Rafael gimió.
Su cabeza latía, y sus extremidades se sentían entumecidas. Había un zumbido en sus oídos, y su visión estaba borrosa. Sacudiendo la cabeza, sus párpados se abrieron lentamente mientras tomaba unas respiraciones profundas para calmar su corazón acelerado.
Sin embargo, antes de que pudiera recuperarse por completo, sintió una sed de sangre peligrosa en el aire. Sus ojos se abrieron de par en par, pero no había tiempo para reaccionar. La punta afilada de una espada de sangre apuntaba directamente a su garganta, a solo un centímetro de perforar su piel.
Lentamente, Rafael se rió. No estaba seguro de por qué lo hizo —esta no era una situación nada divertida. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer además de reír en la cara de su amada, sosteniendo una arma de su propia creación contra él mientras otro hombre estaba detrás de ella?