Capítulo 3: Entre la Oscuridad y la Traición
El paso del tiempo había convertido a Ryuusei y Aiko en piezas clave dentro del juego de la Muerte. Tres años de entrenamiento, asesinatos y misiones los habían transformado en heraldos temidos, pero también en individuos peligrosamente independientes. A diferencia de Daichi, Kenta y Haru, quienes acataban órdenes sin cuestionar, Ryuusei comenzaba a preguntarse cuál era el verdadero propósito de sus acciones.
Las riquezas que acumulaban eran prueba de su éxito: mansiones lujosas, cuentas bancarias inagotables, una vida de privilegios. Sin embargo, el precio había sido alto. Aquella noche, la Muerte los convocó para una nueva misión. Esta vez, no se trataba solo de dinero. Lo que buscaba era aún más valioso.
En la penumbra de una habitación silenciosa, la silueta espectral de la Muerte emergió, su presencia opresiva llenó el aire. Su voz resonó en la mente de Ryuusei y Aiko, fría como el vacío.
—Han demostrado su valía en innumerables ocasiones. Ahora, quiero que roben un conjunto de documentos secretos. Contienen información sobre la existencia de entidades divinas y los intentos del gobierno por controlar sus intervenciones en el mundo humano.
Ryuusei entrecerró los ojos.
—¿Por qué los quieres?
—Los mortales siempre han intentado jugar a ser dioses. No deben poseer ese conocimiento. Ustedes, mis heraldos, me servirán una vez más para corregir su arrogancia.
Ryuusei y Aiko intercambiaron miradas. No era su primera incursión en lugares protegidos, pero esto sonaba más complicado de lo habitual.
—Solo nosotros dos… —murmuró Aiko.
—Así es. ¿Acaso dudas de tus habilidades, niña?
Aiko apretó los puños.
—No.
La Muerte sonrió, satisfecha.
Tokio, 02:13 AM
La ciudad dormía.
El banco de alta seguridad estaba en el corazón de Tokio, rodeado por tecnología de punta, guardias armados y un sistema de defensa diseñado para disuadir incluso a los criminales más hábiles. Pero para Ryuusei y Aiko, no era más que otro desafío.
Desde la azotea, bajo la luz de la luna, se prepararon.
—Esto será divertido —dijo Aiko, ajustando la empuñadura de su espada.
—Solo sigamos el plan —respondió Ryuusei, sujetando sus martillos de guerra—. Entramos, tomamos los documentos y el dinero, y salimos sin llamar la atención.
—Vamos a robar millones, maestro. Podremos comprar lo que queramos.
Ryuusei sonrió de lado. Con el dinero de misiones anteriores, ya vivían como reyes. Pero la avaricia nunca dormía.
Se lanzaron desde la azotea. Aiko cortó una rejilla de ventilación y se deslizaron dentro. Los pasillos estaban oscuros, con sensores activos y cámaras vigilando cada rincón. Pero nada de eso era rival para ellos.
Ryuusei usó sus dagas de teletransportación para moverse entre las sombras, desactivando láseres y evadiendo las cámaras con precisión quirúrgica. Aiko, con su agilidad sobrehumana, eliminó silenciosamente a los guardias con cortes limpios y precisos.
Frente a la bóveda, sincronizaron sus movimientos. Ryuusei manipuló el mecanismo de seguridad con rapidez, mientras Aiko vigilaba. En cuestión de segundos, la puerta se abrió con un leve clic.
Dentro, los documentos esperaban. Pergaminos antiguos con símbolos extraños y sellos de deidades olvidadas. Ryuusei los guardó en un estuche especial.
—Listo. Ahora el dinero.
Forzaron la caja fuerte principal. Pilas de billetes y lingotes de oro resplandecieron ante ellos.
—No podemos cargar todo —dijo Aiko.
—Nos llevamos lo suficiente para que valga la pena —respondió Ryuusei, llenando un par de mochilas.
Salieron sin dejar rastro.
Templo abandonado, 04:45 AM
Horas después, en un templo abandonado en las afueras de la ciudad, la figura de la Muerte emergió de la oscuridad.
—¿Los tienes?
Ryuusei asintió, colocando el estuche con los documentos frente a ella. La Muerte los tomó con sus dedos huesudos y los examinó en silencio. Luego, alzó la mirada vacía hacia él.
—Bien hecho.
Aiko cruzó los brazos, su expresión cargada de sospecha.
—¿Para qué los necesitas?
—El conocimiento es poder, niña. Y yo no permito que otros sepan más de lo que deberían.
Aiko frunció el ceño, pero Ryuusei la sujetó del hombro. No era prudente cuestionar a la Muerte.
Entonces, el comunicador de Aiko vibró.
Un mensaje de Haru.
—Quiere verme a solas. Dice que es importante.
Ryuusei frunció el ceño.
—No vayas sola. Es raro que no me hayan llamado a mí también.
Aiko negó con la cabeza.
—Si sospechan algo, podría ser peor. Iré y volveré rápido.
Ryuusei la miró fijamente. Algo en su pecho se apretó, una sensación que no solía experimentar: inquietud.
Cuando Aiko se alejó, un escalofrío recorrió su espalda.
Algo estaba mal. Muy mal.