Verdad en el Acto

Los ojos del anciano se abrieron de par en par, el brillo del oro se reflejaba en sus ojos lúgubres. Soleia vio las ruedas girando en su cabeza mientras la autopreservación y la codicia comenzaban a librar una guerra en su mente. Decidió quedarse con las monedas, observando cómo él hacía un movimiento apresurado que abortó rápidamente para intentar tomarlas.

—Ni siquiera necesitas unirte a nosotros en el barco —dijo Soleia—. Tomaremos el barco por la noche cuando los guardias estén ocupados. A cambio, recibirás más oro del que jamás necesitarás.

El anciano asintió frenéticamente con la cabeza.

—Está bien entonces. Mientras no puedan culparme, está bien.

Complacida, Soleia le entregó unas monedas de oro al anciano.