Recuerdos de un pasado distante

En un pequeño pueblo en la sierra de Perú, se encuentra una modesta casa. En su interior solo habita un hombre mayor de más de setenta años llamado Edgar Huamani. Su esposa dejó este mundo hace algunos años, a su único hijo lo mandó a estudiar a la capital para que tuviera un mejor futuro, y sus amigos solo viven en sus recuerdos. De joven, él y sus amigos hacían rondas en el cerro donde vivían y mantenían seguro el lugar. Vivieron muchas experiencias de las cuales ahora solo él sabe.

Un cierto día, una familia conformada por un padre, una madre y un par de hijos se acerca a la casa de aquel hombre solitario y los niños, animados, tocan la puerta, a lo cual una voz gastada pero firme responde.

—Edgar: ¿Quién es?!

—Soy yo, papá, soy tu hijo Juan.

—Edgar: ¿Juan? (abro la puerta para ver a mi hijo a quien no había visto en un largo tiempo).

Mira nada más... el señor importante, al fin encontró tiempo para ver a su anciano padre... (se notaba el enojo y tristeza en sus palabras).

—Juan: Padre, no empieces, por favor... mis hijos querían conocerte.

(Detrás de Juan se encontraban una niña y un niño de 8 y 10 años, miraban a su abuelo con asombro y alegría, se acercan a mi para abrazarme).

—Edgar: ¡Jajaja! ¡Qué sorpresa! (la alegría era notoria en mi cara; me agache para abrazar a mis nietos).

—Hola, guaguitas.

(Juan miraba la escena con algo de reserva y cambia de tema).

—Juan: Papá, te presento a mi esposa, Julia.

(Entra en la casa una joven mujer que, con una sonrisa, se presenta).

—Julia: Mucho gusto, señor.

(Observa cómo sus hijos se ven felices, pero su esposo desvía la mirada).

—Edgar: El gusto es mío (me levanto y me acerco a mi silla para sentarme).

—Disculpa que no pueda estar mucho tiempo parado, con el tiempo mis rodillas ya no son tan fuertes, debo ahorrar energía para estar más tiempo de pie.

—Julia: No se preocupe, señor. (Responde calmadamente).

(Edgar observa a sus nietos con una pequeña sonrisa).

—Edgar: ¿Y cómo se llaman?

—Juan: Se llaman Gabriel y Ana. (Responde con una expresión seria).

—Edgar: Ana... le pusiste el nombre de tu madre. (Deje salir una pequeña sonrisa, mientras mi hijo evita responder).

(Gabriel y Ana observan todo lo que hay en la casa de su abuelo y se quedan mirando con asombro algunas fotos, recortes de periódicos locales y objetos en la pared).

—Edgar: (Observa a sus nietos mirar lo que tiene en su pared). Esos son algunos recuerdos de mis historias del pasado, cuando era joven y fuerte. (Respondí algo nostálgico).

—Gabriel: Abuelo, ¿nos puedes contar sobre esas historias?

—Ana: ¡Sí! Por favor, abuelo.

(ambos niños expresaban su deseo de saber más sobre su abuelo con una alegría y curiosidad en sus miradas, a lo cual no pude evitar responder).

—Edgar: ¡Jaja! Está bien, les contaré. (Me acerco a la pared y observo una vieja foto, en la cual me encontraba de joven junto a sus amigos, diez en total contando a él).

—Edgar: Presten mucha atención, esto pasó hace muchos años. Yo trabajaba arando la tierra junto a mis amigos y en las noches hacíamos rondas en el cerro para proteger al pueblo. Recientemente me había casado con mi bella esposa.

(Comienza a narrar, mientras los recuerdos me transportan al pasado en mi mente).

—Edgar: Ana, ¡ya llegué! (Expreso feliz al llegar a casa).

—Ana: Hola, querido, ¿Qué tal estuvo tu día? (Respondió mi esposa saliendo de la cocina; se veía tan radiante como de costumbre).

—Edgar: Fue un buen día, pero aún no termina; luego tengo que ir con mis amigos a hacer las rondas nocturnas. Últimamente han desaparecido pertenencias de nuestros vecinos. (Dije mientras me sentaba en mi silla).

—Ana: Te tendré lista una buena comida para que no pases hambre en tus rondas. (Menciona mientras vuelve a la cocina). Hablando de eso, la comida ya está lista, siéntate en la mesa para comer.

—Edgar: Gracias, amor. Si no fuera por ti, me moriría de hambre, jaja. (Dije mientras me dirijo a la mesa).

(Luego de almorzar, pasan las horas y el sol comienza a ocultarse).

—Edgar: Bien, ya va siendo hora de que me vaya. (Dije mientras alistaba mis cosas para las rondas).

—Ana: Cuídate mucho. (Le entrega su comida).

—Edgar: Regresaré tarde, no hace falta que me esperes. Gracias por la comida. (Me despido con un beso y salgo de casa para reunirme con mis amigos).

—Juan: Ya somos todos, ¿listos?

—Victorico: Sí, tenemos todo preparado.

—Edgar: Aunque normalmente no pasa nada en este cerro.

—Luis: Mejor así, prefiero que esté calmado a que haya muchos problemas.

—Manuel: De cualquier forma, estamos preparados por si hay problemas. (Dijo mientras sostiene un machete).

—Alejo: Sí, estamos bien preparados. (Menciona mientras sostiene una escopeta).

—Chusku: No será necesario, este cerro es muy tranquilo; si hay algún ladrón escondido de noche, lo hallaremos.

—Emiliano: No hay que subestimar al cerro, amigo; hay historias que cuentan que antes ocurrían cosas cerca de él.

—Lucho: Son solo rumores que nuestros padres nos contaban para asustarnos.

—Pedro: Sea así o no, ya es momento de subir y empezar con las rondas.

(Todos suben al cerro y se dividen en cinco grupos cubriendo terreno cada uno).

—Edgar: Parece que será otra noche tranquila, ¿no crees?

—Juan: Eso espero, solo debemos continuar con la ronda unas horas más y luego podemos regresar a casa.

(La noche era tranquila, lo único que se escuchaba eran los sonidos de la naturaleza. El cielo nocturno brillaba mostrando las estrellas en su esplendor. Todo era tan tranquilo que ambos tomaron un pequeño descanso).

—Juan: Por cierto, ¿Cómo te va con tu vida de casado?

—Edgar: Todo de maravilla, me casé con la mujer correcta; volver a casa y verla hace que el estrés del trabajo se esfume.

—Juan: Tienes mucha suerte, compadre; yo también quisiera conocer a una buena mujer y casarme.

—Edgar: No te preocupes, ya llega... (es interrumpido por el sonido de una espantosa risa en las cercanías).

—¿Escuchaste eso?

—Juan: Sí, sonó como una risa... pero no sonaba como alguno de nuestros compañeros. ¿Qué crees que sea?

—Edgar: No lo sé, pero hay que investigar. (Usando mi linterna, me dirijo junto a mi amigo al lugar donde se escuchó la risa y llegamos a un agujero en la tierra).

—Juan: Creo que el sonido proviene de aquí. ¿Es... una madriguera de conejo? (Se acerca con cuidado a lo que parece ser una pequeña madriguera en el suelo y trata de alumbrarla con su linterna).

—"¡Largo! No se acerquen!"

(Se escuchó una voz desgarradora que proviene de aquel agujero).

—Edgar: Hay alguien dentro del agujero; quizás un anciano se cayó. (Respondí nervioso pero tratando de mantener la compostura).

—Juan: No, el agujero... es demasiado pequeño para que quepa una persona... y esa voz... no suena normal. (Respondió con algo de miedo).

—Edgar: Tranquilo, yo alumbraré dentro del agujero... y tú prepara tu escopeta para disparar si algo sale. (Coloqué mi mano en el hombro de Juan para calmarlo).

—Juan: ¡Sí!, está bien. (Prepara su arma, tratando de calmarse).

(Apunto mi linterna hacia el agujero, y acto seguido se escucha un quejido y algo sale tan rápido del agujero que no logramos verlo bien).

—Edgar: ¡Ah! Eso no es ni un conejo, ni un hombre. (Sostuve fuertemente mi machete). Se ocultó tras esos arbustos; yo lo ahuyentaré y cuando salga, ¡le disparas! (Me acerqué lentamente a los arbustos, sin saber lo que encontraría).

—Juan: ¡Sí! (Respondió nervioso pero decidido, mientras apuntaba su arma hacia los arbustos).

(Al llegar a los arbustos, usé mi machete para golpear repetidamente los arbustos; luego, algo salió corriendo de estos).

—Juan: ¡Lo veo! (Aprieta el gatillo, pero el arma no dispara).

—¿Qué?

—"¡Malditos! Lamentarán no haberme dejado tranquilo".

(Decía la criatura con una voz tétrica mientras se acercaba lentamente).

—Edgar: (Intento disparar con mi arma; tampoco funciona y la criatura solo se ríe de mis intentos fallidos).

—Juan: ¡Hay que avisar a los otros!

—"¡Idiotas! No dejaré que avisen a nadie!" (Exclamó la criatura molesta, mientras se balancea hacia el cuello de Juan; al tocarlo, este da un grito desgarrador y sale corriendo en cuatro patas).

—Edgar: ¡Juan! ¿estás bien? (Me acerqué a verlo, pero no se encontraba herido de gravedad, solo algunos rasguños).

—Juan: Sí, estoy bien... solo me derribó... y cuando sostuvo mi cuello... salió corriendo... (Dijo aún temblándole la voz; cuando revisamos su cuello, nos percatamos de que la razón por la que la criatura había escapado luego de tocar el cuello de Juan era por la cruz de plata que llevaba en su cuello).

—Edgar: Esa cosa... creo que era un duende. (A pesar de que yo también sentía miedo por lo que acabábamos de vivir, traté de mantener la compostura), seguramente se fue hacia la mina abandonada.

—Juan: Cuando era niño... también escuché historias de mis padres ...de que un duende... vivía en esa mina. (Poco a poco recuperaba la calma).

(Luego de un rato llegaron todos nuestros compañeros, ya que también escucharon el desgarrador grito de Juan, y les explicamos lo que había ocurrido).

—Lucho: ¿Un duende...? Aún no puedo creer que existan de verdad... (se notaba algo asustado).

—Victorico: Según su historia, ese duende salió de un agujero en la tierra; hay que revisarlo. (Se acercó al agujero en la tierra apuntando con su linterna).

—Chusku: (Se asoma y mira muchas cosas dentro del agujero). Son las cosas que se han estado desapareciendo.

(Dentro había dinero, comida y otras cosas; poco a poco sacan todo lo que había y lo guardan en un costal para devolverlo a sus dueños).

—Alejo: Ahora, ¿Qué hacemos con respecto al duende?

—Emiliano: Aquí no se puede quedar; es nuestro deber proteger este cerro de cualquier mal que amenace a los pobladores. (Expresó muy decidido).

—Luis: Creo que todos estamos de acuerdo con eso, ahora debemos pensar en cómo nos encargaremos del duende.

—Manuel: Según nos contaron, las armas de fuego y los machetes no sirvieron, ¿verdad?

—Edgar: Así es; en dos ocasiones, Juan y yo intentamos dispararle, pero las armas no dispararon; luego lo ataqué con el machete pero no lo atravesó.

—Juan: Es raro que nuestras escopetas fallaran; estaban bien antes. (Apunta su arma al aire y dispara; esta vez sí funciona). No lo entiendo...

—Pedro: Creo que mañana deberías ir a ver al padre José; quizás él pueda darnos una respuesta. Además, lo único que alejó a ese duende fue la cruz de plata de Juan.

—Juan: Sí, es verdad; creo que será lo mejor.

—Lucho: Por ahora, mejor regresemos a nuestras casas y devolvamos todo lo que el duende robó.

(Todos asentimos y regresamos a nuestras casas. Al llegar, no sabía si decirle lo que pasó a mi esposa; no quería asustarla ni cundir pánico en el pueblo, así que solo evité el tema del duende. A la mañana siguiente, mis amigos y yo nos dirigimos a devolver las pertenencias robadas por el duende a sus verdaderos dueños; luego de eso, fuimos a la parroquia del padre José, quien nos recibió muy amablemente como de costumbre).

—Padre José: Bienvenidos a la casa de Dios, ¿a qué se debe su visita? (Nos recibió a todos).

—Lucho: Padre, tenemos un asunto delicado que tenemos que tratar con usted.

—Juan: Sí, pero queremos que se maneje con discreción.

—Padre José: Comprendo, vamos a mi oficina; ahí podemos hablar en privado sobre el tema que les inquieta. (Nos lleva hacia su oficina y cierra la puerta). Bien, ahora ya podemos hablar tranquilamente.

—Luis: Padre, tenemos un problema.

—Padre José: Eso parece; ¿de qué se trata, hijos? (Menciona mientras se sienta en la silla de su escritorio).

—Lucho: Ayer, mientras hacíamos nuestras rondas, Juan y Edgar se toparon con lo que solo podemos describir como un duende.

(Al escuchar esa respuesta, la expresión tranquila del padre cambió a una más seria y preocupada).

—Padre José: ¿Están seguros de lo que vieron, hijos? (Dijo mientras nos miraba seriamente).

—Juan: Así es, padre; estos rasguños que tengo en la cara me los hizo él. (Señalando sus heridas).

—Edgar: Tanto Juan como yo intentamos dispararle con nuestras armas, pero no funcionaron; las armas dejaron de funcionar en ese momento y, aunque lo ataqué con mi machete, este no lo atravesó. (Describí la situación tratando de mantener la calma).

—Victorico: Sí, ¿eso a qué se debió?

(Luego de una pequeña pausa, el padre José, con una mirada seria, respondió).

—Padre José: Cuando se trata de estos seres, las armas de fuego tienden a fallar en su presencia, al igual que artefactos eléctricos o que funcionen con baterías. En cuanto a por qué no pudo ser atravesado por el machete, se debe a que las armas comunes no causan mayor daño a estos seres.

(Hubo un silencio repentino de todos hasta que rompí el silencio).

—Edgar: Entonces, ¿no hay manera de hacerles daño? (Dije con algo de frustración. Luego recordé algo). La cruz que llevaba Juan en su cuello fue lo único que fue efectivo contra el duende.

—Padre José: Los objetos sagrados o bendecidos sí pueden dañarlos.

—Alejo: Entonces, ¿usted puede bendecir nuestras armas, padre?

—Chusku: De esa forma estaremos mejor preparados si nos topamos con ese duende otra vez.

—Pedro: No podemos permitir que una vil criatura ande por los alrededores; tenemos que eliminarlo.

—Padre José: Aunque no puedo ayudarles a pelear, sí puedo apoyarlos bendiciendo sus armas para que no estén desprotegidos. Además... (Se levanta y se dirige a un armario que está en la esquina de su oficina, lo abre y saca varios rosarios con la cruz de madera). Estos son rosarios que yo mismo hice y bendije; espero que los proteja a cada uno. También rezaré por ustedes y para que todos lleven sanos y salvos a casa.

(El padre José bendice nuestros machetes y luego hace una oración junto con nosotros para que Dios nos proteja. Luego, cada uno regresamos a nuestras casas para prepararnos. Cuando llegó Ana, pudo notar que algo me tenía nervioso).

—Ana: ¿Qué es lo que pasa? (Se acerca a mí y pone su mano en mi hombro).

—Edgar: No... no es nada, cariño. (Trato de controlarme; no quiero que ella sepa a lo que me enfrentaré de noche).

—Ana: (Con una voz autoritaria me responde) ¡No me mientas, Edgar! (Ella me miró fijamente y luego, con una voz más suave, me dijo) Si te ocurre algo, puedes hablar conmigo; soy tu esposa.

—Edgar: Ana... perdón, no quería preocuparte. (Me acerqué a ella y la abracé). Cuando caiga la noche, mis amigos y yo saldremos a hacer las rondas para mantenerlos a todos seguros.

—Ana: (Me mira a los ojos y sabe que hay algo que no quería decirle, pero acepta sabiendo que solo intento protegerla). Está bien, amor; pero recuerda que siempre puedes hablar conmigo.

—Edgar: Lo sé, cariño; gracias por entender. Ahora me siento más tranquilo.

(Al anochecer, mis amigos y yo nos reunimos para buscar la mina abandonada y acabar con el duende que perturba la paz de nuestro pueblo).

—Lucho: La mina se encuentra más arriba; fue abandonada por la poca seguridad y los constantes accidentes que ocurrían.

—Victorico: ¿Creen que estamos preparados para esto?

—Juan: Hicimos todo lo que pudimos; al menos de esta forma no estaremos tan indefensos como la primera vez.

—Chusku: Quizás también debimos preguntar al viejo chamán si hay algo que podamos hacer contra el duende.

—Pedro: Ese chamán... si no me equivoco, vive en lo profundo del cerro, dentro de una cueva, ¿verdad?

—Edgar: Eso escuché, pero nunca lo vi en persona; no sé si es un charlatán o si es un chamán de verdad.

—Luis: Según lo que escuché, es un chamán genuino, de los pocos que aún practican la antigua magia andina de los tiempos anteriores a la conquista.

—Alejo: Lastimosamente, ya es muy tarde para buscar a ese chamán; estamos muy cerca de llegar a la mina, tendremos que ocuparnos de esto con lo que tenemos ahora.

(Mientras nos acercamos a la mina, la tensión y sensación de peligro rondaba el ambiente; los sonidos de la naturaleza poco a poco se perdían. Al llegar a la mina, esta se veía muy deteriorada, daba la impresión de que podía desplomarse con un paso en falso).

—Pedro: Ya llegamos... hay que planear bien esto. La mitad de nosotros entrará a la mina a buscar al duende y eliminarlo; la otra mitad se quedará aquí. Juan, Edgar, Lucho, Alejo y yo entraremos... si no logramos salir... quiero que rompan las vigas de apoyo de la mina para destruir la entrada; de esa forma, el duende no podrá escapar.

(Todos guardamos un silencio durante unos instantes después de su explicación, luego asentimos con la cabeza y miradas muy serias. Todos sabíamos lo peligroso que era esto, pero cada uno de los presentes estaba dispuesto a dar la vida por la protección de nuestro pueblo. En momentos difíciles, Pedro siempre mostraba las cualidades de un líder; si él avanzaba, nosotros lo seguiríamos. Por eso me aventuré dentro de la mina junto a mis otros amigos).

—Pedro: Avancemos con cuidado; la mina es antigua y no sabemos por dónde aparecerá el duende. (Nos decía mientras sostenía su linterna, guiando el camino).

(Lo acompañamos en silencio, mientras paso a paso avanzamos; solo podíamos oír el eco de nuestras pisadas. Cuando de repente ese eco fue opacado por una voz desgarradora que resonaba por toda la mina).

—"¡Ustedes!... malditos!... pagarán por robar mi botín!"

—Pedro: ¡No se alarmen! ¡Todos mantengan juntos! (Al decir eso, inmediatamente todos nos colocamos cubriendo las espaldas del otro y vigilando nuestros alrededores).

—"¡Lamentarán el día que se metieron en mi hogar!"

(La voz resonaba por toda la mina, como si él estuviera en todas partes. No pudimos evitar sentir miedo, aun así, ninguno retrocedió; el sudor frío recorría mi frente mientras paso a paso avanzábamos y sentíamos un olor a azufre que se hacía cada vez más intenso).

—Lucho: Ese horrible olor es más fuerte; definitivamente... estamos cerca.

—Alejo: No hay que distraernos y debemos vigilar bien los alrededores.

(En eso se escuchó una risa escalofriante que cada vez se acercaba más y más; todos rápidamente apuntamos nuestras linternas al lugar de donde provenía la risa y vimos la figura del duende acercarse a nosotros lentamente. Medía medio metro de alto, vestía con ropas rasgadas similares a las de un trabajador de la mina, su piel rojiza, su cabeza desproporcionada, con dos pequeños cuernos en su frente, con nariz prominente, orejas puntiagudas, ojos amarillos, de con textura delgada, brazos largos, postura encorvada, dedos largos que terminaban en pequeñas pero afiladas garras, tenía una pierna de cabra, una cola, una sonrisa aterradora acompañada de una fila de dientes afilados, una lengua de serpiente y sostenía un pico de mina como arma).

—Pedro: ¡El duende! (Sostuvo su machete con fuerza y, al mismo tiempo, todos hicimos lo mismo, pero el duende solo empezó a reír).

—"Me han llamado de muchas formas a lo largo del tiempo... Duende, diablillo, chullachaqui... Pero en esta región sus ancestros me llamaban... ¡El Muki! Jaja..."

—Edgar: No me importa cómo te llames; ¡no eres bienvenido aquí! (Sostuve mi machete con fuerza, tratando de mantener la calma ante aquel ser aterrador).

—Muki: Jaja, puedes hacerte el valiente, pero tú y tus amigos se quedaron sin suerte; nada de lo que hagan funcionará contra mí. (Paso a paso se acercaba a nosotros, siempre mostrando una siniestra sonrisa llena de dientes afilados y moviendo de lado a lado el pico de mina que usaba como arma).

—Pedro: ¡Eso lo vamos a comprobar ahora, monstruo! (Se lanzó contra el Muki usando su machete para atacar, pero antes de golpearlo logra retroceder y evadir el golpe, solo logrando causar un rasguño en su pecho, el cual lo hizo sangrar).

—Muki: ...¿Ustedes?... ¿cómo?... (su voz contenía mucha ira y incredulidad ante lo ocurrido).

—Lucho: Nuestras armas han sido bendecidas; ¡ahora son letales para ti! (Dijo con más confianza ahora que vio que las armas bendecidas funcionaron).

—Muki: No sean tan arrogantes; solo un haberme causado un pequeño rasguño... (Su voz sonaba con mucho enojo. Dio unos pasos hacia atrás y todo su cuerpo se convierte en humo y desaparece ante nuestros ojos).

—Pedro: ¡Todos! ¡Junten sus espaldas! (Inmediatamente todos hicimos caso, protegiendo cada uno la espalda del otro mientras vigilamos los alrededores. Desde arriba de nosotros, una nube de humo negro se formó y de esta salió el Muki atacándonos con el pico como arma. El golpe hizo volar el casco de Lucho, quien afortunadamente solo recibió una herida no letal en su cabeza, mientras el Muki se ponía de pie riendo al haber logrado atacarnos desde un ángulo inesperado).

—Muki: ¡Ja ja ja! ¡Ahora lo entienden, mortales? ¡No pueden acabar conmigo!

Lucho cae al suelo con una herida en la cabeza, no podía poner de pie solo.

Pedro : No eres bienvenido aquí, está noche nos encargaremos de ti, pase lo que pase! (Se expresión era muy seria y determinada, lo cual nos daba valor al resto de nosotros)

Muki : Necios!, he vivido desde antes que sus ancestros pisaran estas tierras y viviré más que sus descendientes! (Decía con un tono burlón, poco a poco se acercaba a nosotros arrastrando el pico en su mano).

—Juan: ¡Lucho!, espera, te ayudaré. (Mientras Juan ayuda a Lucho a ponerse de pie, Pedro, Alejo y yo nos encargamos de atacar al Muki; pero antes de recibir un golpe de nuestros machetes, el Muki cambia de forma a la de una mosca y escapa volando hacia Juan).

—Edgar: ¡Juan, cuidado! (Saco una botella de agua de mi mochila y justo cuando el Muki vuelve a su forma verdadera para atacar a Juan y Lucho, lanzo la botella hacia el Muki. Él pudo ver la botella y la rompe con su pico, pero en ese momento el contenido de la botella que salpicó al Muki empieza a quemar su cuerpo y él dio un grito de dolor que resonó por toda la mina).

—Muki: ¡Malditos!... ¿qué... me... hicieron?! (Exclamaba con ira y dolor, mientras el agua que le había caído encima se evaporaba como si fuera humo de incendio sobre su piel).

—Edgar: Esa botella contenía agua bendita; parece que fue más efectiva de lo que imaginé. (Mientras decía esto, Juan aprovecha para llevar a Lucho junto con nosotros).

—Alejo: ¡Bien pensado! ¡Casi olvido el agua bendita que nos dio el padre José! (Exclamó con entusiasmo mientras buscaba su botella de agua bendita en su mochila).

—Muki: Ni crean... que los dejaré usar eso otra vez. (Gritó enojado y arrojó el pico hacia la botella de Alejo rompiéndola, luego estiró su mano y atrajo a el su pico como si de un imán se tratara)

Pedro: (Se lanza con todas sus fuerzas con su machete, pero el Muki bloquea el golpe usando su pico, el cual se rompe con el impacto), Perdiste tu arma, maldito!

Muki : (se ríe de forma macabra) no necesito ese pico oxidado, acaso olvidaron dónde estamos?

Toda esta mina me pertenece! (Al levantar las manos hace que toda la mina tiemble, era como si misma mina temiera del poder que tenía el Muki. Pequeños escombros caían y todos tratamos de cubrirnos, mientras el Muki solo reía)

Pedro : (Luego de analizar la situación por unos instantes respondió) Es mentira!, no puedes controlar la mina a voluntad, sabes que un paso en falso y toda la mina colapsara.

Juan : Es verdad, nos matarías pero aún si eso no te mata, si quedarías tapado aquí sin poder escapar y tus tesoros se perderían (dijo mientras sostiene al herido de Lucho)

El Muki cambio su expresión a una más seria y la mina dejo de temblar

Muki : Aún no an visto todo lo que puedo hacer...(Ríe y luego escupe fuego de su boca hacia Alejo)

Edgar : Alejo, tírate al suelo y rueda! (El me iso caso y Pedro corrió hacia el para ayudarlo, logrando apagar el fuego antes que ocasionará heridas graves)

El Muki solo reía, disfrutaba vernos sufrir, nuestra desesperación era notoria, que podíamos hacer unos simples mortales contra una criatura que lleva cientos de años en este mundo. Cuando lo pienso, parece muy arrogante de nuestra parte creer que podíamos vencer a algo así, sin embargo ya habíamos logrado herirlo y saber eso nos daba esperanzas para continuar.

Muki : Ahora quien será el siguiente? (Mientras se reía nos miraba y entonces su mirada se centro en mi y corrió en cuatro patas hacia mi)

—Edgar: ¡Carajo! (Trato de golpear al Muki con mi machete, pero este se transforma en murciélago y evade mi ataque en el aire; luego vuelve a su forma original y rasga con sus garras la mano con la que sostengo mi machete, haciendo que lo suelte).

—Juan: ¡Edgar! (El y el resto de mis compañeros corren hacia mí para ayudar; el Muki se da cuenta y escupe fuego de su boca, creando una línea de fuego para separarme del resto de mis amigos).

—Pedro: ¡No queda de otra! Hay que usar el agua bendita para apagar el fuego y ayudar a Edgar. (Todos sacaron sus botellas de agua bendita y empezaron a apagar el fuego, mientras el Muki se convierte en cabra, me embiste para derribarme; luego se sube encima de mí y vuelve a su forma original, el pensaba arrancarme la garganta de una mordida).

—Lucho: Pedro... aún nos queda una última arma... (Exclamó aún conmocionado por el golpe en la cabeza que había recibido).

—Pedro: ¡Tienes razón! ¡Vamos a usar eso! (Todos sacaron la última arma bendecida que teníamos de sus mochilas. El Muki salta hacia mi cuello, pero es detenido con un látigo, el cual amarra su cuello).

—Muki: ¿Qué...? (Antes que pudiera terminar de hablar, Alejo y Juan, usando sus látigos, amarran ambas manos del Muki, inmovilizándolo).

No pueden... hacerme... esto! (Exclamaba con dificultad, con el látigo bendito apretando su garganta y evitando que se transforme).

Pedro: Ahora Edgar! (Podía ver la esperanza en la mirada de todos mis compañeros , puesta en mi)

—Edgar: Esto termina esta noche, maldito. (Levanté mi machete y con fuerza golpeé el cuello del Muki, logrando separar su cabeza de su cuerpo; sangre negra brotaba de su cuerpo y un olor podrido).

—Muki: ¡Los maldigo! Si creen... que su amado cerro estará en paz... después de mi... muerte, están... equivocados... ¡sus vidas... jamás encontrarán la paz! ¡Jajajaja! (Con su última risa, el Muki murió y tanto su cabeza como su cuerpo empezaron a desaparecer, envueltos en llamas de olor a azufre).

El eco de la batalla resonó en la mina, y aunque la victoria fue nuestra, el miedo y la incertidumbre permanecieron.

La atmósfera en la mina se tornó densa tras la derrota del Muki. El eco de su risa se desvaneció, pero sus palabras resonaron en la mente de Edgar y sus amigos. A pesar de haber ganado la batalla, sabían que la guerra por la paz de su pueblo no había terminado.

Juan : (Aún temblando por la cercanía del peligro, se acercó a mi y me preguntó) ¿Estás bien, amigo?

Edgar : (con mi mano aún temblorosa por la adrenalina, asentí mientras intentaba recomponer la respiración) Sí, pero debemos salir de aquí. No podemos quedarnos más tiempo; este lugar está maldito (respondí, mirando a mi alrededor como si el Muki pudiera regresar en cualquier momento)

Los amigos comenzaron a hacer el camino de regreso, mientras la tensión en el aire se disolvía lentamente. A medida que se acercaban a la salida, el grupo discutía sobre lo ocurrido.

Lucho : No puedo creer que hayamos enfrentado a un duende de verdad (exclamó, tocándose la cabeza vendada).Nunca pensé que las historias de nuestros padres fueran reales.

Pedro : Lo que importa es que hemos protegido a nuestro pueblo (dijo, tratando de mantener el ánimo del grupo). Y gracias a la bendición del padre José, pudimos enfrentarlo.

Al salir de la mina, se encontraron con el fresco aire nocturno. Las estrellas brillaban en el cielo, como si celebraran nuestra victoria. Sin embargo, la sensación de inquietud aún persistía.

Alejo : ¿Y ahora qué? (preguntó , mirando a sus compañeros). ¿Qué pasa si queda algo más en el cerro?

Edgar : Lo mejor será que mantengamos vigilias en el pueblo durante algunas noches más. No podemos asumir que estamos a salvo.

Mientras regresaban al pueblo, la conversación giró en torno a cómo podrían ayudar a los vecinos que habían sufrido por las travesuras del Muki. Decidieron organizar una reunión con todos los habitantes para contarles lo sucedido y ofrecer apoyo.

Al llegar a la plaza del pueblo, se encontraron con varios vecinos, preocupados por la ausencia de los hombres durante la noche. Al verlos llegar, los aldeanos se acercaron, ansiosos por escuchar lo que había sucedido.

Pedro tomó la palabra, su voz resonando firme y clara

Pedro : Amigos, hemos enfrentado a un ser maligno que ha perturbado nuestra paz. Lo que sucedió en la mina fue real y peligroso, pero lo hemos derrotado. Sin embargo, no debemos bajar la guardia.

Los murmullos se extendieron entre la multitud. Algunos mostraban incredulidad, otros temor.

Edgar : Es importante que todos estemos alertas y que cuidemos de nuestros hogares. Nos reuniremos cada noche para vigilar y proteger nuestro pueblo. Luego de eso nos reunimos los diez, para hablar antes de regresar a nuestras casas.

Chusku : ¿Y qué pasará si el Muki regresa? (pregunta con algo de miedo)

Juan : No regresará (respondió, con determinación)

Pedro : Pero si lo hace, estaremos preparados.

Luis : Ya que todos regresamos a casa en una sola pieza, que les parece si capturamos este momento en una foto?(a todos nos pareció una buena idea, así que fuimos a su casa, el tenía una antigua cámara y luego de juntarnos todos, nos tomamos la foto. Al terminar todos regresamos a casa)

Con la promesa de protección y la unión del pueblo, mis amigos y yo nos sentimos más fuertes. Mientras caminaba mire hacia el cielo estrellado y recordé las palabras del Muki: "sus vidas jamás encontrarán la paz". Un escalofrío recorrió su espalda, como si algo dentro de mi me dijera que esto apenas era el comienzo.

Sabía que aunque habíamos eliminado a una amenaza, siempre habría otras en la oscuridad, acechando y esperando el momento propicio para atacar. En el fondo de nuestros corazones, sabíamos que la lucha por proteger nuestro hogar nunca terminaría.