Amor de madre

Tatsumi y Civara paseaban muy cerca del baño en el que se había refugiado Sam, pero la sacerdotisa estaba más pendiente de admirar los escaparates que de buscar a su objetivo.

—¿Seguro que está aquí? —preguntó el monje mirando hacia todos lados.

—Sí, tuve una premonición. Estoy segura de que, en algún momento, el elegido vendrá a este sitio —De repente, la chica dio un salto de emoción y agarró al guardián por el hombro—. ¡Oh, por la luz del equilibrio!

Tatsumi dio un respingo creyendo que la vidente por fin lo había encontrado.

—¡Mira qué chaqueta de cuero! —Civara se pegó al cristal con el mismo entusiasmo que una niña pequeña. —¡Adoro la moda del Otro Lado! Es tan bonita...

Tatsumi la miró con fastidio sin poder creerlo.

—¿No deberías estar buscando al objetivo?

—Tranquilo, guardián, estoy segura de que si el elegido estuviera cerca, ya hubiera notado su presencia —dijo la vidente muy segura de sí misma.

Justo en ese momento, Sam salió del baño y pasó detrás de la pareja sin que ninguno de ellos lo notara.

—Confía en mí. Algo me dice que ahora mismo no es el momento adecuado. Mi intuición nunca me falla. —La chica se dirigió a la tienda con paso decidido.

—¿A dónde vas? ¿Crees que el elegido podría estar ahí dentro? ¿No es una tienda para mujeres?

Civara se encogió de hombros.

—Ah, sí, tienes razón, pero podría ser que esté aquí... ¡Dioses, qué blusa! ¡Lo quiero todo! —Civara comenzó a agarrar una gran cantidad de prendas como si las regalaran.

Tatsumi resopló con fastidio.

—¿En serio, vas a ponerte a comprar ahora? —le preguntó con incredulidad.

—Solo un par de cosas... —le respondió ella de forma distraída—. La calidad de la tela parece muy buena, me pregunto cómo hacen estas mezclas...

El guardián puso los ojos blancos.

—Mejor te espero fuera, ¿vale?

Civara apenas le hizo caso mientras el monje volvía a centrar su atención en los clientes del centro comercial. Tatsumi soltó un largo suspiro. Por alguna razón, no se sacaba de la cabeza la imagen del joven que había salvado ayer, pero dudaba mucho que ese chico fuera el elegido. Pues en esos momentos, no tenía el aura negra como indicaba la profecía.

***

Sam le informó a su novia que no se encontraba bien y que necesitaba irse a casa lo antes posible. Ella insistió en que debería verlo un médico, pero él se negó de forma rotunda.

—Por lo menos déjame que te acompañe a casa —se quejó mientras aceleraba su paso para alcanzarlo.

Sam aceptó y dejó que lo acompañara, pero se mostró muy reservado durante todo el camino. Marta notó que el chico estaba demasiado callado y se dio cuenta de que, de vez en cuando, se toca los colmillos con expresión ausente.

Cuando llegaron a casa, Sam se despidió de ella con un rápido y corto beso en los labios y, acto seguido, le cerró la puerta prácticamente en sus narices. Marta se quedó allí plantada durante unos segundos procesando que ni siquiera le había invitado a pasar, pero finalmente suspiró con resignación y decidió no presionarlo más.

En cuanto se quedó solo, trató de buscar en internet todo lo relacionado con sufrir alucinaciones después de recibir un fuerte golpe en la cabeza. Su parte lógica le decía que quizás se estaba imaginando algunas cosas, ¿pero cómo se explicaba que no tuviera ninguna contusión, ni dolor, ni siquiera un rasguño? No tenía ningún otro efecto y tampoco encontraba ninguna otra explicación para lo que le estaba pasando.

El chico resopló con estrés y se estrujó el pelo hacia atrás mientras intentaba aclarar sus ideas. Luego, consultó con una IA, si era posible que alguien desarrollara esquizofrenia tras recibir un golpe en la cabeza. ¿Pero si ya no podía distinguir entre la realidad y la fantasía, cómo iba a saber lo que le estaba pasando? El informe médico no podía mentir. El chico estaba sano, entonces... Sam recordó los ojos negros de su agresor aquella noche y sintió un escalofrío.

El chico se negaba a aceptarlo, pero no tardó en buscar información sobre los vampiros. Aunque todo lo que encontró le parecieron mitos y fantasía. ¿Pueden los vampiros convertir a un humano con solo tocarlo? En internet no se decía que eso fuera posible. Casi todos los mitos coincidían en que el humano debía ser mordido o ingerir sangre, pero eso no se ajustaba a su caso. Había caído a las vías del tren y... de repente, recordó que Xavi lo había reanimado y se tocó suavemente los labios.

Aquel rubio era el único que había tenido un contacto lo suficientemente cerca para convertirlo en vampiro después del golpe. ¿Tal vez le había dado de beber sangre cuando sus bocas se juntaron? ¿Y si Xavi era un vampiro? Rápidamente, le escribió un mensaje a Marta pidiéndole que le pasara el número de contacto de su amigo.

Marta no contestó enseguida. A veces tardaba en comprobar el móvil. Sam se levantó estresado y se fue directo al baño. Quería comprobar si era capaz de sacar los colmillos de nuevo. El chico se miró al espejo y abrió la boca para mirarse bien. Su dentadura era blanca y estaba como siempre, perfectamente alineada y sana. El chico suspiró y se miró al espejo pensando que se estaba volviendo loco.

De repente, intentó alargar sus colmillos haciendo algunas muecas agresivas con la boca. Se sintió como un idiota y se quedó mirando su reflejo durante unos segundos. Pensó que tal vez necesitaba algún estímulo para que aparecieran. El chico suspiró y trató de recordar el olor de la sangre que ahora era capaz de detectar desde la distancia. Los labios ensangrentados del joven desconocido mientras su hemorragia nasal seguía escurriéndose. Los suaves latidos de su corazón mientras el cuello le palpitaba a ese ritmo...

De repente, los colmillos de Sam se alargaron produciendo un rápido chasquido. El chico se miró con asombro y algo de miedo. No podían ser imaginaciones, era demasiado real. 

De repente, escuchó que su madre llegaba a casa y se apresuró a cerrar la puerta del baño. El chico se miró los dientes con preocupación y estos empezaron a retraerse lentamente por sí solos.

—¿Samu, cariño? ¿Estás en casa?

—¡Sí, estoy en el baño! —gritó él aún con la puerta cerrada.

El chico se tomó unos segundos antes de reunirse con ella en el salón.

—Acabo de venir del hospital —informó su madre mientras dejaba algunas cosas sobre la mesa—. Unos compañeros de trabajo tuvieron un accidente y he tenido que encargarme de unos asuntos. No me he podido sentar en todo el día...

El chico no contestó. En esos momentos, tenía demasiadas preocupaciones para prestarle atención. Además, Marta le acababa de enviar lo que él le había pedido. Rápidamente, el chico incluyó el teléfono de Xavi en sus contactos y le escribió un mensaje:

"Hola, Soy Sam. Le pedí tu número a Marta".

El joven se quedó unos segundos sin saber qué más escribir. Luego resopló estresado. La sutileza nunca fue lo suyo. Si Xavi era un vampiro, quería saberlo.

"¿Qué opinas de los vampiros?", escribió de forma directa.

Sabía que era una pésima manera de abrir una conversación con alguien que había conocido hacía menos de veinticuatro horas, pero le daba lo mismo. Quería saber si el rubio podía contarle algo útil. Xavi no tardó en responderle.

"¡Hola! Me alegra de saber de ti. ¿Qué tal estás del golpe? ¿Te duele algo? ¿A qué viene lo de los vampiros?"

La madre de Sam se acercó y él giró la pantalla para asegurarse de que no podía leerla.

—¿No has comido nada? —preguntó observándolo con curiosidad—. Te dejé una nota en la cocina. Tenías verduras en la nevera, solo tenías que calentarte un filete de pavo.

—No tengo hambre —respondió él sin despegar la vista de su móvil.

—No puedes estar todo el día sin comer —le reprendió ella—. Ven, te prepararé algo.

Sam se preguntó si los vampiros podían comer lo mismo que los humanos. El desayuno no le había caído nada bien y estaba seguro de que iba a pasarle lo mismo si comía ahora. El chico intentó escaquearse, pero su madre no lo permitió y él acabó aceptando como si fuera parte de un experimento. Pensó que si la comida volvía a caerle mal, eso confirmaría que no eran alucinaciones.

Mientras se esforzaba por comer un poco, volvió a recibir un mensaje de Xavi.

"Me encantan los vampiros. Soy muy fan de las pelis de fantasía y superhéroes. ¿Por qué lo preguntas? ¿Echan algo bueno en el cine?"

El joven soltó un suspiro con decepción y volvió a guardar su teléfono. Xavi no parecía tener nada que ver con lo que le estaba pasando. 

Antes de que Sam terminara el almuerzo, empezó a sentir náuseas. Rápidamente, se levantó hacia el baño y lo vomitó todo hasta que quedó débil y tembloroso.

—¿Estás bien? ¿Desde cuándo tienes vómitos? —Su madre se acercó para comprobar la temperatura de su frente. Después, lo observó preocupada. —No parece que tengas fiebre. Te prepararé una manzanilla y luego iremos a urgencias.

—Estoy bien, mamá, no te preocupes.

—Samu, es importante ir al médico —insistió ella—. Ayer te golpeaste la cabeza y podría estar relacionado.

—Estoy bien —repitió él.

¿Cómo iba a ocultarle a sus padres que ya no podía comer nada? ¿Cómo iba a decirle que era un vampiro? El chico tembló solo de pensarlo. Tarde o temprano acabarían descubriendo el secreto.

Sam se inclinó en el lavabo para lavarse la boca y, justo en ese momento, su madre hizo algo que él jamás se hubiera imaginado que fuera posible en el mundo real. Susana se concentró y activó su visión de auras. Una habilidad que su hijo ni siquiera sabía que existía.

En cuanto la mujer visualizó su aura, se quedó horrorizada. El chico estaba envuelto en un aura negra y densa como la noche. Y ella sabía muy bien lo que eso significaba: su hijo ya no era humano. De repente, sus ojos de color avellana se inundaron en lágrimas mientras se tapaba la boca con una mano temblorosa.

Sam no se dio cuenta de lo que acababa de pasar, porque aún estaba remojándose la cara para despejarse. Su madre dio un paso hacia atrás con expresión de miedo. Ella simplemente había utilizado su percepción mágica para comprobar si su hijo mostraba alguna señal de enfermedad, pero no se esperaba encontrarse con un aura oscura.

Después de lavarse la cara, Sam se secó con la toalla y se miró al espejo. Su madre había desaparecido de forma sigilosa. El chico no le dio importancia y se entretuvo un rato mirándose los dientes que en esos momentos volvían a verse normales.

—Ya estoy mejor —informó Sam saliendo del baño.

El chico se extrañó un poco al comprobar que su madre no estaba ni en el salón ni en la cocina.

—¿Mamá? —preguntó él sin saber dónde estaba.

El silencio fue la única respuesta. De repente, su madre lo sorprendió saliendo del dormitorio apuntándole con una pistola equipada con un silenciador.

—¿Desde cuándo eres uno de ellos?

Susana parecía enfadada. Sus ojos estaban cargados en lágrimas y su mano temblaba ligeramente al apuntarle.

—Mamá, ¿qué estás haciendo? ¿Por qué estás...?

—¡Responde! —chilló furiosa—. ¿Quién te ha hecho eso?

—¿Qué? —Sam se quedó de piedra al oír que le gritaba de esa forma—. Mamá, no sé qué dices, pero baja el arma. Me estás asustando.

—¡No te hagas el tonto! —gritó histérica mientras avanzaba lentamente por el pasillo—. ¿Quién te convirtió? ¿Fue alguien de la universidad? ¿Alguien que conociste nuevo?

—¿Qué? ¿A qué te refieres? ¿Cómo sabes lo que...?

Sam tragó saliva retrocediendo con miedo. Sabía que sus padres manejaban armas de fuego, pero nunca había visto a su madre empuñar un revolver y mucho de menos apuntarle con uno.

—¡Maldia sea! ¿Quién te convirtió? ¡Quiero Saberlo! ¡CONTESTA!

De repente, una bala pasó silbando muy cerca de su cabeza y se estrelló contra la pared de atrás. Sam miró a su madre incapaz de procesar que acababa de apretar el gatillo.

—Mamá... Yo... No sé nada... nadie me... convirtió. No sé a qué te refieres.

—¡No me tomes por tonta, Samuel! —chilló de nuevo mientras una lágrima se le escurría por la mejilla—. ¿Desde cuándo eres un... chupasangre?

La palabra sonó con desprecio, como si le diera asco el mero hecho de pronunciar lo que era.

—Desde esta mañana —logró admitir al cabo de un rato—. Ocurrió al caerme a las vías del tren. Nadie me convirtió, simplemente... desperté y estaba así. —A Sam le temblaba la voz y sus ojos comenzaban a inundarse en lágrimas.— ¿Cómo sabes lo que me está pasando?

Su madre meneó la cabeza.

—Eso no importa. —le contestó mientras le temblaba la barbilla—. Si tu padre se entera de esto... —Sus ojos se movieron de un lado a otro con nerviosismo. Parecía estar tomando una decisión importante.— Vete de casa y no vuelvas.

—¿Qué? —preguntó Sam sintiendo que se le partía el corazón—. ¿A dónde?

—¡Me da igual, vete! —chilló ella con enfado.

—Pero...

—¡Fuera de mi casa he dicho! —chilló histérica—. ¿No lo entiendes? ¡No quiero volver a verte nunca más!

—Mamá...—le dijo sin poder controlar sus lágrimas—. Sigo siendo yo... Sigo siendo tu hijo.

—¡Cállate! ¡No quiero volver a oírte! —gritó la mujer a la vez que disparaba a un jarrón cercano. El objeto estalló en mil pedazos y un trozo de cerámica salió volando cortándole una fina línea en la mejilla de Sam. El chico se palpó la cara con incredulidad y vió que sangraba. —¡Tú ya no eres mi hijo! ¡Y ahora lárgate antes de que yo misma te mate!

—Mamá... —volvió a repetir él llorando como un niño pequeño.

—¿No me has oído? ¡Largo!

—Vale, lo entiendo... —dijo Sam para tranquilizarla—. pero al menos, déjame recoger mis cosas.

El chico apuntó hacia el pasillo que bloqueaba su madre, donde estaba su habitación.

—Esas cosas no son tuyas. Deja el móvil y la cartera donde yo lo vea y vete.

—¿Te has vuelto loca? —preguntó Sam con enfado.

—¡No me hagas repetírtelo, Samuel! Vacía tus bolsillos y vete.

—Muy bien. ¡Cómo quieras! —contestó él secándose las lágrimas y sintiendo que una ira incontrolable reemplazaba el dolor de su corazón. Dejó el móvil y se dio la vuelta. —¿Contenta?

Antes de que alcanzara el pomo de la puerta su madre volvió a hablarle.

—Espera. —Por unos instantes, el chico tuvo la absurda esperanza de que la mujer se había arrepentido y le pediría perdón, pero aquello no sucedió. —Yo que tú no intentaría acudir a tus amigos ni a nadie de la familia. Solo los pondrás en peligro. —Su madre lo observó con una expresión fría—. Intenta sobrevivir como puedas.

Aquellas extrañas palabras sonaron como si fuera un consejo en vez de una amenaza. El chico quiso hacerle mil preguntas antes de marcharse, pero su madre cerró la puerta y acto seguido pasó la llave. Sam apretó los puños sintiendo que el corazón se le partía y se dio la vuelta con intención de no volver nunca más.