—¿Eh? ¿No se mueve?
Chu Xin empujó fuerte, pero la tapa del ataúd no se movió ni un centímetro.
Una traza de sorpresa apareció en los estrechos ojos del Dragón de Fuego de Dos Cabezas, encontrándolo increíble que la fuerza del pequeño demonio fuera tan aterradora que no pudiera mover la tapa del ataúd.
—Hermana, déjame ayudarte.
Chu Chen avanzó y se unió a Chu Xin para empujar con fuerza.
A pesar de que sus rostros se volvieron rojos por el esfuerzo, los hermanos todavía no podían hacer que la tapa del ataúd cediera en lo más mínimo.
—Esto es demasiado pesado.
Chu Xin parpadeó sus grandes ojos y murmuró suavemente. Era la primera vez que encontraban algo que no podía ser movido por su Poder Divino, lo que la convenció aún más de que el Ataúd del Demonio era un tesoro extraordinario.