Mientras Ren se ocupaba alegremente con los preparativos, una conversación mucho más tensa se desarrollaba en otra parte de la academia.
Dos días antes...
La oficina del Director Ignacio siempre había sido un espacio imponente, con sus estanterías llenas de antiguos tomos y costosas piezas de eras pasadas. El fénix del director, parcialmente manifestado en las venas doradas que cruzaban su piel, añadía un aire de autoridad a la ya intimidante oficina.
Frente a él, Kassian Goldcrest mantenía una postura perfecta, su expresión cuidadosamente controlada a pesar de la furia que hervía bajo la superficie.
—Es inaceptable —declaró con una voz fría—. Un estudiante desaparecido durante días y nadie consideró necesario informarme.
El Director Ignacio se reclinó en su silla, estudiando al joven Goldcrest con una mirada penetrante. Había algo inquietantemente calculador en cómo sus ojos recorrían el rostro de Kassian, como si despejaran capas para ver lo que había debajo.