La mañana transcurría con una calma engañosa, como si el mundo más allá de aquellas paredes no existiera. En la pequeña mesa del comedor, Jenny y Connie compartían el desayuno con una familiaridad que, aunque parecía arraigada en años de costumbre, llevaba el sutil peso de los silencios y las distancias acumuladas en el tiempo. Connie se había acomodado contra el costado de Jenny, y esta, con su brazo rodeándola de manera casi instintiva, comía con la otra mano, como si esa cercanía formara parte de una rutina cotidiana. La escena, sin embargo, no era tan común como aparentaba, y ambas lo sabían.
El aroma del café llenaba el aire, envolviéndolas en una atmósfera cálida, mientras el suave murmullo de la radio añadía una melodía distante al momento. Connie cerraba los ojos a ratos, disfrutando del calor del brazo de Jenny y del aroma que ascendía desde su taza, como si quisiera grabar ese instante en su memoria. Aunque todo parecía tranquilo, en cada pausa se sentía una sensación de fragilidad, como si el equilibrio de esa mañana pudiera romperse en cualquier momento.
Finalmente, Connie rompió el silencio. Se giró ligeramente hacia Jenny, apoyándose en su costado mientras alzaba la vista con una sonrisa traviesa que apenas lograba disimular una nota de vulnerabilidad.
—¿Vas a trabajar hoy? —preguntó con ligereza, pero el trasfondo de la pregunta no pasó desapercibido.
Jenny dejó la taza en la mesa y le devolvió la mirada con una sonrisa apacible, aunque cansada.
—Obviamente —respondió, con un tono que pretendía ser despreocupado. Pero entonces, tras una breve pausa, añadió, suavizando su voz—: Volveré esta noche.
Connie entrecerró los ojos, evaluándola con esa expresión que Jenny conocía bien, la que decía que estaba a punto de llamarla a cuentas. Finalmente, una sonrisa escéptica apareció en sus labios.
—¿Esta vez es en serio? —inquirió, como si su tono de broma pudiera disfrazar la seriedad de la pregunta.
Jenny soltó un suspiro, rodando los ojos en un gesto que intentaba ocultar el pequeño nudo de culpa que se formaba en su pecho. Sabía que la duda de Connie estaba más que justificada.
—Sí, Connie. Esta vez es en serio —respondió, esforzándose por sonar convincente. Pero cuando la mirada de Connie no se desvió, añadió—. Y si necesitas algo, sabes que puedes llamarme.
La respuesta pareció calmarla, aunque no por completo. Connie sonrió, pero no dijo nada. En cambio, se acomodó de nuevo contra su hombro, como si quisiera saborear ese momento de cercanía antes de que el día las separara de nuevo.
El silencio que siguió fue cómodo, lleno de la calidez que solo puede existir entre dos personas que se conocen más allá de las palabras. Pero entonces, Jenny, mirándola de reojo, pareció recordar algo.
—¿Y tú? —preguntó, arqueando una ceja—. ¿No tienes que trabajar?
Connie levantó la vista hacia ella, con una sonrisa despreocupada que parecía querer aligerar cualquier peso en el ambiente.
—Trabajo desde casa, ¿recuerdas? Escribo los guiones aquí, los envío por correo o vienen a recogerlos. —Hizo una breve pausa y, con un tono más bajo, añadió—: No tengo que salir.
Esa última frase, dicha casi sin intención, golpeó algo dentro de Jenny. De repente, la realidad de su trabajo y del caso que investigaba regresó con fuerza. Las tres víctimas, todas vinculadas a la misma serie… Todo parecía demasiado cerca, demasiado relacionado. Y ahora, con Connie nuevamente en su vida, esa sensación de inquietud se transformó en algo más grande, más personal. No podía evitar pensar que Connie, de alguna manera, podía estar en peligro.
Connie, siempre perceptiva, notó el cambio en su expresión antes de que Jenny pudiera ocultarlo. Sin decir nada, se inclinó hacia ella y la besó suavemente, como si ese gesto pudiera disipar las sombras que comenzaban a acumularse. Jenny cerró los ojos por un instante, dejando que el contacto la anclara al presente. Pero antes de que pudiera responder, Connie, con una rapidez inesperada, tomó un trozo de pan de chocolate y se lo acercó a la boca.
—Come —dijo, con una sonrisa traviesa mientras le ofrecía el bocado.
Jenny la miró con fingida indignación, aunque sus labios traicionaron una pequeña sonrisa.
—¿Ahora vas a obligarme a comer? —protestó, pero tomó el pan y mordió un pedazo, más por complacerla que por verdadero apetito.
Connie rió suavemente, el sonido ligero y despreocupado llenando la habitación como un bálsamo.
—No lo llamaría obligar. Solo digo que necesitas relajarte, Jenny. Siempre estás demasiado seria.
Jenny negó con la cabeza, dejando escapar un suspiro que intentaba disimular su propio alivio. Por un momento, mientras observaba la sonrisa de Connie, las líneas de tensión en su rostro se suavizaron. Todo parecía más ligero, más sencillo. La risa de Connie, la luz del sol entrando por la ventana, el aroma del café… Todo conspiraba para hacerle creer que el mundo fuera de esas paredes no era tan oscuro como sabía que realmente era.
Pero esa paz no duró mucho. En el fondo de su mente, la preocupación latente por el caso permanecía, como una advertencia que no podía ignorar. Había algo que aún no lograba descifrar, algo que no encajaba, y mientras no pudiera resolverlo, sabía que no podía bajar la guardia. Porque hasta que el asesino estuviera tras las rejas, cualquier persona vinculada a la serie, incluso Connie, podía estar en peligro.
Sin embargo, en ese momento, decidió guardar esos pensamientos para más tarde. Miró a Connie, que seguía jugando despreocupadamente con los restos del pan, y sintió un impulso casi instintivo de protegerla, de mantenerla a salvo a toda costa. Por ahora, mientras el café humeaba y las risas llenaban el espacio, se permitió disfrutar del momento. Sabía que el mundo real la esperaría pronto, pero por ahora, quería creer que, al menos dentro de esas paredes, el peligro no podía alcanzarlas.