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—Así que solo estaban jurando, ¿eh? —Al oír esto, los Ancianos de la Secta del Trueno inmediatamente suspiraron aliviados.
—¡Sin embargo! —Pero en ese momento, Chu Xin habló de nuevo—. No puedes arrancarles los corazones, pero sí puedes darles una paliza. Si alguien hace algo mal, merece un azote, rompiéndoles el trasero a pedazos.
—Genial, genial, genial, me encanta dar azotes en los traseros ajenos —Chu Chen vitoreó y en un abrir y cerrar de ojos, su pequeño cuerpo apareció detrás de uno de los Ancianos, levantando su regordeta mano y dándole un golpazo en el trasero al Anciano.
Un grito miserable resonó mientras el Anciano salía volando.
—¡Corran! —Viendo esto, los nueve Ancianos restantes de la Secta del Trueno palidecieron y se dispersaron en todas direcciones.