Capítulo 32: Corazones Negros

El viento soplaba con una fuerza inusual aquella mañana. No era simplemente el clima. Era el destino agitándose.

Los preparativos estaban listos. Cada mochila, cada coordenada, cada nombre grabado con precisión en la mente de los siete elegidos. Y sin embargo, Ryuusei, de pie frente al hangar semiderruido que los acogió durante semanas, alzó la mano de golpe.

—¡Un momento! —exclamó, con un tono que no dejaba lugar a objeciones.

Todos se detuvieron.

—Casi lo olvido —añadió mientras se volteaba hacia Brad, que lo observaba con una mezcla de sospecha y fastidio.

—¿Y ahora qué? —gruñó el, ya cansado del drama.

Ryuusei se acercó con pasos decididos y sacó de su bolsillo interno un pequeño estuche metálico. Al abrirlo, un resplandor tenue emergió: una piedra negra brillante, del tamaño de una uña, latía como si tuviera pulso propio.

—Esto... —dijo Ryuusei mientras sostenía la piedra— ...es la piedra de la regeneración. Sin ella, si te harán daño pero si te lo inserto te vas a poder regenerar como yo pero no dolorosamente. Pero insertarla... duele. Mucho.

—¿Y tú crees que voy a dejar que metas eso en mi cuerpo como si fuera un juguete? —se cruzó de brazos Brad, con desconfianza.

Ryuusei solo sonrió de medio lado, y chasqueó los dedos.

Los Heraldos del Abismo y entre ellos Antryx surgieron de la nada, envueltos en humo oscuro. Altos, encapuchados, inhumanos.

— Mi señor porque nos ha llamado...

—Les ordeno que sujeten a Brad Clayton

Sujetaron a Brad por los brazos y el cuello. Este rugió, forcejeó, pero era inútil: aquellos entes no eran de este mundo.

—Tranquilo —susurró Ryuusei mientras tomaba un microchip y lo insertaba cuidadosamente en la oreja de Brad.

 — ¡AAAAAAHHHHHH! — Duele hijo de puta.

tranquilo ya lo se este es un traductor universal por esa es la razón que puedo hablar contigo idiota. No quiero que mueras solo por no poder entender una orden.

Brad apenas alcanzó a decir algo cuando la segunda parte empezó.

Ryuusei colocó la piedra sobre el pecho del guerrero, exactamente donde latía su corazón este lo abrió con su daga.

¡AAAAAAHHHHHH! — ¡AAAAAAHHHHHH! — Pon favor ya para porque me haces esto, tu tranquilo es por tu bien y este removió lo órganos internos.

Volkhov no pudo mirar ya que el paso por lo mismo y estaba apunto de vomitar.

La piedra flotó unos segundos y luego se hundió lentamente en su carne. Brad gritó, un aullido seco y gutural que se perdió en el cielo abierto. Sus venas se iluminaron por un instante de negro y rojo. Luego cayó de rodillas… jadeando.

Y todos su órganos empezaron a regenerarse

—¡Hijo de… puta! —soltó, temblando.

—Bienvenido —dijo Ryuusei.

Ryuusei llamó entonces a Aiko y Volkhov.

—Ustedes también deben hacer esto —les dijo, mientras sacaba tres piedras más y tres microchips—. Cuando convenzan a los nuevos integrantes, deben aplicar el mismo procedimiento. El chip en la oreja. La piedra en el corazón.

Volkhov frunció el ceño. Aiko, en cambio, sonrió divertida.

—Ya sé cómo va, Ryuusei. Te vi con Volkhov… se retorció como lombriz —dijo entre risas.

—No es gracioso —gruñó Volkhov, mirando a otro lado, recordando el dolor como una llama ardiendo bajo su piel.

—Aiko, toma. Estas son para Arkadi, Amber y Sylvan —le dijo Ryuusei, colocándole en la mano las piedras y chips—. Asegúrate de hacerlo tú. Si te atacan, huye. Pero si ves la oportunidad… actúa.

—Entendido.

Ryuusei respiró profundo. Sabía que no podía volver atrás.

Se dirigió ahora a todos.

—Nuestro viaje empieza aquí. Nos dividimos, pero el propósito es el mismo. Si lo logramos… seremos la fuerza que transforme este mundo. Si fracasamos… al menos habremos intentado algo más que vivir como sombras.

Brad aún jadeaba, pero se levantó y le dio un leve asentimiento.

Volkhov miró el horizonte, nostálgico.

—Nos veremos… tal vez en un año. Tal vez en dos. Pero sé que nos volveremos a encontrar.

Aiko le dio un pequeño golpe en el hombro.

—No te pongas tan melancólico, "maestro".

Todos rieron suavemente.

Pero justo cuando empezaban a marcharse, Ryuusei se quedó inmóvil. Los demás lo notaron. Aiko lo miró, y vio cómo una lágrima descendía por su mejilla. Él no lo ocultó. Miró a todos, uno por uno.

—Gracias... por seguirme.

—Idiota —dijo Aiko, también con los ojos brillosos—. No llores, o me harás llorar también.

Y lo hizo.

Por primera vez en mucho tiempo, el grupo se despidió como familia. No como soldados. No como monstruos. Sino como personas que buscaban algo más allá del bien y el mal.

Ryuusei se quedó allí, viendo cómo sus compañeros se alejaban, dejando huellas en la nieve.