Finch estaba inclinado sobre su escritorio, contando cristales mientras silbaba una melodía desafinada que Teodoro imitaba con pequeños chirridos. La oficina del banco estaba deliciosamente vacía, como era habitual a esta hora.
—Mira eso, Teodoro —susurró Finch, observando cómo sus "actuaciones" mantenían a la mayoría de los clientes alejados—. Solo dos ventanillas abiertas, docenas de estudiantes esperando en la otra ventanilla, y aquí estamos, solos, tranquilos y felices.
El ratón asintió con entusiasmo, sus bigotes temblando mientras revisaba un libro de cuentas con sus pequeñas patas. Sus pequeños ojos brillaban con inteligencia mientras calculaba tasas de interés a velocidades que dejarían perplejos a la mayoría de los contadores humanos.
Finch sonrió amargamente pensando en lo que otros decían sobre Teodoro. Un ratoncito débil, inútil en combate, apenas capaz de arañar a un bebé.
¡Qué tontos!