Dulce Tropiezo

Orion se dirigía al Palacio Imperial después de recibir una inesperada carta de invitación del príncipe heredero. Sostenía entre sus manos aquel misterioso collar, recordando cómo, desde su llegada al ducado, la magia en él había desaparecido por completo. Aún se preguntaba por esas extrañas tres criaturas y, sobre todo, por Ethan. La imagen del príncipe, enfermo y frágil, seguía rondando en su cabeza, provocándole una sensación de inquietud que no lograba comprender del todo.

Al llegar a los jardines imperiales, la recibió una brisa cargada con el dulce aroma de las flores primaverales. Los pétalos de cerezos y jacarandas danzaban con el viento, creando un escenario casi irreal. Orion se dio cuenta de que había llegado demasiado temprano, por lo que decidió dar un breve paseo entre los senderos floridos.

Sin embargo, su tranquilidad no duró mucho. Un repentino sonido de pasos la alertó y, antes de poder reaccionar, una criatura blanca y esponjosa salió corriendo hacia ella.

—¿Eh? ¡Espera, qué…!

Era el zorro blanco del palacio, la famosa mascota real. Sus ojos brillaban con astucia mientras corría tras ella con energía inagotable. Orion, quien a diferencia de Arian había visitado muy pocas veces el palacio, no estaba familiarizada con él y, en su pánico, hizo lo único que se le ocurrió: correr.

Pero su escape fue torpe. Al dar la vuelta, su pequeño cuerpo chocó de lleno contra alguien y, antes de poder evitarlo, ambos terminaron cayendo al suelo enredados entre los pétalos que cubrían la hierba.

Un silencio incómodo se instaló entre ellos. Orion parpadeó, intentando procesar lo que acababa de ocurrir, y al levantar la mirada se encontró con los ojos rojos de Ethan, quien estaba justo debajo de ella. Su rostro estaba completamente ruborizado, su respiración agitada.

—Arian… ¿te encuentras bien? —preguntó con voz temblorosa.

Orion tragó saliva, sintiendo el calor trepar por su propio rostro. Justo en ese instante, un repentino estornudo escapó de ella debido al polen que flotaba en el aire. La sacudida de su cabeza hizo que sus labios rozaran accidentalmente los de Ethan.

El tiempo pareció detenerse.

Los ojos del príncipe se abrieron como platos, y el carmín de su rostro se intensificó hasta las puntas de sus orejas. Orion, dándose cuenta de lo que acababa de suceder, se apartó de inmediato, sintiendo su corazón latir con fuerza descontrolada.

—¡L-Lo siento! —dijo apresuradamente mientras se ponía de pie y le tendía la mano a Ethan para ayudarlo a levantarse.

El joven príncipe la tomó con torpeza, aún demasiado aturdido para hablar.

Intentando mantener la compostura, Orion se aclaró la garganta.

—P-Príncipe heredero, es mejor que nos dirijamos al lugar donde se está llevando a cabo la fiesta del té.

Ethan asintió con la cabeza en silencio, sin siquiera atreverse a mirarla a los ojos. Orion, por su parte, sentía su rostro arder y su mente dar vueltas.

"¿Qué está pasando con Ethan? En mi vida pasada nunca lo vi reaccionar de esta manera… ¿Será que está entrando en esa edad donde comienza a sentir esas cosas?"

Su corazón dio un pequeño vuelco ante ese pensamiento.

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La mesa estaba cubierta con una infinidad de pasteles y dulces, sus colores vibrantes y el dulce aroma del té flotaban en el aire, creando un ambiente acogedor y tentador. Orion, con sus grandes ojos azules, brillaba de felicidad ante la vista de tanta comida deliciosa.

Ethan, aún ligeramente sonrojado después del inesperado accidente bajo el árbol de jacaranda, la observó con curiosidad. No recordaba haberla visto tan entusiasmada por la comida antes.

—¿Te gusta? —preguntó, tratando de recuperar la compostura.

Orion, con sus mejillas llenas de comida como una ardilla, asintió vigorosamente.

—¡Sí! —respondió con un pequeño brillo en los ojos—. Aunque… creo que todo esto sabría aún mejor con una taza de leche tibia.

Ethan parpadeó sorprendido. La leche tibia era una bebida simple, algo común entre la gente del pueblo, no entre la nobleza. ¿Cómo es que Arian conocía algo así?

—¿Leche tibia? —repitió con incredulidad.

Orion, al notar su expresión, rápidamente improvisó una respuesta.

—La probé cuando estuve en la ciudad unos días… no tenía mucha comida, así que fue lo único que pude tomar.

Pero la verdad era otra. En su vida pasada, una de las pocas cosas que su tía le daba era leche tibia. No tenía un sabor particularmente dulce ni un aroma sofisticado, pero de alguna manera, se convirtió en su forma de sobrevivir.

Ethan, aún confundido, llamó a una criada y le ordenó cambiar el té por leche tibia. La sirvienta, sorprendida por la inusual petición, obedeció sin hacer preguntas.

Cuando la leche tibia fue servida, Orion tomó un sorbo con satisfacción, disfrutando el cálido y familiar sabor.

—¿No vas a comer? —preguntó, mirando a Ethan, quien la observaba fijamente con una expresión complicada.

Finalmente, él suspiró y, con un tono más serio, dijo:

—Arian… desde el accidente de tu madre, has cambiado mucho. Comes cosas diferentes, actúas diferente… incluso tu manera de comportarte en la mesa no es la misma.

Orion sintió su corazón detenerse por un momento. Palideció. Con la vuelta de su padre, había dejado de lado la necesidad de fingir. En el ducado, podía ser Orion, podía relajarse… pero aquí, en el palacio imperial, seguía siendo Arian.

Antes de que pudiera inventar una excusa, Ethan se inclinó de repente hacia ella con una sonrisa misteriosa. Orion se quedó completamente paralizada.

—¿Q-qué haces? —preguntó con un leve temblor en la voz.

Antes de que pudiera reaccionar, Ethan alzó la mano y, con un gesto inesperadamente íntimo, retiró con suavidad una migaja de pastel que quedaba en la comisura de sus labios.

Orion dio un respingo y se echó hacia atrás de golpe, su rostro enrojeciéndose al instante.

—¡Ethan! ¿Q-qué estás haciendo?

El príncipe inclinó la cabeza con inocencia, aunque un ligero rubor aún decoraba sus mejillas.

—Le pregunté a uno de mis caballeros cómo debería tratar a mi futura esposa —dijo con naturalidad—. Me recomendó un libro sobre el romance.

Orion sintió su mente colapsar. Su mirada recorrió la sala en busca del caballero responsable de semejante disparate. Y entonces lo vio… al fondo, un caballero ruborizado miraba la escena con la cara pálida y una gota de sudor en la frente.

Sin pensarlo dos veces, Orion alzó la voz:

—¡No deberías seguir consejos de personas que aún están solteras!

El caballero sintió que una flecha invisible se clavaba directamente en su corazón. Se tambaleó ligeramente, como si hubiera recibido un golpe devastador.

Mientras tanto, Ethan, con la expresión de un cachorro regañado, apartó la mirada y murmuró con un susurro avergonzado:

—Lo siento…

Orion dejó escapar un profundo suspiro. ¿Desde cuándo Ethan era así? ¿Qué estaba pasando con él? Y lo más importante… ¿por qué su propio corazón estaba latiendo tan rápido?