—Yo —respondió Soleia secamente, mirando a Elisa con la misma falta de agrado con que la había recibido.
La que una vez fuera la orgullosa matriarca de la familia Elsher había caído en tiempos difíciles. Su cabello rojo, que antes estaba salpicado de gris, ahora era completamente gris ceniza, y líneas duras decoraban su rostro. Sus mejillas estaban hundidas, y las ojeras bajo sus ojos estaban acentuadas por su vestido gris oscuro. Parecía más un saco que un traje adecuado, como si simplemente lo hubiera recogido del suelo y lo hubiera convertido en una prenda por falta de opciones.
Era tan diferente de lo que estaba acostumbrada a usar que Soleia se quedó estupefacta.
Elisa notó los ojos de Soleia escrutando su atuendo y sus mejillas se sonrojaron de humillación y enojo.
—¿Qué estás mirando? ¿Estás aquí para regodearte? ¡Estamos en este estado por tu culpa! Tú y tu tonta insistencia en ser la esposa de mi hijo resultaron en la maldita boda que arruinó nuestras vidas...