Capítulo 9: La Bestia
La tierra se partía bajo sus pies. El cielo se tornó carmesí mientras la Bestia y el Heraldo Negro se encaraban. Ryuusei, apenas consciente, se obligó a mantenerse en pie mientras presenciaba la lucha de titanes.
La Bestia, una aberración de dientes y garras afiladas, rugió con una furia primigenia. Su tamaño eclipsaba al Heraldo, pero la sombra de la espada negra no se dejaba intimidar. Con un movimiento fluido, el Heraldo Negro desapareció y reapareció tras la Bestia, su espada descendiendo con la precisión de la muerte misma.
Un tajo profundo rasgó la piel de la criatura, pero en lugar de retroceder, la Bestia giró y contraatacó con una velocidad sobrehumana. Su garra impactó el torso del Heraldo, lanzándolo contra una montaña, que se desmoronó por completo.
—Eres más molesto de lo que aparentas —gruñó el Heraldo, levantándose entre los escombros.
La Bestia no respondió con palabras, sino con otro embate feroz. El Heraldo evadió por poco, deslizando su espada para cortar el brazo de la criatura. La extremidad voló en el aire, pero, con un rugido grotesco, la Bestia regeneró su carne de inmediato.
—Tch... Eres una plaga fastidiosa.
El combate se intensificó. Cada choque entre ellos creaba ondas de energía devastadoras, arrasando el terreno y cobrando la vida de cientos de jugadores. La velocidad del Heraldo le permitía cortar a la Bestia en docenas de lugares, pero la criatura se regeneraba como si cada herida fuera insignificante. El Heraldo comenzaba a frustrarse.
Y entonces ocurrió.
La Bestia, en un movimiento inesperado, atrapó la espada del Heraldo con una de sus garras y, con la otra, arrancó el casco del caballero oscuro de un solo golpe.
El Heraldo tambaleó. Por primera vez, su rostro quedó al descubierto: pálido y cadavérico, con ojos hundidos y una expresión de incredulidad.
—Tch... —murmuró, pero antes de poder reaccionar, Ryuusei se teletransportó detrás de él.
Agarró sus dos martillos y los hizo descender con toda la fuerza posible.
—¡Muere! —rugió Ryuusei, impulsando los martillos con todo su peso.
El impacto fue brutal. Los pinchos de los martillos perforaron el cráneo del Heraldo Negro, quebrándolo con un crujido espantoso. La sangre brotó en un chorro inhumano mientras el cuerpo del Heraldo se sacudía violentamente, sus ojos abiertos en una mezcla de sorpresa y agonía. Ryuusei sintió la vibración del golpe recorrer sus brazos, pero no se detuvo hasta asegurarse de que el cráneo estuviera completamente destrozado.
—¡Muere! ——¡Muere! ——¡Muere! ——¡Muere! ——¡Muere! — rugó Ryuusei una y otra vez.
El Heraldo Negro cayó de rodillas. Su espada resbaló de sus manos y su cuerpo se desplomó en el suelo sin vida.
Ryuusei, jadeante, agarró la espada del Heraldo a escondidas. Sentía un poder inusual dentro de ella.
Silencio absoluto.
Su corazón latía con violencia en su pecho. Se tambaleó, pero se obligó a mantenerse en pie. Había vencido... si es que podía llamarse victoria. Todo el trabajo lo había hecho la Bestia, pero el peligro aún no había terminado.
Muy lejos de ahí, en un trono de huesos, una figura encapuchada observaba la escena.
—Uno menos —susurró la Muerte con absoluta indiferencia.
A su alrededor, decenas, cientos de figuras oscuras aguardaban en silencio. Heraldos, idénticos al que había caído.
—No importa —dijo la Muerte con frialdad—. Siempre hay más.
Ryuusei no tenía tiempo para pensar en eso. Aún quedaba un enemigo por vencer.
Apretó los dientes, limpió la sangre de su rostro y se teletransportó.
El combate final lo esperaba.
La Bestia debía morir.