En ese momento, Hua Muran estaba sentada en su lujoso automóvil, con la mirada fija en la entrada del edificio, como si buscara a alguien entre la multitud.
El flujo de personas era implacable.
Ella no parpadeaba.
¡De repente!
Los ojos de Hua Muran se iluminaron al observar a un joven con una sonrisa traviesa en el rostro, saliendo del edificio. Estaba llena de alegría y lo llamó:
—Hermano Xiao.
Xiao Zheng vio a Hua Muran y se acercó a ella, riendo:
—Niña pequeña, ¿qué te trae por mi empresa?
Después de tantos años, Hua Muran se había transformado de la joven que solía ser en una mujer madura y deslumbrante. Sin embargo, al escuchar sus palabras, mostró un comportamiento juvenil y dijo con disgusto:
—Hermano Xiao, todavía me llamas niña pequeña. ¡Ya soy la jefa de la familia Hua!
Hua Muran albergaba sus propias motivaciones ocultas.