Reed y Fern habían vivido lo suficiente para entender las realidades de su mundo.
La muerte no era algo abstracto o distante; era parte del ciclo de la vida que todos eventualmente enfrentarían. Cada ciudadano cumplía con su deber militar, todos mataban cuando el reino lo requería. No era una cuestión de moralidad, sino de supervivencia.
Pero ver a su hijo de apenas once años de pie sobre un cadáver, con sangre escurriendo de sus garras... eso era diferente.
El olor metálico llenó las fosas nasales de Ren. La textura pegajosa en sus manos, el calor que aún emanaba del cuerpo, la forma en que los ojos del hombre miraban sin ver... todo era demasiado real, demasiado inmediato.
Su estómago se revolvió violentamente.