Las piernas de Aria se cerraron involuntariamente, el corazón palpitaba salvajemente en su pecho.
¿Qué le estaba pasando?
¿Por qué reaccionaba así su cuerpo?
La voz de Darío rompió su aturdimiento.
—Mantén los ojos abiertos —ordenó.
El aliento de Aria se entrecortó.
Sabía que le estaba hablando a la chica.
¿Pero por qué sentía como si esas palabras fueran para ella?
El cuerpo de Aria tembló violentamente, su espalda presionada contra la fría pared de madera mientras luchaba por silenciar sus jadeos entrecortados. Sus dedos se hundían en la tela de su vestido, aferrándose a él como si fuera lo único que la mantenía anclada.
Solo había cerrado los ojos unos minutos, tratando de bloquear los sonidos lascivos que llenaban la habitación tenuemente iluminada. Pero por más que lo intentara, el chirrido rítmico de la cama, el sonido húmedo de la piel contra piel y los gemidos entrecortados que llenaban el aire se filtraban en su mente como un veneno.