Uno... Dos... Tres… ¿Dónde te encontraré…?
—Señorita…
Uno... Dos... Tres…
—¡TE ENCONTRÉ!
***
Un grito desgarrador rasgó la tranquilidad de la noche, haciendo que mi cuerpo reaccionara antes de que mi mente pudiera procesarlo. Me incorporé de golpe, el pecho oprimido por una sensación sofocante, una mezcla de alarma y urgencia. Sin perder un segundo, empujé la puerta con fuerza y me precipité dentro de la habitación.
—¡¿Qué sucede?!
Mis ojos buscaron desesperadamente en la penumbra hasta encontrar su silueta encogida en un rincón, temblando violentamente. Sus sollozos eran irregulares, ahogados entre jadeos entrecortados, como si su propio cuerpo estuviera luchando por mantenerse en pie.
Las sombras de la habitación parecían abrazarla en su angustia. El tenue resplandor de la luna se filtraba por la ventana, iluminando sus mejillas bañadas en lágrimas.
Me acerqué con cautela, extendiendo una mano con la intención de abrazarla, de darle algo a lo que aferrarse.
Pero apenas sintió mi contacto, se apartó de golpe con un grito ahogado.
—¡BASTA! ¡POR FAVOR, DETENTE!
Sus brazos se alzaron instintivamente, como si intentara protegerse de algo invisible. Retrocedió con torpeza hasta quedar arrinconada contra la pared, con la mirada perdida y aterrada.
Mi pecho se comprimió con fuerza.
No sabía qué había visto en su pesadilla, pero fuera lo que fuera, aún la perseguía.
—¡Escucha, soy yo! —intenté llamarla, pero mis palabras se ahogaron entre sus gritos.
Cada intento de alcanzarla parecía ser en vano.
El miedo la envolvía, la dominaba, la mantenía atrapada en un abismo en el que yo no podía entrar.
No quise forzarla.
Respiré hondo y avancé con lentitud, bajando la voz hasta convertirla en un susurro apenas audible. Me dejé caer frente a ella, a una distancia en la que no se sintiera acorralada.
No dije nada más.
Solo abrí los brazos y la envolví con cuidado, sin ejercer presión, sin exigirle que me aceptara.
Ella reaccionó de inmediato, con uñas y puños, arañando, golpeando, intentando apartarme. Su desesperación se volcó contra mí con una fuerza ciega y desgarradora.
Pero no la solté.
Recibí cada golpe, cada rasguño, cada intento de empujarme lejos.
—Estoy aquí contigo… —murmuré, con un tono suave, tratando de ser un ancla en su tormenta—. Nadie va a tocarte un cabello mientras yo esté aquí.
Sus respiraciones irregulares chocaban contra mi pecho, su cuerpo aún temblaba, pero sus golpes comenzaron a perder intensidad.
—Haz lo que quieras conmigo… —continué, sintiendo cómo su resistencia se desmoronaba poco a poco—. Desahógate.
La habitación quedó en silencio, salvo por el eco de su respiración agitada.
Sin soltarla, pasé una mano con suavidad sobre su cabello, acariciándolo en un gesto instintivo, tratando de calmarla.
Decidí hablarle de cosas sin importancia, de cualquier cosa que pudiera distraerla del miedo que aún la consumía.
—Sabes… me gustaría remodelar este lugar… Tal vez unas cortinas nuevas… ¿Qué te parece?
No sabía si me estaba escuchando, pero tampoco me importaba.
Solo quería que mi voz la trajera de vuelta.
Sentí cómo su cuerpo, antes rígido, comenzaba a ceder lentamente. Su respiración fue acompasándose, sus lágrimas dejaron de caer y sus párpados, pesados por el agotamiento, comenzaron a cerrarse.
Su cabeza cayó suavemente contra mi pecho.
Y entonces, con un hilo de voz, preguntó:
—Dyr… ¿qué eres…?
No tuve oportunidad de responder.
En el instante siguiente, se sumió en un sueño profundo.
No me moví en toda la noche.
Simplemente la sostuve en mis brazos, asegurándome de que, al menos esta vez, pudiera dormir en paz.
—No tienes que preocuparte por eso...
Murmuré en voz baja mientras con cuidado la volvía a acomodar en la cama. Su respiración era tranquila, acompasada, lo que me confirmó que finalmente había caído en un sueño profundo.
Sin pensarlo demasiado, me acosté a su lado, tal como lo había hecho hace unos días. No me importaba que fuera algo extraño, me gustaba sentir su calidez cerca. Mientras no se molestara, seguiría haciéndolo.
Cerré los ojos, asegurándome de que estuviera bien.
Y pronto, el sueño también me alcanzó.
***
Una suave sensación en la mejilla me hizo fruncir el ceño en medio de mi somnolencia.
Un roce ligero… luego otro… y otro más, cada vez con más insistencia.
—¿Puedes dejarme levantar?
Su voz llegó a mis oídos, pero mi cuerpo no reaccionó de inmediato.
Aún con los ojos cerrados, aparté el brazo que sin darme cuenta había dejado sobre ella.
Sí, la estaba abrazando mientras dormía.
Era cómodo. Me gustaba hacerlo.
Y mientras ella no dijera nada…
—Sí, sí… buennnn… —murmuré antes de hundirme nuevamente en el sueño.
*** *** ***
Dormía como si nada. Como si la noche anterior no hubiera sucedido.
—Me gustaría tener un poco de tu mentalidad… —suspiré, poniéndome de pie.
Sin hacer ruido, me dirigí hacia el mirador.
A pesar de que esta era su casa, aún me resultaba difícil de creer.
Honestamente, esperaba que fuera algo peor, un sitio mucho más inhóspito. Pero era… enorme. Demasiado grande para que él viviera solo.
Giré la vista hacia las demás habitaciones. La sala de estar, la cocina…
Y entonces, la realidad golpeó mis expectativas.
—…Es un desastre.
Había basura por doquier, un desorden caótico en cada rincón. Trozos de lo que parecía ser comida, aunque su hedor impregnaba el aire con un nauseabundo rastro de moho y podredumbre.
Por fuera, la mansión era imponente.
Por dentro, solo el mirador conservaba algo de su belleza… aunque también estaba invadido por la naturaleza.
Las ramas de los árboles se habían entrelazado entre sí, formando una barrera espesa que bloqueaba completamente la vista.
No se podía ver nada.
Tal vez si las quitábamos, el aire circularía mejor y el olor saldría de la casa.
Pero… ¿cómo hacerlo?
Recorrí con la mirada las esquinas del mirador en busca de algún punto de apoyo, pero no encontré nada útil.
—Bueno… seguramente él pueda encargarse cuando despierte.
Mis pensamientos, sin embargo, se desviaron inevitablemente a la imagen que se había grabado en mi mente.
El momento en que su cuerpo se desplomó frente a mí.
*"Voy a protegerte, aunque me cueste la vida."*
Había estado segura de que moriría.
Pero no lo hizo.
Se curó como si nada.
Atacó como si fuera un animal acorralado.
Y asesinó… sin una pizca de duda.
No mostró arrepentimiento alguno.
Mis ojos se fijaron en las ramas del mirador, pero mi mente estaba en otro lugar.
Él mencionó algo esa noche.
*"La carne del inmortal."*
Eso significaba que…
Mi garganta se secó ante la conclusión que estaba por alcanzar.
*** *** ***
Con un movimiento tranquilo, mi mano se posó sobre su hombro.
En cuanto sintió el contacto, se apartó de golpe, como si mi simple roce le hubiera quemado la piel.
La reacción me tomó por sorpresa.
Se movió instintivamente hasta la barandilla del mirador, sus pasos torpes y apresurados. Sus ojos no dejaban de observarme, fijos en mí como si mirara algo desconocido, algo… aterrador.
Pero lo más inquietante era la expresión en su rostro.
No lograba reconocerme.
Era como si mis rasgos se hubieran desdibujado en su mente, como si mi voz no tuviera forma, como si solo viera un abismo oscuro frente a ella.
Llevé ambas manos a su rostro con cuidado, sosteniéndolo con delicadeza, esperando que reaccionara.
—Buenos días… —Sonreí con ligereza, tratando de aligerar el ambiente—. Jaja, ¿quién diría que eres una miedosa?
Dejé escapar una risa breve, buscando romper la tensión, aunque por dentro una sensación extraña me recorría el pecho.
—Imagina, tu primera noche aquí y ya te asusta ver al vagabundo de este hogar. —Intenté mantener un tono despreocupado, fingiendo que su miedo no era evidente, que no dolía verlo reflejado en su mirada—. Pero no me pidas ponerme guapo, porque seguramente terminaría enamorándome de mí mismo.
No hubo respuesta.
El temblor de su cuerpo solo se hizo más notorio.
Igual que aquella vez… cuando lo mencionó.
Cuando la arrinconaron.
Sus labios apenas se separaron lo suficiente para pronunciar unas palabras débiles, casi inaudibles.
—A… apar… tate…
Mi sonrisa se desvaneció.
El miedo en sus ojos no era pasajero.
No era algo que pudiera borrar con una broma tonta.
Dí un paso atrás, levantando las manos en señal de rendición.
—Tranquila… Soy yo. —Mi voz se suavizó, como si eso pudiera devolverle la calma—. Solo soy yo…
Retrocedí lentamente, sin apartar la vista de su rostro.
Había algo en su mirada que dolía. Algo que no entendía.
¿Por qué?
¿Por qué parecía tan aterrada?
—Por favor… dime qué pasa.
Dirigió la vista hacia sus piernas. Seguían temblando sin control.
Su respiración era errática, como si le costara trabajo mantenerse en pie.
—Ca… cállate… un momento…
No dije nada. Solo esperé.
Fueron varios minutos en los que ninguno de los dos habló.
Solo el sonido del viento moviendo las ramas nos envolvía.
Poco a poco, pareció recuperar algo de compostura.
El temblor disminuyó, aunque su cuerpo aún lucía tenso, sus músculos rígidos, como si en cualquier momento pudiera volver a quebrarse.
No dejé de mirarla.
Seguía preocupado.
Seguía sin entender por qué su miedo era tan real.
Alzó la vista con un destello de determinación apagada en sus ojos.
—¿Podemos… hablar?
No dudé en asentir.
Fuera lo que fuera lo que tenía en su mente… lo escucharía.
—Lo haré cuando estés lista. —Mi voz sonó suave, sin presión alguna—. Te responderé cualquier cosa y hablaremos de lo que quieras hablar.
No hubo respuesta inmediata.
Su mirada vagó por el mirador, todavía insegura, pero finalmente levantó una mano con lentitud y señaló hacia las gruesas ramas que cubrían la vista.
—Primero quítalas… necesito aire.
Me tomé un instante para observar el caos de ramas enredadas que bloqueaban por completo la visión del exterior. La brisa de la montaña rozó mi piel, llevándose consigo parte del peso de la conversación que se avecinaba.
—Bien.
Sin dudarlo, alcé una mano, canalizando la energía en el aire que nos rodeaba. Un movimiento apenas perceptible bastó para que una estela de viento se alzara con fuerza, empujando las ramas fuera del mirador en cuestión de segundos. Las hojas cayeron pesadamente a la distancia, dejando que la luz natural bañara el espacio con una calidez que antes no tenía.
—¿Necesitas unos minutos más?
Solo asintió.
No la presioné.
El silencio entre nosotros se alargó, acompañado únicamente por el sonido del viento filtrándose a través de los árboles. Parecía perdida en sus pensamientos, luchando contra algo en su interior.
Finalmente, cuando pareció lista, su cuerpo cedió de golpe y se desplomó en el suelo.
Me senté frente a ella sin decir nada, esperando.
Sus labios se separaron con cierta dificultad, como si la pregunta que estaba a punto de hacerle pesara más de lo que imaginaba.
—¿Qué eres?
No pude evitar sonreír un poco ante la seriedad de su tono.
—Bueno… llevas mucho tiempo diciendo mi nombre. Soy eso. Dyr Yuuzora.
Sus ojos reflejaban algo que iba más allá de la simple curiosidad.
—¿Cómo conociste a mi padre?
Esa pregunta.
Me tomó un segundo encontrar las palabras adecuadas.
—¿Cómo decirlo…? —Dejé escapar un leve suspiro—. Tu padre fue la única persona que verdaderamente se preocupó por mí. No tengo recuerdos de alguien más a mi lado que no fuera Novara.
Una pausa.
Los recuerdos vinieron a mí con la claridad de siempre.
—Creo habértelo contado antes. La historia del inmortal… es el primer recuerdo que tengo claro. Aun así, sé que Novara dedicó gran parte de su tiempo a estar a mi lado, contándome sus historias, enseñándome una que otra cosa y, cómo no, dándome mi actual razón para vivir.
Extendí un dedo en su dirección.
—Tú.
No aparté la vista de ella.
—Me gustaría decirte más, pero no sé qué más decirte que no te haya contado o que no hayas deducido ya.
No reaccionó de inmediato.
Pero entonces, la pregunta que realmente la carcomía salió de sus labios en un susurro.
—¿Por qué no estás muerto?
El viento sopló con más fuerza, como si la montaña misma esperara mi respuesta.
Me quedé en silencio por un momento.
—¿Perdona…?
Su expresión estaba completamente desencajada. Sus ojos reflejaban algo entre el miedo y la desesperación.
—En tu enfrentamiento con Lye Kuro… él… él solo… —Las palabras parecían atorarse en su garganta antes de salir precipitadamente—. No era normal. No es posible que un humano, por más entrenado que esté, sea lo suficientemente fuerte como para destruir el concreto con sus propias manos.
Hizo una pausa, respirando agitadamente.
—Peor aún… tú te pusiste a su nivel. Tú golpeaste. Tú acabas de quitar todas las ramas de la nada. ¡Tú… tú debiste haber muerto!
Su voz se quebró, pero no se detuvo.
—¡Pude verte! Un cadáver andante… tus brazos estaban rotos, tus manos desgarradas hasta los huesos, tus piernas… faltaban músculos, ¡tu mirada estaba completamente apagada! ¡Tú estabas muerto, ¿me escuchas?! ¡MUERTO!
Cada palabra golpeó con más fuerza que la anterior.
Bajé la mirada, meditando cómo responderle.
—Tú solo… —Su respiración era errática, casi al borde de un ataque de pánico—. Te desplomas… y por arte de magia comienzas a curarte de la nada. ¿Cómo…?
No podía encontrar una manera de calmarla.
—¿Por qué ahora te preocupa esto…? —Mantuve mi tono bajo, intentando no agitarla aún más—. Pensé que… habíamos ganado. Que tú solo habías aceptado todo como yo lo hice.
Ella habló de manera tan despreocupada conmigo después de todo lo que pasó, como si pudiera simplemente dejarlo atrás. Yo lo hice. Lo ignoré. Me convencí de que eso era lo mejor.
—No entiendo… —Mantuve mi mirada en ella, tratando de encontrar algún indicio de que estaba exagerando—. ¿No se supone que lo importante es que estamos juntos?
No hubo respuesta.
Lo que sí hubo fue una lata, vieja y oxidada, que voló en mi dirección con fuerza.
Ni siquiera intenté esquivarla.
El golpe fue seco contra mi pecho, rebotando en el suelo con un ruido metálico.
—¡¿Cómo quieres que esté tranquila?! —Su grito fue como un latigazo que me obligó a alzar la vista. Sus ojos ardían en rabia, en desesperación. En impotencia—. ¡El maldito tipo que me raptó casi me mata!
Su respiración era pesada, entrecortada.
—Su maldito juego… el cómo, sin importar lo que hiciera, incluso si corría, él disfrutó cada instante.
Sus manos temblaban.
—Quería abrazar cualquier cosa que me alejara de ese momento. —Un sollozo se filtró entre sus palabras, pero no se detuvo—. No soy como tú. ¡Quiero olvidarlo! Pero… tenerte aquí solo me hace recordarlo.
Mis dedos se crisparon.
—Por favor, Dyr… dame algo para tratar de superarlo.
No supe qué responderle de inmediato.
—Yo… no lo sé… —Tragué saliva, buscando la única respuesta que tenía—. Solo puedo explicarte lo que entiendo.
Su mirada seguía clavada en mí, como si esperara algo que la ayudara a encontrar sentido a todo.
—Comí la carne del inmortal, ¿bien? —Solté un suspiro, sintiendo el peso de esa verdad sobre mis hombros—. Una parte de él ahora está dentro de mí.
No apartó la vista.
—Es gracias a él que puedo ver las estelas de viento a mi alrededor. Fue la razón por la que pude enfrentarme a Lye… pude curarme y sobrevivir gracias a ello.
Hubo un silencio.
Pero no era un silencio pacífico.
Era un silencio denso.
Un silencio lleno de significado.
Sus labios se separaron, y cuando habló, su voz no era más que un susurro helado.
—Entonces… eres igual a Lye Kuro.
El viento sopló entre nosotros, pero el frío que sentí no tenía nada que ver con el clima.
La miré fijamente sin buscar excusas.
—Sí.
No había necesidad de mentir. Quisiera negarlo, pero era imposible.
Su expresión no cambió, pero su voz fue afilada y directa.
—¿Qué sentiste al matarlo?
No dudé en responder.
—Nada.
Tan directo como su pregunta, mi respuesta salió sin titubeos.
—¿Solo eso?!
No me moví, pero sentí la presión de su mirada sobre mí, esperando algo más.
—Sí... —Mi pierna se movía sin parar de arriba abajo sin que me diera cuenta. Un reflejo de lo que mi cuerpo intentaba procesar, aunque mi mente no terminara de hacerlo—. Quería satisfacer algo… Quería saber si era capaz de protegerte…
Mi voz tembló con cada palabra.
—Aun así… quería hacerlo sufrir.
Hubo un breve silencio, como si mis propias palabras hubieran helado el ambiente.
—Fue lento. Fue cruel. Hice lo que quise…
No podía disfrazarlo. No podía suavizarlo.
—¿Qué me asegura que no te convertirás en él?
Desvié la mirada, incapaz de sostener la suya.
—Yo… No lo haré.
—¿Cómo estás seguro?
—No lo haré.
Su voz se tornó más fría, más hiriente.
—¡El maldito tenía poder…! Tú también… y dices que no serás igual?!
Negué con firmeza.
—No. No soy como él… Lo hice para protegerte.
—¿Esa es tu única excusa?
Mi garganta se secó.
—Sí…
No soy un idiota. O tal vez sí lo soy. Me encerré en esa "excusa", tal y como ella dijo. No sabía cómo afrontar su pregunta.
—Te lo juro… por favor, créeme.
—¿Así de fácil?
No hubo respuesta.
El silencio cayó como una losa entre nosotros, pesado e incómodo.
No aguanté más.
Me puse de pie y murmuré lo primero que se me ocurrió.
—Limpiaré el lugar…
La dejé ahí, sin saber si estaba haciendo lo correcto o no. Tal vez necesitaba tiempo a solas. Tal vez yo también lo necesitaba.
Tardé más de lo esperado. Pero, en el fondo, quería darle todo el tiempo posible
Las horas pasaron. Tal vez incluso más de lo que estaba dispuesto a admitir.
¿Cómo explicarlo? Quería evitar sus acusaciones el mayor tiempo posible. Creí tener respuestas para todo lo que preguntaría...
Eso creí.
Pero cuando ya no me quedó nada más por hacer, cuando cada rincón de la casa estuvo tan limpio como jamás lo había estado, supe que no podía seguir huyendo.
Regresé al mirador.
Seguía allí, con la mirada perdida en el paisaje. El atardecer teñía el cielo con tonos dorados y naranjas, reflejándose sobre la copa de los árboles como un lienzo en movimiento. Era bello.
Me acerqué lentamente, deteniéndome apenas a unos centímetros de su brazo recargado en el soporte de la barandilla.
El aire entre nosotros se sentía tenso.
Apenas sintió mi presencia, se apartó con un movimiento evidente, sin dejar de observarme con cautela.
—Nanatori… por favor, háblame…
Desvié la vista hacia el paisaje, como si en él pudiera encontrar algún tipo de consuelo. Pero no encontré nada.
A pesar de tener los ojos abiertos, yo no podía ver nada.
No hubo respuesta.
Se limitó a enderezarse, dejando de recargarse en la barandilla, pero sin decir una sola palabra.
—Yo… lo hice por ti…
Esperaba que esas palabras sirvieran de algo.
Pero en cuanto salieron de mi boca, su rostro se torció con evidente molestia.
—No me metas en tus mierdas…
Su voz fue cruda, sin titubeos.
Y dolió.
La voz me tembló, apenas conteniéndome.
—Es en serio… Es verdad… Él te hizo todo eso y yo no podía…
—¡NO TIENE QUE VER CONMIGO!
El grito interrumpió mis palabras como una bofetada.
La desesperación se filtró en mi tono antes de poder detenerla.
—¡Por favor, créeme! ¡No estoy mintiendo! Hago lo mejor para ti, se lo prometí al señor Novara…! ¡Quiero protegerte a toda costa!
—¡No metas a mi padre! ¡Él ya no está aquí, entiende eso de una maldita vez! —Las palabras se sintieron como un golpe directo al pecho—. Solo te pidió que me protegieras… ¡No que te volvieras como Lye Kuro!
Los músculos se tensaron, la rabia acumulada en mi interior explotó antes de poder contenerla.
El crujido de la madera resonó en el mirador cuando mis manos se aferraron con fuerza al barandal, partiéndolo en pedazos.
—¡No lo soy! ¡Nunca lo seré! —La respiración se me agitó, el peso en mi pecho se hizo insoportable—. Quiero hacer lo mejor para ti, pero… ¡yo solo… no sé cómo hacerlo!
El dolor se filtró en cada palabra.
—Estuve solo casi toda mi vida… No tengo idea de cómo es estar con alguien más, no sé cómo cuidarte…
El eco de mi respuesta quedó suspendido en su cabeza.
—Pero mi padre estuvo contigo… Él solo se alejó de ti… —Su mirada se ensombreció—. Se alejó de ti…
Las palabras se le escaparon en un susurro.
Me quedé mirándola, los ojos vidriosos, conteniéndome con cada fibra de mi ser. Quería llorar, pero al mismo tiempo, me negaba a hacerlo.
—Sé lo que hice… No puedo negarlo… —Tragué saliva, el nudo en la garganta me ahogaba—. Solo quiero seguir adelante… Me cansé de repetirlo… Quiero honrar a tu padre…
El silencio entre los dos se volvió más pesado, hasta que su voz rompió la tensión.
—¿Y qué es lo que quieres tú?
Abrí la boca, pero las palabras no salieron de inmediato.
—Quiero… quiero… —Bajé la mirada con frustración, las manos temblando a los lados—. Quiero descansar… Quiero volver al tiempo en que Novara estaba conmigo… Al tiempo en que solo estaba yo…
El vacío en mi pecho se expandió.
—Pero tampoco quiero estar solo…
El aire se volvió insoportablemente denso.
—Por favor, solo compréndeme…
El silencio se extendió entre los dos.
Por primera vez, Nanatori no supo qué responder.
—¿Cómo puedes asegurarme que no serás como Lye… o como mi padre?
La pregunta golpeó con más fuerza de la que esperaba.
—No lo sé… —Mi voz sonó más débil de lo que quería admitir—. Intento hacer lo correcto… ¿Tan difícil es creerme?
—Lo es…
Se acercó lentamente, quedando cara a cara conmigo.
La tensión en sus ojos era inconfundible.
—No tenías por qué aceptar lo que te pidió mi padre…
No podía dejar de temblar. Mi mente estaba hecha un desastre.
—Pero... Pero yo...
Las manos cálidas atraparon mi rostro con suavidad, obligándome a mirarla. Sus ojos, firmes y decididos, perforaron los míos sin dejarme escapatoria.
—¿Quién eres?
Tragué saliva.
—Yo... Yo soy...
—Tú mismo lo dijiste —afirmó con fuerza—. Eres Dyr Yuuzora.
Su mirada no vacilaba, pero en lo más profundo de sus ojos había algo… duda, miedo, una sombra que no desaparecía.
—Para bien y para mal. Ahora yo estoy contigo. Deja de pensar solo en ti, de sentir lástima por ti. Trata de comprender que tus decisiones no solo te afectan a ti, sino a todo lo que te rodea.
Su voz se rompió apenas un segundo, pero la recuperó de inmediato.
—Tengo miedo... No sé si mis palabras hacen la diferencia en ti. Soy la primera que quisiera dejar todo esto atrás, pero… hazte cargo de tus acciones. Sé mejor.
El nudo en mi garganta se apretó. Con lentitud, bajé sus manos de mi rostro y me limpié las lágrimas con el antebrazo. No quise apartarlo del todo. Su mirada… su determinación… me hicieron sonrojar.
—Intentaré... No. Voy a ser mejor por ti... ¡No quiero cambiar, no lo haré!
La sonrisa que se dibujó en su rostro era tan cálida como burlona.
—Así me gusta.
El silencio se instaló entre los dos. Yo seguía con el brazo cubriendo mi cara, incapaz de mirarla directamente.
—¿Qué tal si me miras?
—Pues… dame unos minutos más.
Hubo un movimiento leve frente a mí, un gesto pequeño que me puso en alerta.
—¿Minutos? ¿En serio estás llorando?
No me atreví a responder.
—Je... qué lindo.
El tono descarado me hizo erizar la piel. Giré apenas la cabeza y... ahí estaba. Sonriendo con toda la intención de hacerme sufrir.
—¿Por qué me miras? —Un chillido se me escapó sin querer.
Ella cubrió su boca con una mano, pero la burla en sus ojos era evidente.
—Mira nada más… El pequeño Dyr, avergonzado por la hermosa Nanatori.
Agudizó la voz de manera exageradamente tierna.
—Dime, ¿quieres que te dé unos besitos?
Mi cerebro colapsó.
—Sí, por favor.
Las palabras salieron sin filtro.
Casi sin dudarlo.
Casi.
—Pues qué lástima… No beso a vagabundos apestosos.
El golpe fue inmediato.
—¡Eres mala!
Soltó una risa ligera y, con un guiño juguetón, apuntó hacia mí con ambas manos como si fuera una pistolera en un duelo.
—La más mala que conoces, cariño.
—¡Ya no quiero nada!
La frustración explotó en mi voz mientras me dirigía directo a la casa, sin mirar atrás.
—¿A dónde vas? ¿No quieres mis besitos?
El tono burlón quedó flotando en el aire.
—¡A darme un baño!
Mi voz resonó por el pasillo mientras cerraba la puerta con algo más de fuerza de la necesaria. Bufé en voz baja, sintiendo el calor arder en mis mejillas.
—¿Acaso las bonitas son así de crueles…?
El silencio quedó como única respuesta.
Al otro lado, una respiración profunda se escapó en un susurro apenas audible.
—Me gustaría saber… ¿qué es lo que en verdad piensas…?
### **En otro lugar, cerca del hospital…**
La luna se alzaba en lo alto, pálida y distante, como si no quisiera ser testigo de lo que estaba por venir.
El aire olía a ceniza. A muerte.
Un par de pasos resonaron en la soledad, pisando los escombros.
—Veamos…
Los labios se curvaron en una sonrisa torcida.
los restos del hospital, proyectando sombras grotescas en los muros derruidos.
—Esto sin duda es obra de Lye.
Pero algo estaba mal.
Los ojos recorrieron el caos con precisión quirúrgica. El aire aún vibraba con energía residual… pero no era una sola.
—¿Dónde estás, Lye…?
La cabeza se inclinó levemente hacia el cielo.
Y ahí estaba.
Un rastro.
No… dos.
Uno más reciente.
Otro más antiguo.
El rompecabezas se armó en segundos.
—Eso quiere decir que aquella energía que salió disparada…
Una pausa.
La respuesta golpeó como un rayo.
—Lye encontró el resto del inmortal de Novara.
Un latido.
—Entonces él lo asesinó…
Otro latido.
Los dedos se crisparon.
—Maldito mocoso engreído…
La sonrisa se desvaneció.
—…Va a usar ese poder contra nosotros.
El paso se aceleró.
El rastro de energía lo guió hasta el desastre.
Un área acordonada.
Oficiales bloqueando el paso, con el miedo aún impregnado en sus miradas.
Los observó un instante. Luego, sin rodeos, agarró al primer imbécil que tuvo cerca.
—Dime qué pasó aquí.
Silencio.
Solo el reflejo de puro terror en esos ojos temblorosos.
Una mueca de fastidio cruzó su rostro.
—Tsk.
El cuerpo fue lanzado a un lado como si no pesara nada.
La multitud se estremeció.
Una voz autoritaria intentó restaurar el orden.
—¡No puedes estar aquí! ¡El área está restringida para cualquier civil!
Una respuesta equivocada.
—Apártate.
El crujido de huesos fue seco y certero.
La mano del oficial quedó aplastada como una lata de refresco.
Un instante de calma.
Luego… el caos.
Los disparos rompieron la noche.
Balas surcando el aire, cientos de ellas, atravesando piel, carne, hueso.
Pero él ni siquiera se inmutó.
Cada proyectil se hundió en su cuerpo… solo para ser expulsado en segundos, cayendo al suelo con un tintineo vacío.
La mirada se volvió hacia los pobres bastardos que aún sostenían sus armas con desesperación.
—Qué molestos…
Los dedos se movieron, como un director a punto de iniciar su sinfonía.
Y la música comenzó.
Las explosiones iluminaron el infierno.
Los gritos rompieron la noche.
El aire se impregnó de carne quemada y sangre, una sinfonía de terror y desesperación.
Él sonrió.
—Qué inapropiado de mi parte hacer tanto ruido…
Pero entonces lo vio.
Y la sonrisa se desmoronó.
—Lye…
Se acercó con rapidez, levantando el cadáver destrozado de su aliado.
O lo que quedaba de él.
El estómago se encogió con furia pura.
—¿Quién carajos pudo hacer esto…?
Sacó el celular, marcó de inmediato.
No hubo respuesta.
Como de costumbre.
Su voz salió cortante.
—Lye murió.
Frío. Sin adornos.
—Su cuerpo está destrozado. No queda ni mierda.
Colgó sin esperar una reacción.
Luego, sin dudarlo, hundió la mano en las entrañas del cadáver.
La sangre caliente le empapó los dedos.
Arrancó órganos, vísceras, todo lo que encontró a su paso.
—Dime… por favor… que aún lo tienes…
Pero no estaba.
No.
No.
NO.
Los dientes rechinaron con furia.
—Eres un inútil…
La rabia hirvió dentro de él hasta explotar en un rugido inhumano.
—¡¡¡BASTARDO INÚTIL!!!
Y entonces… los carroñeros volvieron.
Las ratas que habían observado desde la oscuridad, esperando, husmeando.
No entendían.
No aprendían.
—Vengan.
El cuerpo se inclinó ligeramente antes de lanzarse a la cacería.
Cada toque.
Cada golpe.
Cada movimiento.
BOOM.
BOOM.
BOOM.
Las explosiones devoraron la ciudad como un incendio voraz, engullendo edificios, cuerpos, todo.
El cielo se tiñó de rojo.
Las llamas rugieron, devorando la oscuridad.
Pero él no se detendría.
No hasta encontrarlo.
La carne del inmortal…
Sería suya.
Costara lo que costara.