Descanso

La luz matinal se filtraba por las persianas, envolviendo la habitación del hospital en un resplandor suave y dorado. El aire tenía un matiz de calma, como si el mundo entero se hubiera ralentizado dentro de esas cuatro paredes. Connie estaba recostada en la camilla, su cuerpo relajado pero aún con los rastros de fatiga marcados en su expresión. A su lado, Jenny permanecía sentada, con un brazo rodeándola de forma casi inconsciente, sosteniéndola contra ella con una presencia firme y protectora.

A simple vista, parecía una escena de tranquilidad compartida. Sin embargo, la mirada de Jenny estaba fija en la pantalla de su teléfono, su ceño ligeramente fruncido mientras revisaba documentos y notas sobre el caso. Su mente trabajaba sin descanso, analizando cada pista, cada detalle que aún no terminaba de encajar. Aunque su mano acariciaba suavemente el brazo de Connie, su atención estaba dividida entre el calor de su presencia y el peso de la investigación que aún colgaba sobre sus hombros.

Connie, que no era ajena a esa intensidad característica de Jenny, rodó los ojos con una sonrisa apenas perceptible. Sabía que para ella era casi imposible desconectarse del trabajo, especialmente en momentos como este, cuando la amenaza aún se cernía sobre ellas. Pero, por una vez, Connie quería algo distinto. Quería que Jenny se permitiera un respiro, aunque solo fuera por un momento.

Suspirando con determinación, estiró la mano y, con la suavidad de quien conoce cada línea del rostro de la otra, tomó el mentón de Jenny entre sus dedos y lo giró hacia ella.

—¿Podrías dejar el teléfono un rato? —pidió con un tono que era a la vez suave y firme, una mezcla perfecta de paciencia y juego.

Jenny parpadeó, desconcertada como si la hubieran sacado de un trance. Abrió la boca, a punto de argumentar, pero al ver la expresión de Connie, esa mirada que mezclaba ternura y una pizca de desafío, supo que no tenía sentido resistirse. Suspiró y, con un gesto resignado, guardó el teléfono en su bolsillo.

—Está bien… —murmuró, cediendo por fin, volviendo a concentrarse en ella.

Connie sonrió con una chispa de triunfo en los ojos, como si acabara de ganar una pequeña batalla. Se acomodó mejor contra el cuerpo de Jenny y apoyó la cabeza en su hombro, disfrutando del momento que había logrado robarle.

—No te preocupes tanto, ¿sí? —susurró, con la esperanza de aligerarle la carga que notaba en su semblante.

Jenny suspiró, pero su expresión permaneció seria, su mente aún atrapada en el torbellino de pensamientos que la habían acompañado toda la noche.

—Alguien te atacó, Connie. Claro que voy a preocuparme —respondió con un tono más bajo, casi como si estuviera diciéndoselo a sí misma. Hizo una pausa, mordiéndose el labio, y después añadió con una nota de inquietud en la voz—: Pero hay algo que no encaja. El asesino del caso… su método es distinto. Prefiere los ataques directos, sí, pero siempre con golpes contundentes. No usa armas de fuego. Esto… esto fue demasiado diferente.

Connie la observó en silencio, absorbiendo sus palabras mientras su mente repasaba los hechos.

—Quizá… —dijo tras unos segundos de reflexión—. Quizá fue porque estábamos en la playa. A lo mejor pensó que no tenía otra opción.

Jenny frunció el ceño y apartó la vista, fijándola en la ventana. Era una teoría plausible. Tal vez el atacante se había visto obligado a actuar de forma improvisada, al notar que ellas estaban en un espacio abierto, sin la posibilidad de una emboscada más meticulosa. Pero aún así, la sensación de que algo estaba fuera de lugar no la abandonaba.

Sumida en sus pensamientos, apenas notó cuando Connie se movió a su lado. Fue solo cuando sintió algo suave rozar sus labios que volvió a la realidad.

Parpadeó y vio a Connie sosteniendo un pan con mantequilla frente a su boca, con una expresión divertida e impaciente. Jenny arqueó una ceja en desconcierto, pero Connie simplemente elevó el pan un poco más, como si estuviera alimentando a un niño testarudo.

—Vamos, prueba —dijo con una sonrisa maliciosa—. No puedes atrapar criminales con el estómago vacío.

Jenny entrecerró los ojos en una advertencia silenciosa, pero la pequeña sonrisa que se formó en la comisura de sus labios traicionó cualquier intento de seriedad. Sin decir una palabra, se inclinó y mordió el pan con un gesto resignado, aceptando la tregua implícita en ese simple acto.

Mientras masticaba, Connie se acomodó aún más contra ella, satisfecha de haber logrado, aunque fuera por unos minutos, arrancarla de su espiral de preocupaciones. Jenny sintió cómo la tensión en sus hombros disminuía poco a poco, reemplazada por la calidez reconfortante de tener a Connie a su lado.

El caso seguía acechando en los rincones de su mente, las preguntas sin respuesta aún pesaban en su conciencia. Pero en este instante, con el cuerpo de Connie apoyado en el suyo y el eco de su risa todavía flotando en el aire, todo lo demás parecía lejano.

Por ahora, solo por ahora, podía permitirse dejarlo ir.