Talvez

La noche había caído en un silencio acogedor en el apartamento de Connie, donde solo las luces tenues y los susurros quedaban como testigos. Tras el largo día y el cansancio acumulado, Jenny se había dejado caer en el sillón, y Connie se había acomodado sobre ella, como si no quisiera que el espacio entre ambas se ampliara ni un milímetro. Apoyaba la cabeza en su pecho, escuchando el ritmo constante de los latidos de Jenny, el mismo sonido que recordaba de tantas otras noches. Era increíble cómo, incluso después de tanto tiempo y tantos cambios, esos latidos aún lograban hacerla sentir segura, como si nada en el mundo pudiera herirla mientras estuviera allí.

Jenny, en silencio, acariciaba el cabello de Connie, trazando mechones suaves, como si quisiera memorizar cada textura y cada curva de nuevo. La calidez de la piel de Connie contra la suya, el peso familiar de su cuerpo, su respiración… todo parecía devolverle recuerdos que había relegado al fondo de su mente, recuerdos que de repente se sentían como si hubieran sucedido apenas ayer.

Tras un rato, Connie rompió el silencio, su voz apenas un susurro que casi se perdió en la calma de la sala.

—¿Has pensado en mí todo este tiempo, Jenny?

La pregunta la tomó por sorpresa. Jenny dudó, no sabía si decir la verdad, si sincerarse. Su primera reacción fue el silencio, hasta que, finalmente, dejó escapar una respuesta ambigua:

—Tal vez…

Connie soltó un suspiro, esa especie de risa suave que era tan suya y que Jenny recordaba tan bien. Levantó la cabeza un poco y la miró directamente a los ojos, como si pudiera ver a través de cualquier intento de evasión.

—Ese "tal vez" siempre significa un sí, Jenny.

Jenny entrecerró los ojos, alzando la mano lentamente hasta el rostro de Connie y tomándola del mentón con una delicadeza que ni ella misma reconoció. ¿Para qué mentir? ¿Para qué fingir en ese momento? Se inclinó hacia ella, sus labios rozando los de Connie con una suavidad que casi la asustó, saboreando ese contacto como un recuerdo traído de vuelta, una nostalgia que se volvía realidad por un segundo. Cuando se separó, lo hizo despacio, como si temiera romper algo sagrado.

—Sí —susurró finalmente, su voz cargada de esa sinceridad que había evitado tanto tiempo.

Connie la miró, sus ojos reflejando una tormenta de emociones, hasta que las lágrimas comenzaron a deslizarse por su rostro sin previo aviso. Sorprendida, Jenny la miró en silencio antes de llevar una mano a su mejilla, queriendo secar esas lágrimas que caían una tras otra. La alarma la invadió, y le preguntó en voz baja, casi con urgencia:

—¿Qué pasa? ¿Por qué lloras?

Pero Connie soltó una leve risa entre las lágrimas, una mezcla de alivio y de algo inexplicable, antes de enterrar su rostro en el pecho de Jenny, abrazándola con fuerza. Jenny la abrazó también, estrechándola contra sí como si quisiera que ese momento durara para siempre. No entendía del todo el porqué de sus lágrimas, pero sentía que, en el fondo, Connie también lidiaba con esa acumulación de emociones que ninguna de las dos había permitido salir a la superficie durante tanto tiempo. Se quedaron así, entrelazadas, en un silencio lleno de todo aquello que las palabras no podían expresar.

De pronto, el teléfono de Jenny comenzó a sonar, rompiendo la calma de la habitación. Instintivamente, estiró la mano y lo tomó, mirando la pantalla con una mezcla de resignación y deber. Era del trabajo. Otra llamada, otra responsabilidad, otro caso que la arrastraría fuera de ese pequeño refugio que habían construido esa noche. Connie, quien aún mantenía la cabeza apoyada en su pecho, cerró los ojos, ya anticipando que Jenny tendría que irse. Se preparó para moverse, para darle el espacio que siempre reclamaba, para aceptar que, una vez más, el trabajo ganaba sobre todo lo demás.

Pero, para su sorpresa, Jenny la retuvo. En lugar de contestar la llamada, dejó el teléfono en la mesa y envolvió los brazos alrededor de Connie, impidiendo que se apartara.

—Hoy no —murmuró Jenny en un tono bajo, pero decidido—. Hoy no me iré.

Connie levantó el rostro, sus ojos aún húmedos y enrojecidos por las lágrimas, pero ahora brillaban con algo más, una mezcla de sorpresa y alivio que parecía devolverle parte de la esperanza que había perdido. No dijo nada, simplemente dejó escapar un suspiro, y se inclinó hacia ella, con su frente apoyada contra la de Jenny, mirándola directamente. Con una mano, acarició su rostro suavemente, sus dedos rozando la piel de Jenny con ternura, como si temiera que aquello fuera un sueño.

—¿Me lo prometes? —preguntó, su voz apenas un susurro cargado de fragilidad, como si necesitara aferrarse a esas palabras para creer que eran reales.

Jenny la miró con seriedad, sin apartarse ni un centímetro. Sabía que era un riesgo, que tal vez estaría enfrentando consecuencias mañana por no responder, pero en ese momento nada parecía importar más que el instante en el que se encontraban, la cercanía de Connie, la calidez de su piel contra la suya, el peso de los recuerdos y el anhelo en su mirada.

—Te lo prometo —contestó, sin dudar.

Y en ese instante, todo pareció suspenderse. Connie se inclinó aún más, tumbándola con cuidado en el sillón y observando su rostro por unos segundos más, como si quisiera memorizar cada rasgo. Jenny se dejó llevar, sus manos aún descansando sobre el rostro de Connie, y esta vez no hubo palabras, solo sus miradas entrelazadas y las respiraciones compartidas en el silencio de la noche.

En ese momento, ninguna de las dos tenía la certeza de hacia dónde las llevaría ese reencuentro, pero ambas sabían que, al menos por esa noche, podían permitirse olvidar el mundo exterior y todos sus problemas. Tal vez mañana, cuando el sol saliera y la rutina regresara, las dudas y los conflictos volverían a aparecer. Pero ahora, en ese refugio creado por sus promesas y sus recuerdos, se sintieron por primera vez en paz, como si el tiempo no hubiera pasado y aún estuvieran juntas, como antes.

Y, mientras Connie acariciaba su rostro y Jenny mantenía la promesa con la mirada, ambas supieron que, aunque solo fuera por esa noche, se tenían la una a la otra de nuevo.