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Capítulo 17: La Promesa de los Dragones
Los días habían pasado desde que Ambrose y Marian partieron del ducado rumbo a la capital en busca del lugar perfecto para la cafetería. Mientras tanto, el duque del Sur había encontrado un maestro de magia para Orion: Aldric Veyron.
Aldric no era solo un mago cualquiera; en su vida pasada, había sido la mano derecha de su padre y uno de los pocos que Orion llegó a considerar familia. Sin embargo, el destino les había sido cruel: ambos fueron sentenciados y ejecutados juntos. Verlo entrar en el estudio fue un golpe de emociones para Orion. Sus ojos se llenaron de lágrimas sin poder contenerse.
Aldric, quien tenía una cicatriz profunda en su rostro, interpretó mal su reacción. Pensó que su apariencia la había asustado, así que con un movimiento tranquilo, tomó la máscara que colgaba de su cinturón y se la colocó.
—Perdón si mi rostro te inquieta —dijo con voz serena, su tono frío pero con una dulzura escondida—. Será mejor que comencemos.
Orion notó la incomodidad de Aldric. A pesar de su vasta experiencia en combate, nunca antes había sido maestro. En realidad, él era más caballero que mago, pero su lealtad al ducado lo había llevado a aceptar la tarea. El duque del Sur solo podía confiar en alguien de su entera confianza para enseñarle a su hija, y Aldric era ese hombre.
El Fracaso de la Magia
Las semanas transcurrieron sin que Orion lograra manifestar un flujo de maná estable. Era frustrante. En su vida pasada, los rumores decían que Arian había perdido su magia tras el trágico accidente de su madre. Su incapacidad para controlar la magia fue vista como una debilidad por las casas nobles del Imperio, y muchas comenzaron a rechazarla como candidata para el matrimonio. Sin embargo, el emperador y Ethan Solaris la protegieron, aferrándose a lo poco que quedaba del ducado del Sur.
Pero ahora, Orion estaba en una nueva oportunidad… y no podía permitirse el mismo destino.
Un nuevo día de entrenamiento llegó, y Aldric, observando su falta de progreso con la magia, decidió cambiar de estrategia.
—Hoy entrenaremos con espadas.
Orion entendió de inmediato. Aldric no era alguien paciente. Aunque era un hombre de pocas palabras, Orion sabía que para él el ducado no era solo un lugar de trabajo… era su hogar. Su familia.
La Espada en sus Manos
Vestida con ropa cómoda, Orion bajó al patio de entrenamiento. Apenas llegó, Aldric le lanzó una espada sin previo aviso. El arma era pesada, y apenas logró sostenerla antes de que su maestro se lanzara contra ella.
Los primeros golpes fueron brutales. Apenas podía defenderse. Pero aunque su cuerpo dolía y cada músculo le gritaba que se detuviera, no lo hizo. Orion jamás retrocedió. Cada movimiento era torpe, pero poco a poco, su cuerpo se adaptaba al peso de la espada.
Día tras día, su resistencia aumentaba. Sin embargo, cada noche, apenas tocaba la cama, su cuerpo se desvanecía por el cansancio. Hasta que una noche… algo cambió.
El Secreto del Collar
Agotada, Orion se dejó caer sobre la cama, pero entonces… una luz comenzó a irradiar de su collar.
Su corazón latió con fuerza. Se incorporó de inmediato y corrió hasta el tocador donde lo había dejado. Al tocarlo, tres pequeñas figuras emergieron rodando, una sobre otra.
—¿Otra visión del pasado? —susurró Orion con el ceño fruncido.
Pero un dragón blanco agitó sus alas y respondió con voz solemne:
—No. Esta vez hemos venido a hablar.
Orion se quedó sin aliento. Hasta ahora, los había visto solo en visiones de su vida anterior…
—¿Hablar? ¿Sobre qué?
El dragón negro, de mirada penetrante, habló con tono firme:
—Queremos ser tus maestros.
Orion parpadeó, atónita.
—¿Ustedes… mis maestros? ¿Cómo? Ni siquiera sé quiénes son realmente.
Los tres dragones intercambiaron miradas antes de responder.
—Explicarlo sería complicado —dijo el dragón dorado—, pero lo que importa es que puedes confiar en nosotros.
Orion no estaba segura. Sin embargo, hasta ahora, cada vez que había visto a estos dragones, nunca le habían hecho daño. Si realmente podían ayudarla a mejorar su magia, no tenía otra opción.
Aún así, antes de aceptar, les hizo una última pregunta:
—Si vamos a trabajar juntos, necesito llamarlos de alguna manera. ¿Cómo se llaman?
Hubo un momento de silencio.
El dragón negro habló primero.
—No tenemos nombres. Nuestra madre nunca nos dio uno.
Orion sintió un leve nudo en el pecho.
El dragón blanco movió su cola, emocionado.
—Quizás podrías darnos nombres tú.
Orion esbozó una sonrisa suave. Para ella, los nombres eran importantes.
—La próxima vez que nos veamos, los tendré listos.
Los dragones parecieron emocionarse con la idea.
—En la próxima luna llena —dijo el dragón dorado—, haremos un contrato.
—¿Un contrato? —Orion frunció el ceño—. ¿De qué están hablando?
Pero antes de que pudiera obtener una respuesta, los dragones desaparecieron.
Orion se quedó allí, mirando su collar, con la mente llena de preguntas.
Un Destino que Despierta
¿Qué significaba aquel contrato? ¿Cuál era la verdadera identidad de esos dragones? Y más importante aún… ¿estaba lista para lo que vendría?
La luna llena se acercaba. Y con ella, el destino de Orion cambiaría para siempre.
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