Luna cerró la puerta de su dormitorio con más fuerza de la necesaria, sobresaltando a Mayo y Matilda que estaban preparando su cama para la noche. Su lobo sombrío se deslizó como tinta líquida en su sombra para descansar.
—¿Está todo bien, mi señora? —preguntó Matilda, notando el sutil rubor en las mejillas de Luna.
—Por supuesto que sí —Luna caminó hacia su tocador, evitando deliberadamente ver su rostro en el espejo—. Solo estoy pensando en la estrategia de mañana. Necesitamos asegurarnos de aplastar a Klein de una vez por todas.
Mayo intercambió una mirada cómplice con Matilda mientras doblaba las sábanas, sus movimientos practicados traicionando años de servicio incluso a su joven edad.
—Oh, ¿eso es todo? —Mayo sonrió pícaramente—. Nada que ver con un cierto chico con una cara adorable que…
—¡Mayo! —Luna se giró, su rubor se intensificó—. Te he dicho que no es... no es así. Si encuentro caras de bebé lindas, es... es pura apreciación estética.