Encuentro en las Sombras

La música llenaba cada rincón del imperio. Con la llegada de la comitiva del Imperio Eldoriano, la ciudad vibraba con el bullicio de las festividades. Carrozas adornadas desfilaban por las calles, las antorchas iluminaban la noche, y el aroma de flores y vino flotaba en el aire.

Para Orion, sin embargo, esta no era una noche de celebración. Era su oportunidad.

Aprovechando el caos, se escabulló del ducado y se infiltró en el palacio imperial. Se movía entre las sombras, deslizándose con sigilo entre pasillos y jardines. Mientras los nobles reían y bailaban en el salón principal, ella se fundía con la oscuridad.

Pero entonces, algo la detuvo.

En un pasillo apartado, una pequeña figura yacía en el suelo. Orion frunció el ceño. ¿Quién dejaría a un niño aquí? Dudó por un instante. No podía arriesgarse a ser descubierta, pero cuando escuchó un débil quejido, su cuerpo se movió por instinto.

Se agachó y con cuidado levantó a la niña. Su piel estaba helada, su rostro pálido como la luna. Está enferma.

Antes de que pudiera pensar en qué hacer, una voz furiosa retumbó en el pasillo.

—¡Tú! ¿Qué le has hecho a la hija de Su Majestad?!

Un guardia apareció de la nada y, sin darle tiempo a reaccionar, la agarró con fuerza del brazo y la empujó contra la pared.

—¡Intrusa en el palacio! ¡Arresten a esta mendiga!

El estruendo atrajo la atención de los invitados. En segundos, Orion se encontró rodeada de nobles murmurando en su contra.

—¿Quién es esa niña?

—Mira su ropa… parece una pordiosera.

—¡Se atrevió a tocar a alguien de la familia imperial!

La multitud se apartó cuando una figura imponente apareció al final del pasillo. Su vestido de seda negra ondeaba tras ella, su mirada era pura furia.

La emperatriz de Eldoria.

—¡¿Qué le has hecho a mi hija?! —su voz resonó como un trueno—. ¡¿Cómo alguien como tú pudo entrar al palacio?!

El silencio era absoluto. Orion sintió un escalofrío recorrer su espalda.

Antes de que pudiera responder, otra presencia se impuso en la escena.

El Emperador de Solaris.

Él entrecerró los ojos al observar la situación, su expresión ilegible. Tras un momento de tenso silencio, ordenó con frialdad:

—Llévenla a las celdas.

—¡Pero, Majestad! —intervino un guardia—. Si se trata de la familia de la emperatriz, esto podría desatar…

—Lo sé. —El emperador se cruzó de brazos—. Por eso mismo la mantendremos bajo custodia hasta esclarecer la situación.

Orion apretó los puños mientras los soldados la sujetaban con rudeza. Maldita sea… ¿así terminaría todo?

—¡Orion!

Un grito desgarró la conmoción.

El corazón de Orion se detuvo por un instante. Su cuerpo se tensó cuando giró lentamente la cabeza.

Allí, entre la multitud, estaba él.

Cabello plateado. Ojos azules llenos de desesperación.

El Duque del Sur.

Su padre.

Orion sintió que el aire le faltaba. Era la primera vez que lo veía en esta vida.

—Orion… —su voz tembló mientras intentaba avanzar, pero los guardias lo detuvieron—. ¡Déjenme verla!

Ella abrió la boca, pero las palabras no salieron. Antes de poder reaccionar, los soldados la arrastraron fuera del pasillo y la oscuridad de las mazmorras la envolvió.

En la Oficina Imperial

El Emperador de Solaris se encontraba en su despacho cuando la puerta se abrió de golpe.

—Majestad —la voz del Duque del Sur era firme, pero su desesperación era evidente—. Exijo ver a la niña que han encerrado.

El emperador entrecerró los ojos.

—¿A qué se debe tu repentina urgencia?

—Su cabello es blanco. Sus ojos, azules. Son la insignia de mi familia. Necesito verla.

El emperador guardó silencio por un momento antes de suspirar.

—Sé que, después de la tragedia de tu familia, tu mente ha estado… confundida —dijo con calma—. Pero entiendo tu inquietud.

El duque apretó los puños.

—Si ella es realmente mi hija…

El emperador lo miró con severidad.

—Si lo es… deberá enfrentar un castigo.

El Emperador de Solaris permaneció en silencio por un momento, su mirada afilada posándose sobre el duque.

A pesar de su rígida postura, su expresión se suavizó apenas. Porque él también era padre. Y porque el hombre frente a él no era solo un duque, sino su amigo de años, aquel con quien había luchado en el pasado, compartido victorias y derrotas.

Soltó un leve suspiro.

—Soldados —ordenó con voz firme—, escolten al Duque del Sur hasta las celdas imperiales.

El duque levantó la cabeza de inmediato, sus ojos brillando con determinación.

—Majestad…

—Aún no he terminado. —El emperador alzó una mano, silenciándolo—. También quiero que llamen a la Emperatriz de Eldoria.

Los guardias intercambiaron miradas antes de asentir y marcharse rápidamente para cumplir la orden.

El duque cerró los ojos por un breve instante. Su corazón latía con fuerza. Después de tanto tiempo… ¿realmente era posible que su hija estuviera viva?