Jenny inhaló profundamente mientras permanecía inmóvil frente a la puerta del apartamento de Connie. Era tarde, pero la promesa de regresar no la había dejado en paz en todo el día. Esta vez, no iba a fallar. Había faltado tantas veces antes que el peso de cada ausencia parecía cargar sus hombros. Alzó la mano, lista para tocar, pero antes de que sus nudillos hicieran contacto, la puerta se abrió de golpe.
Connie estaba ahí, con una sonrisa traviesa que iluminó la penumbra del pasillo y que tomó a Jenny completamente por sorpresa. Sin darle tiempo para reaccionar, Connie le tomó la mano con determinación y tiró de ella hacia afuera. Jenny apenas logró mantenerse firme mientras era arrastrada, descendiendo por las escaleras con un ritmo apresurado.
—¿A dónde vamos? —preguntó Jenny, intentando sonar severa, aunque la chispa de curiosidad en su voz era inconfundible. Su instinto profesional le decía que salir así, sin plan, no era una buena idea, pero había algo en la energía de Connie que siempre lograba desarmarla.
—A un lugar divertido —respondió Connie, su tono ligero, casi musical, mientras continuaba avanzando sin detenerse.
La detective frunció el ceño, mirando alrededor con desconfianza. El caso en el que estaba trabajando no dejaba de rondar su mente; tres muertes, todas calculadas, y Connie, ahora más que nunca, parecía estar peligrosamente cerca del epicentro. Jenny se detuvo de repente, tirando suavemente de la mano de Connie para frenarla.
—Connie, esto no es seguro. No deberías estar saliendo tan tarde... y lo sabes —dijo en un tono bajo, pero firme, con la autoridad que venía naturalmente con su trabajo. Su mirada reflejaba preocupación genuina, aunque la suave presión de los dedos de Connie entrelazados con los suyos amenazaba con socavar su determinación.
Connie se detuvo, girándose lentamente hacia Jenny. Su mirada, intensa y profunda, parecía atravesarla como si quisiera llegar a lo más recóndito de sus pensamientos. Después de un instante de silencio cargado, Connie dejó escapar una sonrisa que era a la vez desafiante y melancólica. Dio un paso más cerca, acortando la distancia entre ambas, hasta que el aire se volvió denso, cargado de emociones no resueltas.
—¿Recuerdas lo que me dijiste la última noche antes de que nos separáramos? —preguntó Connie, su voz más baja, casi un susurro. Sus ojos no se apartaban de los de Jenny, y su proximidad hizo que esta contuviera la respiración.
Claro que lo recordaba. Esa noche se había quedado grabada en su memoria con una nitidez que la incomodaba, como un libro que nunca se había atrevido a cerrar del todo. Había sido una noche de palabras apresuradas, promesas que nunca habían tenido la oportunidad de cumplirse, y un adiós que todavía pesaba en su conciencia. Jenny asintió lentamente, pero no pudo encontrar palabras para responder.
Connie dio otro paso adelante, levantando las manos hasta colocarlas sobre los hombros de Jenny. El calor de su toque la envolvió, pero había algo más en la expresión de Connie: una mezcla de nostalgia, reproche y anhelo.
—Esa noche... me prometiste un viaje a la playa —continuó Connie, su voz tan suave que Jenny tuvo que inclinarse ligeramente para escucharla—. Dijiste que, cuando al fin tuvieras un descanso, cuando pudieras dejar de correr de un lado a otro, me llevarías al mar.
Jenny sintió que algo en su interior se rompía un poco más con cada palabra. Esa promesa había sido hecha con la mejor de las intenciones, pero, como tantas otras cosas en su vida, había quedado relegada a un rincón olvidado por culpa de la vorágine de su trabajo. Había querido cumplirla, sí, pero también había sabido, incluso mientras la hacía, que era improbable que llegara el momento adecuado.
Los ojos de Connie brillaban con una intensidad que mezclaba vulnerabilidad y desafío, una combinación que siempre había desarmado a Jenny. Se inclinó aún más, tan cerca que sus frentes casi se tocaron, y susurró con una sonrisa que escondía una leve tristeza:
—Me debes ese viaje, Jenny.
Jenny permaneció inmóvil, sintiendo la calidez de la cercanía de Connie y el peso de aquellas palabras. Era cierto. Le debía ese viaje. Le debía mucho más que eso. Levantó la mano lentamente y la posó en la mejilla de Connie, trazando un suave recorrido con los dedos, como si intentara compensar las palabras que no lograba pronunciar.
—Lo sé —respondió, su voz cargada de emociones que luchaban por salir—. Te debo tantas cosas…
Connie le cubrió la mano con la suya, sus dedos entrelazándose en un gesto que hablaba de comprensión y paciencia. Después de un momento que se sintió eterno, Connie dio un pequeño tirón y comenzó a caminar nuevamente, llevando a Jenny con ella.
—Vamos —dijo con una sonrisa, ahora más ligera, casi traviesa—. Puedes empezar con esto, un poco de libertad esta noche ¿si?
Jenny, con el corazón dividido entre el deber y el impulso de dejarse llevar, siguió los pasos de Connie. Había una promesa tácita en ese gesto, una oportunidad de recuperar algo que creía perdido. Sin embargo, en el fondo de su mente, el caso seguía acechando. Las sombras del peligro parecían acercarse más con cada paso que daban hacia la noche, pero, por una vez, Jenny decidió ignorarlas. Solo por un momento, se permitió olvidar todo lo demás.