El carruaje avanzaba en silencio por el camino hacia el Ducado del Sur. Dentro, Orion estaba sentada frente a su padre, pero ninguno de los dos sabía qué decir. El peso de los años de separación se interponía entre ellos como un muro invisible.
Alexander Windwood, un hombre que siempre había parecido inquebrantable, ahora solo podía mirar a su hija con culpa reflejada en sus ojos. Se reprochaba el haberla dejado atrás tras la desaparición de su esposa e hija. Pero Orion… Orion cargaba con mucho más.
En su vida pasada, su padre había sido hallado muerto después de vagar sin descanso por el Imperio Eldoriano, buscando desesperadamente a su esposa y a su hija perdida. Nunca pudo comprender por qué él se aferraba tanto a la idea de que aún estaban vivas, aferrándose a un milagro que jamás llegó.
Cuántas noches esperó, con el corazón apretado, a que llegara una carta de su padre, una señal, un simple rastro de su existencia… pero nunca llegó nada. Fue como si él también hubiera desaparecido junto a ellas.
Orion lo observaba en silencio, estudiando cada uno de sus gestos, como si aún no pudiera creer que realmente estaba allí. Sin embargo, sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando la voz grave del duque rompió el silencio.
—Ha pasado mucho tiempo… No sé cómo pedirte perdón. —Su mirada reflejaba el peso de los años—. Te dejé a ti y al Ducado del Sur solos… Lamento regresar ahora, cuando ya es demasiado tarde.
Las palabras de su padre atravesaron su pecho como una aguja. Orion sintió un nudo en la garganta, y por más que intentó contenerse, las lágrimas que había reprimido durante tanto tiempo finalmente encontraron su camino. Sin poder soportarlo más, se desplomó sobre él, envolviéndolo en un abrazo desesperado.
Su padre no dudó en recibirla entre sus brazos, sosteniéndola con fuerza, como si temiera que pudiera desaparecer en cualquier momento. En ese instante, todo el dolor, la soledad y el resentimiento se desvanecieron un poco, dejando solo la calidez de aquel abrazo.
Orion cerró los ojos, sintiendo por primera vez en mucho tiempo un atisbo de paz. Con voz temblorosa, pero llena de determinación, susurró:
—Regresemos a casa…
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Habían pasado varios días desde la llegada de Orion al Ducado del Sur, y poco a poco, aquel lugar que una vez pareció marchito comenzaba a recuperar su brillo. El ajetreo de los sirvientes, los jardines bien cuidados y el aire renovado en el ambiente daban la sensación de que la vida volvía a florecer.
A pesar de su abrumadora carga de trabajo, su padre siempre encontraba tiempo para ella, asegurándose de compartir las mañanas en el desayuno. Y hoy no sería la excepción.
Orion descendió las escaleras con paso elegante, su vestido color lila ondeando con cada movimiento. Al llegar al comedor, saludó a su padre con suavidad, a lo que él respondió con una leve sonrisa. Sus ojos, aunque cansados, brillaban con orgullo mientras la observaba.
—Te ves hermosa —elogió con un tono melancólico—. Cada día te pareces más a Isabella…
El corazón de Orion se encogió al escuchar el nombre de su madre. Sin querer prolongar la tristeza en el rostro de su padre, sonrió levemente y tomó asiento. No pasó mucho tiempo antes de que el duque rompiera el silencio.
—Hay un asunto del que necesito hablar contigo —dijo con seriedad, posando sus manos sobre la mesa—. Recientemente, me reuní con el emperador y le conté la verdad… que tu tía Isabella te utilizó con fines egoístas y te obligó a tomar el lugar de Arian.
Orion sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Apretó suavemente los puños sobre su regazo, tratando de ocultar su ansiedad.
El duque hizo una pausa, como si lo que estaba a punto de decirle fuera un peso difícil de cargar.
—El emperador, al comprender la situación, tomó una decisión… —sus palabras flotaron en el aire por un instante—. Quiere que sigas fingiendo ser Arian. No puede permitir que los aristócratas, y más aún, el Imperio Eldoriano, intenten usar tu verdadera identidad como una oportunidad para desafiar la posición de futura emperatriz.
Orion sintió su estómago hundirse. Su pecho se tensó con una sensación sofocante. Seguir siendo "Arian" significaba un paso más hacia una vida que no le pertenecía, un destino del que cada vez parecía más difícil escapar. Con un hilo de esperanza, formuló la pregunta que rondaba en su mente.
—¿Eso significa que… en algún momento podré romper mi compromiso con el príncipe heredero?
El duque exhaló lentamente, midiendo sus palabras.
—Aunque hiciste una petición pública para romper el compromiso, el emperador ha empezado a difundir la idea de que fue solo un acto infantil, algo impulsado por tu reclusión en la celda —su tono era cauteloso, casi resignado—. Así que, si bien no es imposible, la anulación del compromiso dependerá de cuando el príncipe heredero alcance la edad suficiente para tomar decisiones por sí mismo… y no sea un blanco fácil para los aristócratas.
Orion sintió cómo la desesperanza la envolvía. Su destino seguía atado a una identidad que no era suya, a un matrimonio que nunca deseó. Por más que lo intentara, la sombra de Arian aún pesaba sobre ella… y la posibilidad de recuperar su propia vida seguía siendo un sueño lejano.