece estar encantado —dijo Soleia, y a propósito hizo que su voz sonara calmada y equilibrada—. Y no es nuestro enemigo. Deberías agradecerle por salvarme. Si Orión no hubiera venido por mí, los prisioneros me habrían desgarrado miembro por miembro antes de que llegaras.