Klein se apartó y retrocedió desde la puerta, mirando a su hermano a través de la ranura con desprecio y lástima.
«Siempre inventando conspiraciones y planes absurdos es lo que dañó tu cerebro y te puso allí, para hacer lo que me hiciste».
Kassian observó a su hermano menor en silencio durante varios segundos. Sus ojos, antes tan similares a los de Klein, ahora parecían de alguna manera diferentes, más fríos, con ese extraño matiz púrpura que antes no estaba allí. Finalmente, dejó escapar un suspiro de resignación.
«No hay manera de ganar contra un idiota», murmuró, regresando al centro de su celda. «Cuando todo explote, recuerda que intenté advertirte y mantenerte a salvo».
«Tus advertencias me importan tanto como las llanuras a un dragón» —escupió Klein, comenzando a alejarse. El sonido distante de pasos que se acercaban aceleró aún más su decisión. El ritmo constante de botas contra piedra señalaba el regreso de los guardias—. «Disfruta de tu confinamiento, hermano».