El fuego de la pequeña fogata se había consumido por completo, dejando tras de sí solo un rastro de brasas agonizantes. Aun así, mi mirada seguía perdida en el vacío, atrapada en un mar de pensamientos del que no podía escapar. Sabía bien cuál había sido mi error… pero no tenía la más mínima idea de cómo arreglarlo.
—Novara… Lo arruiné todo… —murmuré lo más bajo que pude, como si admitirlo en voz alta lo hiciera más real.
El silencio se extendió entre nosotros, solo interrumpido por el susurro del viento y la respiración pausada de la persona a mi lado.
Su cuerpo se encogió ligeramente cuando el calor de la fogata desapareció por completo. Un reflejo instintivo ante el frío que dominaba el ambiente.
Ese pequeño movimiento fue suficiente para despejar mi mente de la culpa que me carcomía.
—"El alma del inmortal fue fragmentada", ¿eh? —susurré para mí mismo.
Me quité la chaqueta, o lo que quedaba de ella, y la coloqué con cuidado sobre su cuerpo tembloroso. Al menos así podría ofrecerle un poco de calor.
—Y ahora… —murmuré, dejándome caer en el suelo junto a ella—. ¿Cómo se supone que repare tu alma…?
Levanté la vista hacia el cielo nocturno. La luna parecía observarme en silencio, indiferente a mis problemas. Poco a poco, mis párpados comenzaron a cerrarse.
Quisiera decir que tuve pesadillas sobre aquel día tan alocado… pero no fue así. Debería agradecer a Dios por eso, ¿no?
Cuando finalmente comencé a abrir los ojos, lo primero que vi fue una espalda pequeña y delicada, enmarcada por un hermoso cabello negro que se mecía suavemente con su respiración tranquila.
Qué bonito, ¿no crees?
Sobra decir que volví a cerrar los ojos.
—D... Dyr… —una voz suave me llamó con cierta timidez.
Sentí un leve movimiento a mi lado, un intento torpe pero cuidadoso de levantarme.
Abrí lentamente los ojos, inconscientemente esperando volver a ver esa hermosa figura. Y acerté.
Esta vez, su rostro estaba frente al mío, mirándome directamente mientras mi brazo la rodeaba con gentileza.
—Oh… Buenos días… —murmuré con voz adormilada—. ¿Tienes frío?
Solo entonces noté que aún llevaba puesta mi chaqueta.
—No mucho… —susurró en voz baja.
Hizo una pausa antes de añadir, con la misma timidez de antes:
—¿Puedes dejarme levantar…?
—Seguro… —deslicé el brazo con cuidado, liberándola de mi agarre antes de fijar la vista en el cielo azul. Las nubes se deslizaban con pereza, ajenas a todo lo que había sucedido. Suspiré levemente—. ¿Cómo te sientes?
Se sentó a mi lado, sin alejarse demasiado.
—Triste… supongo. No sé cómo debería sentirme…
Su voz sonaba apagada, como si ni siquiera tuviera la energía para decidir una emoción concreta.
—¿Duele en el pecho? —pregunté con calma—. ¿Sientes que recordarlo hace que respirar se vuelva pesado? Como si tus lágrimas no bastaran para decir "adiós"…
Hablé más para mí que para ella, pero en el fondo, esperaba que respondiera con un "sí". Tal vez quería ver una pizca de humanidad en su expresión… o quizás solo era que no quería llorar solo.
—Como si una parte de mí se hubiera esfumado… —murmuró tras un breve silencio—. Nunca pensé en ese día, siempre decía: "Mi padre es como la hierba mala".
Giré el rostro ligeramente para verla.
—¿Por qué lo dices?
Soltó un pequeño suspiro burlón.
—Nunca muere el bastardo… —sus labios se curvaron en una sonrisa ligera mientras bajaba la mirada a sus pies.
Un sonido escapó de mi boca, una advertencia de la risa que estaba por venir. Y entonces, sin poder evitarlo, solté una gran carcajada.
—¡Qué casualidad! ¡Yo pensaba lo mismo! Maldito Novara… tan predecible.
Ella dejó escapar una risa suave, casi contenida.
—Supongo que es cierto…
El viento sopló con suavidad, arrastrando nuestras voces en el aire, llevándose un poco del peso de aquella conversación.
Una vez que la risa se disipó, todavía con una sonrisa en el rostro, giré la cabeza hacia ella.
—Oye, no sabía cómo decirte esto, pero… me caes bien. —Hice una breve pausa antes de añadir con naturalidad—. Aunque eso no era lo que quería decir, digamos que es un agregado.
Ella me miró con ligera confusión, ladeando la cabeza.
—Pues… ¿gracias? —respondió con cierta duda.
—Ah, cierto, ¿en qué estaba? —chasqueé los dedos al recordarlo—. Tu padre me dio la responsabilidad de cuidar de ti.
—Espero no darte problemas… —murmuró, aún sin apartar la mirada.
Fruncí el ceño con fingida indignación antes de aclararme la garganta.
—Oye… No deberías decir algo como… —agudicé la voz en un intento de imitarla—: "¡¿QUÉ?! ¿¡POR QUÉ MI PAPI ME DEJÓ A CARGO DE UN VAGABUNDO HORRIBLE?!".
Adopté una pose dramática, llevándome una mano al pecho.
—Después me golpearías y gritarías: "¡Muérete! ¡No me sigas, pervertido!" y yo me negaría, siguiéndote desde las sombras… O algo así.
Ella parpadeó un par de veces antes de soltar un suspiro.
—No lo creo… —respondió con tranquilidad—. Mi "papi" ya me había mencionado algo así. En su momento, me negué, pero después de lo que sucedió ayer… me gustaría pedir tu ayuda.
Levanté un pulgar con confianza.
—¡Dalo por hecho!
Luego, bajé la voz hasta casi un susurro.
—Daré mi vida por ti… hasta que puedas descansar en paz.
El silencio se instaló entre nosotros por un instante, hasta que su voz lo rompió con un tono más ligero.
—Y por lo otro… no eres horrible.
Sonreí con satisfacción.
—Gracias, soy hermoso, lo sé.
—Pero hueles mal…
—…¿Perdón?
Aparté la mirada del cielo para fijarla en ella.
—Un baño no te vendría mal. En serio, nada… NADA… NA-DA M-A-L.
El énfasis en cada palabra hizo que soltara un leve gruñido.
—Oh, genial… Ahora soy un vagabundo maloliente.
Ella simplemente me miró con una sonrisa inocente, como si hubiera dicho la verdad más evidente del mundo.
Fruncí el ceño, mirando con confusión y algo de desagrado.
—Haré de cuenta que no te escuché… ¡Grosera!
—¡Oh! —dejó escapar una exclamación de sorpresa antes de abrir los ojos de par en par—. ¡¿CÓMO DEMONIOS PUDISTE GANARLE AL TAL LYE?!
Su grito resonó en el aire, completamente indignado.
Me incorporé de golpe, fulminándola con la mirada.
—¡¿Y AHORA LO PREGUNTAS?! —repliqué con el mismo volumen—. ¡Acabas de decirme que apesto! Yo tengo una mejor… ¡¿QUÉ QUERÍA ESE BASTARDO DE TI?!
—¡¿Y YO QUÉ VOY A SABER?! —alzando las manos, negó con frustración—. Decía que quería algo de un tal "Inmortal".
Dejé escapar un largo suspiro, pasando una mano por mi rostro.
—Espera… ¿Me estás diciendo que Novara te encargó a mí, pero no te dijo nada sobre el Inmortal?
Cruzó los brazos, visiblemente molesta.
—¡No me interesan las historias inventadas de mi padre! —gritó, con las mejillas levemente sonrojadas.
Me puse de pie de golpe y me incliné hacia ella, reclamándole como era debido.
—¡Pero si yo también te conté esa historia!
Su cara pasó de estar ligeramente sonrojada a volverse completamente roja, como un tomate.
—¡CÁLLATE! —se cubrió las orejas como una niña pequeña—. ¡Es tu culpa por no resumirlo en dos oraciones o menos! ¡No entiendo qué tiene que ver ese tal Inmortal!
Lancé un pequeño grito de incredulidad antes de señalarme con dramatismo.
—¡Escucha bien! Dyr + carne del Inmortal = Dyr superfuerte y guapo. Bastardo ÷ Dyr superfuerte = pelea. ¡Fin!
—¡No me trates como una tonta!
—¡A mi parecer, lo eres justo ahora!
Sus mejillas se inflaron de rabia, y sus ojos comenzaron a llenarse de pequeñas lágrimas.
—¡NO RECUERDO NADA DE TU ESTÚPIDA PELEA! —soltó de repente—. ¡SOLO RECUERDO HABERTE VISTO LLEGAR Y TÚ LLORANDO A MI LADO!
Mi enojo se evaporó al instante, reemplazado por una incómoda sensación de culpa.
_…Es cierto. Me estuve mortificando tanto que ahora la estoy regañando por algo que ni siquiera sabe._
Me acerqué con cuidado y, sin decir nada, comencé a limpiar sus lágrimas con delicadeza.
—Lo siento… Me dejé llevar. —Mantuve la voz baja, como si las palabras fueran más para mí que para ella—. ¿Cómo decirlo…? Las historias de Novara son lo más importante para mí. Por eso reaccioné así…
Una vez que terminé de secar sus lágrimas, me quedé mirándola en silencio por un momento.
—¿Puedo decirte algo bonito…?
Sus ojos brillaban aún con rastros de tristeza, pero su expresión mostraba más confusión que otra cosa.
—Eres demasiado hermosa como para llorar.
De inmediato, me empujó con fuerza, inflando las mejillas de nuevo.
—¡ESO LO SÉ! —gruñó antes de cruzarse de brazos—. ¡PERDÓN POR NO TENER ESA CERCANÍA CON MI PADRE!
El ambiente se quedó en un tenso equilibrio entre el enojo, la frustración y algo más difícil de describir. Pero al menos, ya no estaba llorando.
—No quise decir eso…
Intenté disculparme, pero antes de que pudiera reaccionar, algo me sujetó con brutalidad por la nuca. Un instante después, mi rostro fue estampado contra el suelo con una fuerza abrumadora.
El dolor fue inmediato.
Una respiración pesada resonó a mi lado.
—¡Pide perdón de rodillas, maldito!
La voz, cargada de furia y desprecio, retumbó en mis oídos.
No había duda... Lye Kuro había vuelto.
Mi cabeza fue levantada bruscamente del suelo, y entonces, mi rostro cubierto de polvo y sangre fue mostrado frente a ella. Sus ojos, abiertos como platos, reflejaban puro horror.
—Repite después de mí.
Antes de que pudiera siquiera procesar la orden, mi rostro fue golpeado contra el suelo otra vez. El impacto me dejó aturdido, y el mundo pareció tambalearse a mi alrededor.
—¡Perdón…!
De nuevo, mi cabeza fue levantada, solo para volver a ser estrellada con violencia.
—¡Por…!
Otra vez.
—¡Ser…!
El suelo se tiñó de rojo.
—¡Tan…!
La fuerza con la que era golpeado hacía que mi visión se volviera borrosa.
—¡Maldito…!
Cada palabra era acompañada de un impacto desgarrador.
—¡ESTÚPIDO!
El último golpe fue más fuerte que los anteriores, y por un momento, todo pareció detenerse. La sangre goteaba de mi rostro, y el sonido sordo de mi respiración se mezclaba con el eco de la agresión.
Mi cabeza fue alzada una vez más, pero esta vez no fue contra el suelo.
—¿LE GUSTARON MIS DISCULPAS, SEÑORITA?!
La voz resonó con una mezcla de sadismo y burla. A unos pasos de distancia, su expresión lo decía todo. Quería gritar, quería correr… pero el miedo la tenía completamente paralizada.
—Un edificio te cae encima y sigues como si nada… —El tono se tornó repentinamente más bajo, casi intrigado—. Entonces, señorita… ¿qué sucedió aquí?
El miedo la atrapó en su lugar, pero mis fuerzas aún no se habían agotado.
Levanté apenas el rostro, forzando mis cuerdas vocales hasta hacerlas doler.
—¡VETE DE AQUÍ!
El grito desgarró el aire, pero no pareció afectar a quien tenía encima. En lugar de eso, una suela áspera se posó sobre mi cabeza, presionando con una fuerza amenazante.
—Hazle caso al mocoso. —Una risa baja, divertida—. Ve~te~
Negó con la cabeza en todas direcciones, incapaz de moverse con naturalidad. El terror la tenía rígida, su respiración se volvió errática, y aunque sus piernas parecían responder, tropezaban a cada paso.
—Corre~ corre~ que voy… por… ¡TI!
La presión en mi cráneo aumentó un instante antes de que el peso desapareciera. Un segundo después, mi cuerpo fue usado como un impulso para que él saliera disparado en su dirección.
El estruendo de sus pasos se intensificó con cada segundo, acercándose a su presa.
Ella buscó desesperadamente dónde esconderse. O al menos, le habría gustado hacerlo. La mente nublada por el miedo no le permitió pensar con claridad. Con el sonido de la persecución resonando en sus oídos, lo único que pudo hacer fue esconderse detrás de los restos de una pared destruida.
—Uno… dos… tres… ¿Dónde te encontraré?
La voz canturreante llenó el aire, juguetona y burlona.
—Uno… dos… tres… ¿Dónde te encontraré?
El sonido de pasos se acercó peligrosamente. La sombra de aquel monstruo se asomó por un lado de su escondite… pero pasó de largo.
Quería jugar un poco más.
—Aquí… no… estás…
El silencio fue más aterrador que cualquier palabra.
Los sollozos fueron imposibles de contener. Se cubrió la boca con ambas manos, cerrando los ojos con fuerza, deseando que todo fuera solo una pesadilla.
—Tres…
Las lágrimas cayeron sin control, y el llanto, aunque ahogado, se hizo evidente.
—Te encontré.
La pared fue levantada de golpe, dejando su escondite al descubierto. Frente a ella, una sonrisa de oreja a oreja la observaba con una satisfacción perturbadora.
Como si reviviera un recuerdo del pasado, mi cuerpo reaccionó antes de que pudiera pensarlo.
Corrí directo hacia su costado, con la única intención de alejarlo de ella.
Pero justo cuando mi puño estaba por alcanzarlo…
—Sigue intentando…
Un susurro de superioridad flotó en el aire antes de que una sombra se cerniera sobre mí.
No tuve tiempo de reaccionar.
La pared que nos separaba hace unos momentos cayó sobre mí con una fuerza abrumadora. Los escombros me golpearon sin piedad, lanzándome contra el suelo.
—¿Quieres seguir jugando, señorita…?
La voz cargada de diversión enfermiza retumbó en mis oídos.
No…
No podía dejarlo así.
Desde debajo de los escombros, una ráfaga de dolor recorrió todo mi cuerpo, pero aun así, mis dedos se aferraron con fuerza a su pierna.
—¡DÉJALA EN PAZ!
El grito brotó de lo más profundo de mi ser, desgarrador, primitivo, lleno de rabia.
Pero en el momento en que sus ojos se posaron en mí, su respuesta fue inmediata.
No hubo vacilación.
Un golpe seco impactó contra mi espalda con tal fuerza que me dejó sin aire. No solo fue el impacto… algo dentro de mí se sacudió violentamente. Como si sus puños atravesaran la piel y golpearan mis órganos directamente.
El mundo se tornó borroso por un instante.
—Ahora es cuando corres de nuevo, señorita~
La burla flotó en el aire, teñida de un sadismo insoportable.
No...
Unos ojos aterrorizados se clavaron en los míos.
Lágrimas brotaron de su rostro mientras observaba mi sangre esparcirse por el suelo. Mi respiración se volvió pesada, entrecortada, forzada.
—No…
Intentó moverse, pero su cuerpo no respondió. Las piernas se negaban a sostenerla. Y cuando el miedo la dominó por completo, sus brazos se alzaron para cubrir su cabeza en un intento inútil de protegerse.
—¡POR FAVOR, DETENTE!
Un estallido de desesperación llenó el aire.
Pero él no tenía intención de detenerse.
—¡ESO! ¡GRITA MÁS PARA MÍ!
Los nudillos se tensaron antes de estrellarse contra el suelo, justo al lado de sus piernas.
El concreto se resquebrajó.
El sonido del impacto reverberó en sus oídos como una sentencia de muerte.
—¡UPS! ¡Qué tonto, fallé! El siguiente tal vez dé~
Otro golpe.
Esta vez, más cerca.
—¡SOY UN IDIOTA!
El miedo se apoderó de ella por completo.
—¡DETENTE!
La desesperación la consumió. Su mente se nubló y su cuerpo cedió ante el terror más puro.
Un calor indeseado humedeció el suelo bajo ella.
—Po… por favor…
Su voz, quebrada, apenas salió de sus labios.
Él se detuvo un instante, contemplando la escena con deleite.
—¿POR QUÉ EL MIEDO?! ¡SOLO ESTAMOS JUGANDO!
La voz resonó como una carcajada demente.
Ya no importaba lo que buscaba. Ya no le interesaba nada más.
Solo quería hacerle daño.
Los músculos se tensaron.
El siguiente golpe la alcanzaría sin falta.
Pero cuando el puño descendió con intención de romperle los huesos… algo lo detuvo.
Su brazo se desvió por completo.
No por voluntad propia.
Algo lo había obligado a hacerlo.
Y en ese instante, lo sintió.
El instinto le gritó que algo iba mal.
Incrédulo, levantó la mirada… y allí estaba.
De pie.
Frente a él.
Cubierto de sangre, con la respiración entrecortada, pero inmóvil como una sombra inquebrantable.
Una energía oscura lo envolvía, vibrante, amenazante, susurrando una única orden en el aire.
*"Muere."*
Sin decir una palabra, mi puño se estrelló contra su rostro con toda la furia acumulada en mi interior.
El impacto lo hizo volar hacia el suelo, pero no lo dejé caer del todo. Aproveché la corriente de aire generada por la fuerza del golpe y la utilicé para elevarlo de nuevo. Quería que me viera a los ojos.
Ojos que solo repetían una sola palabra.
*"Muérete."*
Tomé impulso y esta vez lancé un golpe directo a su estómago. El bastardo salió disparado como un proyectil. Quería alejarlo de ella… pero no de mí.
Sin darle respiro, me lancé tras él con una velocidad aún mayor que mi ataque. Justo antes de que se estrellara contra los restos del edificio aún en pie, lo alcancé y lo golpeé nuevamente.
Esta vez, mi puño descendió con un arco amplio, llevándolo desde la altura más alta que pude alcanzar hasta aplastarlo contra la tierra.
El concreto crujió bajo la fuerza del impacto.
Pero en ese momento, cuando lo hice caer, su contraataque llegó de inmediato.
Apenas fue un roce.
Sin embargo, su habilidad bastó para hacerme un daño brutal.
Un dolor indescriptible explotó en mi brazo derecho, sintiendo cómo se rompía en un instante.
Mi cuerpo se elevó violentamente.
Déjà vu.
Pero esta vez, sin nada que detuviera mi trayectoria, tuve una vista clara del cielo… y de las gotas carmesí que lo manchaban.
Sangre.
Mi sangre.
Brotaba con desesperación, como si mi propio cuerpo tratara de expulsar la agonía.
Cuando mis ojos lograron distinguir un rayo de sol entre la bruma escarlata, lo vi.
El bastardo estaba justo frente a mí.
Saltó en mi dirección, decidido a recibirme con la misma furia con la que lo había atacado momentos antes.
El impacto me destrozó.
Pero no caí directamente al suelo.
Mi cuerpo rebotó, arrasando con el concreto, los árboles y todo lo que se interpusiera en mi camino hasta detenerme en la zona más alejada de la ciudad.
Con voluntad de hierro, di media voltereta y me reincorporé de inmediato.
Aunque mi vista estaba cubierta de sangre, solo una cosa ocupaba mi mente.
Matarlo.
Como si un gong de guerra resonara en el aire, ambos corrimos uno hacia el otro.
Era el golpe definitivo.
Lancé un golpe alto, pero se agachó como si nada.
Aprovechó la apertura y atacó mi abdomen con su habilidad.
Cerré un ojo de inmediato.
El impacto fue crítico.
Apreté los dientes y llevé mi cabeza hacia atrás, listo para devolver el golpe con toda mi fuerza.
Lo vi intentar cubrirse, pero aun así, lo hice arrodillarse.
No lo solté.
Aproveché la oportunidad y sujeté sus brazos antes de estampar mi rodilla contra su rostro.
Uno.
Dos.
Tres.
Una y otra vez.
Al último golpe, algo invisible se interpuso entre mi rodilla y su cara, empujándome hacia atrás con una fuerza brutal.
Mi equilibrio se rompió y él lo aprovechó para barrer mis piernas, derribándome y subiendo encima de mí.
No iba a dejarlo.
Cada fibra de mi ser se forzó a comprender lo que veía.
Las estelas de aire a mi alrededor me mostraban los caminos de sus ataques.
Tomé aquellos donde fallaba al 100%.
Evitando a duras penas sus golpes, vi cómo levantó una nube de polvo a nuestro alrededor.
El muy idiota acababa de cavar su propia tumba.
Al generar una corriente de aire lo suficientemente fuerte, me dio la oportunidad perfecta.
Lo obligué a ponerse de pie y lo recibí con dos golpes directos al estómago.
Se encorvó por reflejo.
Y en ese instante, lo rematé con un golpe ascendente al mentón.
Pero no cayó.
Se mantuvo de pie, lanzando golpes calculados hacia mis puntos más frágiles.
Cuando no encontraba una forma de alcanzarme, creaba una apertura con su maldita habilidad.
Me hizo pedazos.
Entonces, tuve una idea.
Redirigí sus ataques hacia mis puños.
El choque fue brutal.
Mis nudillos estallaron por completo.
Pero mi plan funcionó.
La corriente de aire generada era suficiente para darle la vuelta al combate.
Su respuesta fue una patada alta dirigida a mi rostro.
Pero en ese momento…
Ya no pensaba.
Solo quería hacerle daño.
Atrapé su pierna con ambos brazos.
Sosteniéndola con fuerza, descargué un golpe devastador contra su rodilla.
Esperaba romperla.
La arranqué.
El grito de dolor fue sobrecogedor.
No sentí piedad.
No después de lo que le hizo a ella.
Tomé el resto de su pierna y lo atraje hacia mí.
Lo golpeé en la cara con una fuerza brutal, arrojándolo al suelo.
Sin darle respiro, lo sujeté del cabello y lo forcé a mirarme.
Podría haber acabado con él ahí mismo.
Pero no lo hice.
Quería que sufriera.
Quería escucharlo gritar.
Quería…
Tal vez probar la satisfacción de ser un maldito con alguien que no podía defenderse.
Aproveché una estela de aire y lo levanté.
Tomé su brazo izquierdo y lo puse frente a sus ojos.
Un simple movimiento de mi mano izquierda bastó para partirlo en dos.
Lo vi con atención.
No había duda.
En ese momento…
Me volví un sádico.
Cambié de mano.
Esta vez, arranqué su brazo derecho hasta el hombro.
Estaba a punto de desmayarse.
No lo dejé.
Lo obligué a abrir los ojos.
Lo hice presenciar su final.
Mis dedos se cerraron sobre su cuello.
Lo asfixié.
No podía defenderse.
Lo destrocé.
Intentó usar su habilidad repetidas veces…
Pero ya no servía.
Había aprendido a evadirla.
Las estelas de aire desviaron sus ataques hasta reducirlos a nada.
Ya no tenía escapatoria.
Consciente de mis acciones…
Me convertí en su verdugo.
Lo miré en silencio.
No había odio.
Solo… nada.
Me di la vuelta y caminé hacia Nanatori.
Seguía en shock.
Con suavidad, tomé su mano.
Se tensó de inmediato, cubriendo su cabeza mientras sus lágrimas caían sin cesar.
—Nanatori…
Mi voz salió exhausta.
Me agaché para mirarla a los ojos.
Vi cómo su expresión se suavizaba en un alivio casi roto.
—Dyr… Dyr… ¡¿DYR?!
Se lanzó a mis brazos.
Mi cuerpo ya no resistió más.
Me desplomé sin decir una sola palabra.
Su abrazo se detuvo en cuanto vio el estado en el que estaba.
—¡LEVÁNTATE!
Su grito de impotencia retumbó en el aire.
Pero yo solo permanecí en el suelo.
No sabía qué hacer.
Y yo tampoco.
La sangre cálida se deslizaba por mi garganta, ahogándome lentamente. Sentía mi cuerpo pesado, como si una fuerza invisible intentara hundirme en un abismo sin fondo. Cada respiración era un esfuerzo titánico, cada latido un tamborileo irregular en mis oídos.
—No… no te dejaré… —Las palabras se escaparon de mis labios con dificultad, apenas un murmullo entrecortado.
El aire me quemaba por dentro, mis extremidades se entumecían y, aun así, me aferraba a la vida con terquedad. Algo en lo más profundo de mi ser me decía que no debía temer. Esto era pasajero. Solo un obstáculo más en este camino sin retorno.
—Solo… solo déjame descansar un poco…
Parpadeé con pesadez, y en ese instante, sentí su mano sujetando la mía con fuerza. Un temblor recorrió sus dedos, fríos y frágiles, como si temiera que, al soltarme, desaparecería para siempre.
—No me dejes sola…
Su voz se quebró. Un susurro ahogado en un océano de lágrimas que caían una tras otra, empapando mi piel. No supe cuántas veces repitió aquellas palabras, pero cada vez sonaban más desesperadas, más vacías, como si temiera que su ruego no fuera escuchado.
El tiempo avanzó a trompicones. Segundos, minutos, horas… una eternidad hecha de dolor y angustia. Pero entonces, algo cambió.
Un leve estremecimiento recorrió mi cuerpo y, sin saber cómo, mis dedos se aferraron a su mano con más fuerza. No era posible. Apenas podía respirar, mucho menos moverme.
Sus ojos se abrieron con incredulidad al ver lo que ocurría. Mis nudillos, antes desgarrados y amoratados, estaban intactos. Las heridas en mis piernas, que horas atrás parecían irreparables, habían desaparecido. El rostro ensangrentado que reflejaba su desesperación… ahora estaba limpio.
Un milagro.
Sin dudarlo, sostuvo mi cuerpo con suavidad y levantó mi cabeza, apoyándola sobre su regazo. Sus manos temblorosas se deslizaron con delicadeza entre mis cabellos, en un intento de tranquilizarme. Pero en su interior, sabía que no estaba segura de si eso haría alguna diferencia.
Entonces, con un esfuerzo casi sobrehumano, abrí los ojos.
—Na… Nanatori… —Mi voz salió rasposa, apenas un hilo de aire entrecortado.
Ella me miró con el aliento contenido, como si temiera que mi vida se esfumara en cualquier momento.
—Te dije… —Mis labios se curvaron en una leve sonrisa, aunque el dolor aún me atravesaba el pecho—. Te dije que te protegería…
El nudo en mi garganta se hizo más pesado. Cada palabra costaba, pero no me importaba.
—Voy a protegerte, aunque me cueste la vida…
No había vacilación en mi voz. Ni un atisbo de mentira. Era una promesa grabada a fuego en mi alma.
Nanatori me envolvió con sus brazos, encorvándose sobre mí como si su propio cuerpo pudiera resguardarme del mundo. El calor de su abrazo me recorrió por completo, familiar, reconfortante… como si siempre hubiera estado ahí, como si siempre me hubiera protegido de esa manera.
Mi respiración se volvió más tranquila, el peso en mi pecho se desvaneció poco a poco, y finalmente, el sueño me arrastró en su abrazo silencioso.
Como si nada hubiera pasado.
El despertar fue lento, como si la realidad intentara arrastrarme de vuelta a la conciencia con suavidad. Hacía rato que estaba despierto, pero el calor reconfortante que me envolvía era demasiado tentador como para dejarlo ir tan pronto.
Al principio, fingí seguir dormido. No quería moverme, no todavía. Pero el cansancio pronto pesó más que mis deseos y, sin darme cuenta, terminé dejándome llevar por el descanso real.
Fue… una bonita experiencia.
Con un leve suspiro, abrí los ojos y dirigí la mirada a mi alrededor. Lo primero que hice fue asegurarme de que Lye no se hubiera movido.
El cuerpo inerte frente a mí llamó mi atención de inmediato. Pero lo que realmente me hizo fruncir el ceño fue lo que emergía de él.
Algo se elevaba lentamente, casi etéreo. Su tonalidad verde resplandecía con una luz suave, hipnótica, como si estuviera viva. Era extraño… atractivo de una manera que no lograba explicar.
Observé en silencio mientras aquella luminiscencia vibraba por unos segundos más, hasta que, de un momento a otro, comenzó a desvanecerse. Como una llama consumida por el viento, su fulgor se apagó poco a poco hasta desaparecer por completo.
Me pregunté qué era aquello.
Un leve escalofrío recorrió mi espalda. No sabía por qué, pero tenía la sensación de que entenderlo cambiaría muchas cosas.
El momento era agradable, tanto que por un instante quise aferrarme a él. Pero no podía seguir mintiéndole.
—¿Lo ves…? —Dejé escapar un suspiro antes de esbozar una ligera sonrisa—. Puedo ser útil algunas veces.
El rostro frente a mí se iluminó con una sonrisa radiante mientras se alejaba apenas un poco.
—¡Solo a veces!
Fruncí el ceño con fingida indignación.
—Bien… —me tomé un segundo antes de continuar—. Ahora te diré un cumplido.
Levanté el pulgar en su dirección, adoptando una expresión seria, como si estuviera a punto de hacer una declaración de suma importancia.
—Hermosas y cómodas piernas.
Hubo un breve silencio antes de que soltara la frase final con absoluta confianza.
—Dyr las aprueba.
La carcajada estalló sin contención.
—Pues gracias, maestro de piernas.
El sonido de su risa era contagioso. Antes de darme cuenta, sus dedos se deslizaron entre mi cabello con movimientos pausados, casi instintivos.
—Y… ¿a dónde vamos ahora?
Llevé una mano a mi mentón, fingiendo estar sumido en una profunda reflexión.
—Buena pregunta… —Mis pensamientos se enredaron por un momento antes de que algo me hiciera fruncir el ceño—. Ahora que lo pienso, nadie dijo que debíamos quedarnos aquí.
Era extraño. De hecho, bastante raro.
—¿Por qué nos quedamos aquí?
La mirada que recibí en respuesta fue fría y sin emociones, como si acabara de decir la mayor estupidez del mundo.
—Pues… no lo sé… —Su voz fue pausada, casi incrédula—. ¿Por qué no lo dijiste antes?
El silencio que siguió no ayudó en lo absoluto.
El ambiente seguía siendo cómodo, tanto que apenas sentía la necesidad de moverme.
—Te veías muy cómoda —murmuré con tranquilidad—, pero no tanto como yo en estos momentos.
—Ah, ya veo…
Esperaba algún tipo de reacción… tal vez un comentario sarcástico o una mirada de desprecio. Pero la respuesta fue tan simple que me dejó con ganas de más.
—Oye… —fruncí los labios con fingida decepción—. Me esperaba algo de desprecio. No me quites mis fantasías, hermosa.
Los ojos que se posaron en mí reflejaban pura indiferencia.
—Estás muy solito, ¿verdad? —El tono de voz fue tan cruelmente despreciativo que incluso me estremecí un poco.
Pero en lugar de sentirme ofendido, sonreí con absoluta inocencia.
—¡De eso estoy hablando! ¡Gracias, diosa de bonitas piernas!
El leve sonrojo en su rostro fue casi instantáneo.
—¡Responde la maldita pregunta!
—¡Sí! ¡SÍ! ¡DE ESO ESTOY HABLANDO!
No hubo advertencia. En un solo movimiento, el cuerpo cálido que me sostenía desapareció, y en menos de un segundo, sentí el impacto contra el suelo.
—¡PERDÓN! —La disculpa sonó apresurada, pero la urgencia en su tono era clara—. ¡Pero responde la maldita pregunta!
—Ay, ay, ay… —me quejé mientras me incorporaba, frotándome la cabeza—. Tengo una idea…
—Dila de una vez, ¡maldita sea!
—Uy, qué carácter… —Me señalé a mí mismo con aire despreocupado antes de soltar la respuesta—. Pues, a mi casa.
Hubo un silencio. Luego, una mirada incrédula se clavó en mí.
—¿Tienes casa? —Los ojos se entrecerraron con sospecha—. No será en un parque, ¿verdad?
No pude evitar reírme.
—Depende… ¿un banco de parque cuenta?
El suspiro que recibí en respuesta fue tan profundo que casi sentí pena. Casi.
—¡Oye! ¡Eres una grosera!
Sin perder el tiempo, extendí un brazo y señalé hacia la ciudad con determinación.
—¡Mira!
—¿Eh?! —Los ojos frente a mí se abrieron de par en par—. ¿¡Vives en la ciudad!?
—Mi dedo.
El giro repentino de su cabeza, la expresión de sorpresa seguida por una confusión absoluta… No pude contener la carcajada que estalló en mi garganta.
—¡Pfft…! ¡JAJAJA!
Ahora entendía a Novara cuando se burlaba de mí. Era demasiado divertido.
—Perdón, perdón… —Me llevé una mano al pecho, intentando calmarme—. Pero bajaste la guardia.
El rubor en su rostro creció de golpe, y su voz explotó con furia.
—¡ERES UN ANIMAL O QUÉ?!
—Ay, tú y tu carácter… —Me encogí de hombros con una sonrisa burlona—. Tengo mi propia casa, ¿sabes?
—¡No quiero dormir con los simios!
—Mocosa grosera…
Sin pensarlo, me arremangué la camisa invisible con toda la determinación del mundo.
—¡Te voy a enseñar a respetar!
Antes de que pudiera reaccionar, la cargué en brazos de un solo movimiento.
—¡P-PONME EN EL SUELO, IDIOTA!
—Pues que aproveche ahora que hay fuerza.
Sin darle tiempo a protestar más, eché a correr en dirección a casa. Ir en el auto del trabajador de Novara habría sido un desperdicio cuando tenía energía de sobra.
El aire fresco golpeaba mi rostro mientras sentía cómo se retorcía en mis brazos. En su desesperación por acomodarse, su cabello se agitaba con el viento, y más de una vez terminé con un mechón golpeándome la cara.
Olía delicioso.
La suavidad de su piel, la calidez de su cuerpo…
No sé en qué momento lo pensé, pero la idea se quedó en mi mente más de lo que esperaba.
Creo que me estoy enamorando…
Y así fue como comenzaron nuestros días juntos. Aunque nuestro inicio estuvo envuelto en sombras, no me molestaría seguir teniendo estos momentos felices.