En el tiempo siguiente, Xu Sandai seguía lesionándose, pero apretaba los dientes y aguantaba sin ceder, como si planeara luchar una guerra de desgaste.
El escenario ya estaba manchado de sangre fresca, y el olor de la sangre permeaba el aire, llevando un espeso aura de determinación sombría.
El público había perdido interés en los otros escenarios y ahora miraban enteramente a Xu Sandai, este hombre que era implacablemente resistente y peleaba batalla tras batalla, dándoles una palpable sensación de experiencia que hacía hervir la sangre.
Un destello de lástima pasó por los ojos de Jian Wushuang mientras aconsejaba:
—Eres un oponente digno, pero el combate no es solo sobre la pasión. Cuando las fuerzas están desiguales, el resultado siempre es el mismo.
—¿Ah sí? ¡No lo creo! —Xu Sandai lo miró con los ojos inyectados de sangre, mirando fijamente a Jian Wushuang como un espíritu demoníaco del Infierno, sus dientes blanqueados.