¿Trabajo aquí?" repetí mentalmente sus palabras, sorprendida por la simplicidad de su respuesta. No había sarcasmo, ni condescendencia, solo una honestidad que me desarmó. El champán en mi copa parecía de repente insípido, la música demasiado alta, la atmósfera sofocante. Me encontré a mí misma, sin saber cómo, sentada a su lado en una mesa apartada, lejos del bullicio de la fiesta. Él se llamaba Daniel. Me contó que estudiaba ingeniería, que trabajaba allí para pagar sus estudios, que le encantaba la astronomía y que soñaba con construir un telescopio propio. Sus palabras, sencillas y llenas de pasión, me cautivaron. Era tan diferente a todo lo que conocía. A los hombres de mi mundo, obsesionados con el poder, el dinero y el estatus.
> "Es… interesante", dije, consciente de lo poco original que sonaba mi comentario. Él sonrió, una sonrisa genuina que iluminó sus ojos.
> "Interesante es poco. Es fascinante. El universo es inmenso, lleno de misterios. Piensa en la posibilidad de que haya vida en otros planetas, en la inmensidad del espacio…" Sus ojos brillaban con entusiasmo, y me encontré a mí misma escuchando, realmente escuchando, por primera vez en mucho tiempo. No era solo la astronomía lo que me fascinaba, sino la pasión con la que hablaba, la intensidad de sus emociones.
> "Nunca he pensado en eso", confesé, sintiendo una punzada de vergüenza. Mi vida había sido una sucesión de fiestas, compras y viajes exóticos, experiencias superficiales que dejaban un vacío insaciable en mi interior.
> "Debes hacerlo", dijo Daniel, su voz suave pero firme. "Es asombroso pensar en lo pequeños que somos, en la insignificancia de nuestros problemas frente a la inmensidad del cosmos. Te hace valorar las cosas de verdad."
> Me quedé en silencio, reflexionando sobre sus palabras. Tenía razón. Mi vida, llena de lujos, me había dejado vacía. Había buscado la felicidad en las cosas materiales, en la aprobación de los demás, pero nunca la había encontrado. Y aquí estaba yo, hablando con un chico pobre, con una camisa descosida, y sintiendo una conexión más profunda de la que jamás había experimentado con ningún otro hombre.
> "Mi nombre es Isabella," dije finalmente, mi voz apenas un susurro.
> "Lo sé", respondió él, con una sonrisa traviesa. "Lo vi en tu invitación."
> Reí, un sonido genuino y liberador. Era la primera vez que reía de verdad en mucho tiempo. La risa se convirtió en una conversación fluida, llena de risas y confidencias. Le conté sobre mi infancia, sobre mi familia, sobre la soledad que sentía a pesar de estar rodeada de gente. Él me escuchó con atención, sin juzgarme, sin intentar impresionarme. Me sentí cómoda, segura, como si pudiera ser yo misma sin miedo a ser juzgada.
> Cuando la fiesta terminó, y la mayoría de los invitados se habían marchado, me encontré a mí misma dudando. ¿Debería irme con mi chofer, como siempre? O… ¿debería quedarme un poco más, hablar un poco más con Daniel? La idea de despedirme de él, de volver a mi mundo de superficialidad y vacío, me llenó de una tristeza inesperada. Miré a Daniel, sus ojos reflejando la luz de la luna, y supe que algo había cambiado. Algo profundo, algo irreversible. El champán ya no burbujeaba en mi copa, pero en mi corazón, sentía una emoción nueva, una esperanza que me hacía sentir viva por primera vez en mucho tiempo. La arrogancia había desaparecido, reemplazada por una curiosidad ansiosa por conocer más de este chico que había irrumpido en mi mundo, y que había despertado en mí un sentimiento que nunca antes había conocido.