"siempre he estado solo, y lo único que me dicen es que mi pelo negro y mis ojos grises son feos. Pero yo no lo creo. A veces, sin embargo, siento una envidia insostenible por esas personas que lucen trajes glamurosos y joyas que brillan por todo su cuerpo. Mientras tanto, yo... hoy me toca mendigar, como siempre. Las horas pasan lentamente, y aunque el cansancio me pesa, mi mente sigue atrapada en ese deseo de ser diferente. De ser alguien importante, alguien que no tenga que pelear por lo minimo. Pero, ¿será realmente eso lo que quiero o solo lo que me han enseñado a desear? Tal vez, en lo más profundo, la respuesta está en aceptar lo que soy, aunque me duela."
Supongo que solo quiero una vida estable.
Mientras estaba sumergido en mi tristeza, vi unos zapatos negros bien pulidos detenerse frente a mi. Al levantar la mirada, encontré a alguien alto, vestido con un impecable traje de CEO en blanco y negro. Una chaqueta colgaba de sus hombros con elegancia, y su cabello rubio contrastaba con sus ojos azules, fríos como el universo mismo. Me observó por un instante y, con una voz fuerte y autoritaria, ordenó:
-Levántate.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Su voz me infundia miedo, un miedo inexplicable que me obligó a obedecer sin cuestionar. Se dio la vuelta y comenzó a caminar con paso seguro, si necesidad de comprobar si lo seguia. Y, sin entender porqué, lo hice.
Frente a un lujoso auto negro, abrió la puerta y ordenó:
-Entra.
La lógica me decía que no debía subir al auto de un extraño, así que me atreví a preguntar:
-¿Por qué debería ir contigo? No te conozco.
Su mirada se endureció. No era una expresión de ira, sino algo peor... Me miraba como si yo fuera su pertenencia. Su voz se alzó en un tono autoritario, más firme de lo que jamás había escuchado en mi vida.
-Entra a ese auto si no quieres que haga de tu vida un infierno.